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miércoles, 22 de agosto de 2012



LA HISTORIA DEL DISCO DE VINILO O VINIL 



El vinilo es un material plástico y sólido, que se presenta en su forma original como un polvo de color blanco. Se fabrica mediante la polimerización del cloruro de vinilo, que, a su vez, es obtenido de la sal común y del petróleo.

La grabación del vinilo se inicia con el master ya creado, el corte del cobre es el primer paso para la producción del disco micro surco. Después de haber colocado el cobre en el torno, la señal sonora que proviene de nuestro mastering se convierte en movimientos que realiza la aguja o estilete grabador encima de la placa, creando así el microsurco. Una vez efectuado el corte se procede a verificar la calidad del surco y ya terminada la fase de mastering, la placa de cobre se convierte mediante un proceso de galvanizado en un estampador. La pasta de vinilo es prensada con la placa de cobre que se a creado como estampador, ya etiquetada con su galleta impresa le sigue la fase de pulido y finalizando con el proceso de enfundado. Así se graba el vinilo, ya lo tenemos listo para su utilización y comercialización. Pero el vinilo es también algo más. Se trata del material del que han sido hechos muchos sueños desde casi la era del fonógrafo. El ruido de fondo siempre era una especie de huevo frito, un crujido dando vueltas y vueltas en el tocadiscos a 45 ó 33 revoluciones por minuto.


Disco de Vinilo (descripción): Soporte que almacena música de manera analógica sobre un surco en forma de espiral grabado sobre la superficie del soporte. El aparato que se utiliza para reproducirlo es el tocadiscos. 

EDISON Y FONÓGRAFO 
En 1881 Thomas Alva Edison (1847-1931) creó un aparato capaz de transformar la energía acústica en mecánica: el fonógrafo. Los sonidos se grababan en un cilindro de cera. Para escucharlos, una aguja, unida a un audífono de considerable diámetro debía recorrer los surcos para poder recoger las ínfimas vibraciones allí escritas. El sonido era malo y cada grabación podía tocarse sólo una vez.

A los 25 años, el joven Emile Berliner (1851-1921) inventó un micrófono de carbón para el teléfono e inmediatamente vendió los derechos a la Compañía Telefónica Bell, que así pudo comercializar masivamente el artefacto. Con los 50,000 dólares que recibió, empezó a trabajar en un método de grabación que superara a los cilindros de Edison y Bell.
BERLINER Y GRAMÓFONO 
En 1887, inventó un sistema de grabación que podía ser usado una y otra vez, además de que podían hacerse muchas copias de la grabación original, a bajo costo. Cambió el cilindro por un disco plano, primero de vidrio, luego de zinc y más tarde de plástico. Los sonidos eran grabados en ranuras onduladas y "leídos" por una aguja, que transmitía el patrón de vibraciones a un diafragma, el cual reproducía entonces los sonidos originales. Berliner patentó su invento, el gramófono.

Compañía Berliner

Berliner fundó su propia compañía para producir masivamente sus discos sonoros, así como el gramófono para tocarlos, estableciendo sucursales en Gran Bretaña y Alemania, con el objetivo de cubrir también el mercado europeo. Para promover sus ventas, se le ocurrió convencer a varios artistas populares para que grabaran su música usando su sistema. Uno de los primeros en firmar contrato con la compañía de Berliner fue el italiano Enrico Caruso.



Compañía RCA Victor
El gramófono de Berliner y su método para duplicar discos fueron eventualmente adquiridos por la Compañía Victor Talking Machine, que después se convirtió en la RCA Victor.
Por eso a Nipper, el perro que aparece en dicho cuadro escuchando un gramófono, se le conoce como "el perro de la RCA". Pocos saben que nació en Bristol, Inglaterra. Al morir su amo, se convirtió en la mascota de los hermanos Mark y Francis Barraud.
Gracias a las válvulas electrónicas, inventadas en 1925, fue posible amplificar el sonido antes y después de grabar disco.



