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sábado, 4 de junio de 2011

NOVELA EN LÍNEA PARTE 5

EL REENCUENTRO PARTE 5
...Ahí pasó varios años y, cuando se inauguró “La Castañeda”, fue trasladada y enterrada en vida por su esposo, que no volvió a verla, ni permitió que la niña la visitara jamás.

Sólo nosotras, sus cuatro hermanas, íbamos a visitarla cuando nuestras ocupaciones nos lo permitían. Había momentos en que nos reconocía, pero poco a poco nos fue olvidando, hasta que ya no nos reconoció y cuando nos veía, permanecía callada.
Debido a las circunstancias, también nosotras fuimos espaciando nuestras visitas.
Sin embargo, su vida fue larga, pues aunque su situación era deplorable, vivió hasta los ochenta y un años.
-          ¿Y la niña? ¿y su esposo?
LA CASTAÑEDA
-          ¡Ay Miguel! ¡Pobre familia!- Desde el día que llevaron a Lucero al Manicomio, llegó Micaela Vega, “la tía Mica”, a hacerse cargo de la niña y de la casa, de modo que nosotras ya no teníamos lugar ahí.
Micaela, de veintinueve años, era ya la tía solterona, por lo que decidió dedicarse a su hermano alcohólico y a su sobrina huérfana, como ella decía. Parece que nunca tuvo un verdadero cariño por la niña, aunque sí por su hermano, el cual se hundió totalmente en el vicio y pasaba varios días perdido, hasta que algún conocido avisaba en dónde estaba tirado o lo mandaba con algún cargador; pero en cuanto en su casa lo bañaban y arreglaban, buscaba la manera de escaparse. Así pasaron los años, hasta que un día, después de pasar varios días en piqueras y pulquerías, cuando entre dos cargadores lo llevaron a la casa, no lograron que despertara y falleció. El doctor dijo que fue una congestión alcohólica.
Nos fue imposible seguir viendo a Lucrecia, hasta que varios años después, ella nos localizó.
Se había casado a los 17 años por huir de la tutela de la tía Mica, que se fue a vivir a casa de otro de sus hermanos. La verdad, aquella cicatriz  de la herida hecha por su madre, la hacía ver muy fea con el labio plegado. Según nos dijo llorando, nadie se había acercado a ella, salvo el que fue su marido, un hombre que no tenía oficio y que hacía trabajos esporádicos.  Tenía dos hijas, jovencitas; como su esposo era “librepensador”, no quiso que fueran bautizadas y las llamó “Delicias del vivir pensando” (Deli) y “Luz del conocimiento” (Lucha) y además, como el hombre libre no debe acumular riquezas, había vendido la casa y huido con otra mujer, por lo que ahora las tres trabajaban.
Nos vimos unas cuantas veces más, pero después la perdimos.
-          Y qué fue de Tilo y usted.
-          Entre Tilo y yo, la rivalidad se había acrecentado. En una ocasión fuimos a un baile que se daba por el cumpleaños de nuestra amiga Licha, que vivía a una calle de nuestra casa, y conocimos a dos hermanos: el más joven, Gerardo, era muy guapo, rubio, de ojos azules, y muy alegre, en tanto que el mayor, Eduardo, era moreno, de bigote y muy serio. Ni siquiera reía las bromas de su hermano, por el contrario, parecía  que le molestaba tenerlo cerca. El azar hizo que el primer baile nos tocara ser pareja a mí, de Gerardo y a Tilo de Eduardo. Gerardo de inmediato me arrebató el carnet y se inscribió para toda la noche, en tanto que Eduardo parecía que bailaba con Tilo como por compromiso y cuando en los descansos nos reuníamos los cuatro, yo notaba que mi hermana trataba de llamar la atención de mi pareja.
Al terminar la fiesta, siguiendo las buenas costumbres, nuestra amiga Licha y uno de sus hermanos, nos acompañaron a la casa, pero un poco atrás iban Eduardo y Gerardo Mondragón.
A partir del día siguiente, ambos se presentaron en nuestra puerta, pero como éramos solas, no podíamos recibirlos, por lo que sus visitas eran por el balcón. Nosotras nos sentábamos en la saliente del balcón y ellos permanecían afuera de pie, hasta que alguien, no recuerdo quién, sugirió que empleáramos los dos balcones de la vivienda. Fue en ese momento en el que me di cuenta que los dos estaban interesados en mí, pero yo había elegido a Gerardo de antemano. Eduardo, muy caballerosamente, siguió un noviazgo con Tilo y en menos de un año le pidió que se casara con él, pues  trabajaba en las oficinas del ferrocarril y tenía un buen sueldo que le había permitido ahorrar para poder casarse.
Gerardo, en cambio, no hablaba de matrimonio. Juntos la pasábamos muy bien, riéndonos todo el tiempo, pero nunca hablaba de casarnos.
Cuando Eduardo y Tilo se casaron, Amalita me ofreció su casa porque yo no debía vivir sola y menos teniendo novio, pero yo no podía volver a vivir en la casa del señor Marmolejo y Lolita había enviudado recientemente y se había quedado con muchos hijos: Félix María, adolescente que más tarde sería ingeniero; Ángel María, después abogado; Manuel María que fue el pobre de la familia, aunque como sus hermanos estuvo en la Escuela de Altos Estudios, pero no fue más que “poeta”. (Él consignó en un extenso poema, la presencia de San Antonio en el lecho de muerte de mi padre). Hubo tres niñas, Aurorita, María y Lupe, quienes hicieron buenos matrimonios que era para lo que se habían preparado, les seguían Jesús María, sacerdote Jesuita y el más pequeño, José María, abogado, que quedó de meses cuando murió su padre. Era imposible que Lolita pudiera tenerme consigo.
Tilo nunca me ofreció su casa. No tendría más remedio que buscar un cuarto adonde vivir, si lograba mantenerme.
No tuve más que convertirme en el lunar de la familia.