Las primeras grabaciones
Las grabaciones se realizaban en el estudio de la compañía en Camden, Nueva Jersey. Enrico Caruso cantaba hacia el interior de una bocina conectada a la máquina grabadora. El operador trabajaba en la máquina detrás de una mampara y le hacía señales a través de una pequeña ventana. Nadie estaba autorizado a pasar detrás de la mampara, ya que ahí estaban los secretos de la compañía de Berliner.
El cantante empezaba por cantar con la orquesta. Al terminar, les decía a los músicos qué cambios quería y cantaba de nuevo. Cuando estaba listo, le hacía una señal al operador y volvía a interpretar la canción, que se grababa en un disco de cera. Si les parecía que no había quedado bien, volvían a grabarla, cuantas veces fuera necesario.
Ese disco de cera era usado para hacer el disco maestro de cobre, del que se imprimían posteriormente las copias en discos de pasta negros.
Enrico Caruso se convirtió en el cantante más famoso y mejor pagado de su época. Es indiscutible que se vio claramente beneficiado por ser el primero en grabar discos y, por lo tanto, en tener la oportunidad de entrar a las casas de la gente, gracias al gramófono.
La grabación magnética

Basándose en una idea lanzada en 1888 por el estadounidense O. Smith, el danés Valdemar Poulsen (1869-1942) patentó en 1900 el telegráfono, que grababa los sonidos en un hilo de metal que se desplazaba entre polos de un electroimán.
Nacía así la grabación magnética. El alemán Pfeumer hizo más práctico el procedimiento al inventar en 1928 la primera banda magnética con base de papel, a la que sucedería una banda de plástico recubierta por una capa ferromagnética. A pesar de estos progresos, hasta la Segunda Guerra Mundial no se perfeccionaron los procedimientos mecánico y magnético, gracias a los discos de vinilo de los 16, 33 y 45 revoluciones por minuto
Para la grabación se empleaba un disco de aluminio recubierto de acetato y buril (rubí tallado) que se desplaza según las vibraciones sonoras.
A partir de 1940 aparecen los primeros DJ’s como animadores de las tropas norteamericanas en objetivos transoceánicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, personas armadas con tocadiscos, un puñado de discos y un amplificador básico amenizaban a las tropas en su tiempo de descanso, con música de Glenn Miller ,The Andrews Sisters o Benny Goodman .
El 21 de junio de 1948, un equipo de la CBS, bajo el mando del ingeniero Peter Golmark, presentó en el Hotel Waldford Astoria de Nueva York el disco de larga duración fabricado en una resina de polivinilo. Este nuevo sistema acabaría por imponerse sobre sus antecesores, el gramófono y el fonógrafo. El disco de vinilo apareció como un formato de larga duración en plena era de dominio del gramófonos sobre el fonógrafo.

LARRY-LEVAN

Se impuso el disco de vinilo

El disco de vinilo se impuso con rapidez por sus muchas ventajas:
Se aumentó la duración de la grabación desde los 4 o 5 minutos del fonógrafo y el gramófono hasta 45 minutos.
El vinilo era un sistema estereofónico, mientras que los sistemas de grabación y reproducción utilizados hasta entonces eran monoaurales (toma de sonido por un solo canal).
Los discos de vinilo daban mayor calidad de sonido.
Se eliminaban los molestos ruidos del arrastre de la aguja sobre el disco de pizarra del gramófono o sobre los cilindros de cera del fonógrafo.

DJ TIESTO

La crisis del vinilo

Aproximadamente hacia 1985 el disco de vinilo fue desplazado por el CD, de menor tamaño y mayor durabilidad aunque, a costa de perder calidad sonora,comenzaba así la crisis del vinilo.
Todas las discográficas comenzaron a editar todo en cd y dejar de lado el vinilo, se pensaba que era el fin del vinilo, pero compañias independientes seguian editando en vinilo principalmente para disck jockeys, que se resistian al cambio al cd debido a que no conseguia la misma calidez de sonido y sobre todo al no poder tocarlo y poder realizar el famoso scratch que hacían.
A pesar que el CD se ha impuesto sobre el disco de vinilo, éste se sigue editando en pequeñas cantidades y se utiliza tanto por los disc jockeys como por los audiófilos (personas que son fanáticas del sonido y poseen equipos de muy alta calidad).

CD 
De forma discreta se puede decir que el vinilo está volviendo,la gente ha desempolvado de sus trastes los tocadiscos y han vuelto a saborear el placer de las grandes carátulas.
El vinilo vuelve, después de muchos años que la gente pensaba que este formato había desaparecido vuelve con más fuerza que nunca, los fabricantes están relanzando sus catálogos con prensados de alta calidad: 180 grs y 200 grs.
Las ventas de tocadiscos han crecido y el mercado dispone de nuevas marcas dispuestas a revolucionar el mercado, como por ejemplo la gran novedad nipona: EL LECTOR LASER DE VINILOS, este nuevo aparato ofrece prestaciones semejantes a los modernos reproductores de CD, como el tiempo transcurrido y el que falta y un magnifico sonido digital. Todo ello con la garantía de no estropear el disco por una aguja en mal estado, vibraciones o golpes.

LECTOR LÁSER DE VINILOS 
Formatos comunes

12" (30 cm) 33 rpm long-play (LP)
12" (30 cm) 45 rpm extended-play (12" (30 cm) Single, Maxi Single y EP)
7" (17.5 cm) 45 rpm (single)

Menos comunes

10" (25 cm) 33 rpm long-playing (LP)
10" (25 cm) 45 rpm extended-playing (EP)
7" (17.5 cm) 33 rpm extended-playing (EP)
A 16? rpm para grabaciones de voz, y, aunque muy raro, para música también
12" (30 cm), 10" (25 cm) y 7" (17.5 cm) picture discs (imagen impresa en el plástico) y shaped discs (disco no-redondo)
Tamaños especiales (5" (12 cm), 6" (15 cm), 8" (20 cm), 9" (23 cm), 11" 28 cm), 13" (33 cm))
Flexidiscs, suelen ser cuadrados 7"s (17.5 cm)

LONG PLAY ( LP ) 

¿Pero no había muerto el vinilo?

Si atendemos a la situación actual del mercado, entendido como las listas de ventas, da la impresión de que el vinilo hubiese desaparecido de la faz de la tierra para quedar relegado a las catacumbas que habitan los puristas del sonido analógico, que deambulan por tiendas especializadas de vinilos. Pero no ha desaparecido, sino que, encima, vive una segunda juventud, una especie de revival alimentado tanto por películas, como por la subterránea labor de sellos discográficos que aún editan sus vinilos en un mercado para DJ's  que prefieren el vinilo al CD.
En un Time Out se publicaba un artículo sobre el renacimiento del vinilo y del mercado de singles y long plays. En él se incluía la llamada teoría Neil Young. El ilustre autor norteamericano piensa que, como el CD tiene un formato digital no es música como tal, sino sonido dispuesto en forma de códigos binarios, podemos advertir absolutamente todos los detalles de una canción la primera vez que la escuchamos. Y, como nada se esconde a la sensibilidad del oído, el cerebro no se siente impulsado a poner el CD por segunda vez. «En realidad, no estás escuchando música -añadía-, sino códigos y dígitos, tonos y frecuencias que recrean el sonido de la música». El vinilo, por el contrario, siempre depara sorpresas, puede que Neil Young sea un paranoico y esté un poco loco, pero eso no le quita parte de razón. Han pasado ya muchos años desde que la industria las grandes multinacionales como Sony no sólo publican discos, sino que crean y desarrollan equipos de alta fidelidad, lectores de CD, presentó al gran público la superioridad del compact respecto al vinilo en lo que se refiere a la calidad del sonido, nitidez o limpieza. Además -sonreían-, un compacto nunca se raya. Si obviamos lo ridículo de esta última afirmación (un CD rayado es muchísimo peor que un long play rebelde a la aguja), hay una forma de probar esto: ponemos un vinilo de 180 gramos, los más duros y resistentes, y un CD del mismo título. En una primera escucha, tenemos la impresión de que el CD suena mejor, tal es su brillantez y claridad; poco a poco, en segundas y terceras audiciones, las preferencias se igualan, pero, al final de la sesión, un vinilo produce una menor sensación de cansancio o saturación. El sonido orgánico de un acetato es más natural.