Gerardo me propuso que me fuera con él a Veracruz, donde le habían ofrecido un trabajo.
Yo habría querido tener una boda como las de mis hermanas, pero mi situación era desesperada, por lo que acepté irme con mi novio, claro que teniendo su promesa de que nos casaríamos en Veracruz.
EL PUERTO DE VERACRUZ
Al llegar al puerto me di cuenta de que no había ningún trabajo esperándolo. Con lo poco que llevábamos conseguimos un cuartucho para vivir y él empezó a trabajar de estibador, pero  al salir del trabajo, se iba con sus compañeros a la cantina a emborracharse, gastando lo poco que había ganado y cuando se sentía cansado, no iba al trabajo. Empezamos a padecer  hambre, un hambre real; ni siquiera tenía carbón o leña para encender una lumbre, menos tenía para comprar frijoles o tortillas. No tuve más que ponerme a tejer para conseguir algo de dinero para comer, pero las ventas eran muy escasas debido al calor del puerto. Volví a hacer carpetas y servilletas, pero apenas si me alcanzaba para engañar al hambre.
Un día, alguien me ofreció un trabajo de ayudante en una fonda y lo tomé. Cuando Gerardo lo supo, se enardeció, diciéndome que lo estaba poniendo en vergüenzas, que nuestra categoría no permitía que yo tuviera ese tipo de trabajo, y no sé qué más, pero yo ya había decidido reunir un poco de dinero para poder pagar la diligencia y tener para vivir algunos días e irme de regreso a la capital, porque me había percatado de que estaba embarazada y no quería que mi marido se diera cuenta.
Así lo hice. Cuando él se fue en la mañanita temprano al puerto, después de su borrachera, tomé mi poca ropa, hice un atado y me fui al paradero, pero en el camino pensé que cuál de mis hermanas estaría dispuesta a ayudarme, después de la vergüenza que les había hecho pasar y decidí no llegar a la capital.
Recordé entonces cómo me gustaba el cielo azul de Querétaro cuando nos llevaron mis papás, la bondad de su gente y su discreción. Estaban  los grandes sembradíos de aguacate, de maíz, de nogales, sus  fuentes, su maravilloso acueducto,  sus paseos tan bellos, sus hermosos amaneceres y sus puestas de sol… y además, como la diligencia iba casi a campo traviesa porque había que rodear muchos pueblos, lo que hacía el viaje muy largo y muy pesado, con todos los riesgos que eso significaba, el costo no era tanto.
Y me fui a Querétaro…
Continuará…
Maestra Laura Martha Chávez Carrión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesantes las 5 partes, me interesa saber mas de esta Novela. Felicidades!