MIRAGE DE CAMEL  (PORTADA DISCO EN VINIL) 
El vinilo es algo tan bonito, tan visual, que no se puede comparar estéticamente al CD. Las portadas de los discos en formato grande son mucho más atractivas e impactantes y, bueno los 'singles' de vinilo son el objeto más pop que nunca se haya inventado. Es un formato perfecto para la música y el tamaño ideal para el diseño. Y si tienes un buen plato (tocadiscos) y un buen equipo en casa, suenan de maravilla. Creo que el sonido es mejor, más cálido y dulce. Muchos serán quienes se pregunten cómo puede resultar mejor el sonido de un giradiscos que el de un reproductor de CD. Pero la razón es bastante simple, dado que lo más importante reside en la naturaleza del sonido, y sólo después, en la calidad del soporte. El sonido de un disco de vinilo es analógico desde la fuente hasta la salida; no experimenta cambios de onda decisivos en un buen equipo. La información sonora de un compact es, en cambio, digital. Al salir, se debe convertir nuevamente en analógica y, para ello, ha de reducir las curvas originarias de sonido a 0 y 1, con lo que se pierden matices. Quizás sea esa la razón por la que, el pasado año, Sony/Philips lanzó la idea del reproductor de CD Super Audio, con el reclamo de que el sonido poseería «la misma calidez del vinilo».
¿Para qué, entonces, crear el compacto? ¿Tendrá algo que ver con el capitalismo y la sociedad de consumo? Los vinilos ocupan demasiado espacio en la tienda de un centro comercial y, además, ofrecen una sensación de exclusividad que la industria no desea. El mercado potencial ha de ser lo más amplio posible y debe incluir a las personas a quienes la música no les interesa, pero la consumen como cualquier otro producto. La música electrónica ha sido fundamental, si la industria deja de fabricar platos, se muere el vinilo, pero si hay DJ's que pinchan vinilo, el asunto resulta interesante y se siguen vendiendo platos. En el futuro, es posible que el LP sea un capricho para 'fans', coleccionistas y amantes de la música, aunque pienso que seguirá vendiéndose e, incluso, crecerá un poco. Ahora existe un lector digital que lee vinilos, y eso es básico para que éstos sirvan de algo. Es como si te compras un cartucho antiguo de ocho pistas: ¿dónde lo pones, si apenas quedan reproductores?. Si comprar un clásico long play requiere cierto conocimiento e implicaciones musicales, el CD es puro populismo. En este sentido, un compacto es más un objeto que una obra de arte. No hay más que entrar en una tienda en la que aún conserven cierta sensibilidad y comparar la versión en vinilo con su correspondiente CD para darse cuenta de la diferencia: éste semeja una fotocopia cutre del primero y las reediciones parecen copias piratas. Quizás porque el CD no sea real, sino virtual, o porque ahora, con la tecnología del regrabado en los ordenadores, los soportes vírgenes y los escáners digitales, cualquiera puede hacerse uno en casa. La comodidad y posibilidad de uso del compact disc no significa que sea el formato de mayor calidad

No hace mucho un físico de profesiónera capaz de identificar la obra grabada en un disco de vinilo mediante la mera inspección visual de sus surcos. El buen señor aseguraba que, con sólo mirar un disco de música sinfónica de cualquier época posterior a Mozart, podía identificar el compositor y, algunas veces, hasta los intérpretes. El caso fue tomado muy en serio por el Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones Paranormales, que, tras someterle a rigurosas pruebas, admitió que decía la verdad. El físico identificó correctamente dos versiones distintas de La Consagración de la Primavera de Stravinsky, así como el Bolero de Ravel, Los Planetas de Holst y la Sexta Sinfonía de Beethoven. Por muy asombrosa que nos parezca esta habilidad, la cuestión no viola ningún principio importante de la realidad física, ya que la información estaba presente en los surcos y lo sorprendente era sólo la manera de extraerla de ellos.


PRISCILLA PAMELA WAGNER 

domingo, 12 de agosto de 2012

NOVELA EN LINEA 18

EL RE ENCUENTRO 18
…Al día siguiente Lupina y yo nos fuimos al Estado de Hidalgo a la hacienda de Ñandhó, que estaba un tanto aislada, pues para llegar había que atravesar el río por un puente colgante; nos habían llevado caballos, pero como Lupina no sabía montar, pretendí llevarla en el mío, a lo que se negó, por lo que tuvimos que pasarlo a pie, aunque hubo tramos que le provocaron tanto miedo, que prefirió hacerlos de rodillas.
Entonces me angustió pensar en que la estaba condenando a una soledad absoluta.
La hacienda era agradable: una gran barda de gruesos muros la rodeaba, con su enorme portón en el centro por el que entraban carretas, carretones, caballos y toda clase de ganado. Del lado izquierdo podía verse el galerón que ocupaban los peones, seguido de las caballerizas. Del lado derecho estaban otros galerones con utensilios de labranza, de aseo y otros menesteres. Al frente estaba propiamente el casco, la casa principal en dos plantas; en la planta baja, del lado izquierdo. Separado por un corredor, se hallaba el despacho, que sería mi lugar de trabajo; en seguida estaba la casa en sí, con varios cuartos que se asignaban a los comerciantes que acudían a comprar maíz, frijol, garbanzo o algo más de lo que producía la tierra, que no era mucho desde que los revolucionarios la saquearon y si no la quemaron, fue porque no hallaron hacendados ricos a quienes sacar dinero, pero sí la habían devastado.
Todo esto nos lo explicó el señor Anaya que nos había esperado en el portón; era un hombre bajo de estatura, fornido, con las piernas arqueadas y cojeaba por haber recibido una bala en la pierna derecha cuando habían entrado los revolucionarios, que según él, no eran más que forajidos de la región que habían aprovechado “la Bola” para poder cometer sus fechorías. Era un hombre de ademanes muy expresivos, con una mirada intensa de sus ojos hundidos y tenía un ralo bigote gris que contrastaba con su abundante pelo negro, siempre cubierto con un sombrero de palma de ala ancha. El problema que tenía era que estaba totalmente sordo, por lo que había que gritarle, pese al cuerno que usaba para oír.
El señor Anaya, don Pachito, como lo nombraban los peones, nos guió por el resto de la casa: después de otro corredor del lado derecho, había un galerón que servía de comedor para los marchantes que en algún momento fueron muchos en la época de esplendor de la hacienda, pero que ahora escaseaban debido a la poca producción que había, porque ni siquiera tenía suficientes peones, ni vaqueros, ni caballerangos, sin embargo, ahí se servía la comida, pues junto estaba la gran cocina en la que estaban trajinando cinco o seis mujeres.
Junto había también cuartos en los que se quedaban algunos de los arrieros que iban por su cuenta a hacer pequeñas compras.
Pasamos después a la parte alta. La escalera llevaba a un corredor amplio que tenía una baranda muy bonita rematada con un barandal de hierro forjado traído de Alemania, según nos dijo nuestro guía, con maceteros en los que había pocas macetas con plantas bastante descuidadas, por lo que dijo a Lupina:
-Aquí, señora, podrá usted tener todas las flores que quiera.
Este comentario pareció alegrarla un poco, pues no había mostrado mucho entusiasmo desde que llegamos.
Pasamos a ver la que sería nuestra recámara, que era un cuarto muy amplio, con una ventana y una puerta que daban al corredor lateral en el que se hallaba el baño, y con todo lo necesario: cama matrimonial, ropero de dos lunas, una cajonera, un tocador con espejo central y dos laterales, con su banco, una mesita redonda con dos sillas y un aguamanil. En cada mueble había candeleros con sus velas y sus grandes cajas de cerillos.
Como ésta, había varias recámaras, todas con muebles muy finos traídos de Francia, según el señor Anaya.
Pasamos en seguida a ver lo que habían sido las habitaciones de los fallecidos dueños, de los que un abogado de la capital estaba buscando herederos, pues no habían tenido hijos.
Al abrir la puerta de la sala, noté en Lupina un desasosiego y yo sentí que un calosfrío me recorría el cuerpo, pero quise atribuirlo a que eran habitaciones cerradas.
Este era un cuarto muy amplio, con una ventana  de cada lado de la puerta, con grandes cortinajes de terciopelo color vino con sus galerías. Al fondo había un juego de sofá, dos sillones y cuatro sillas, dos de cada lado, en madera dorada, estilo Luis XV, tapizadas con gobelinos y con sus respectivas rinconeras altas. En el muro había un retrato de los dueños. Era un retrato extraño, coloreado en tonos pastel en que resaltaban al frente, una bella mujer rubia y un hombre moreno, pero atrás de ellos, se veían imágenes difusas, en colores, de hombres y mujeres como metidos en la neblina.
-Ellos eran espiritistas.- Fue la explicación que nos dio el señor Anaya al ver nuestro asombro.
Había además otro juego de sala, medio oculto por un biombo de cristales con escenas románticas, del mismo estilo que el primero y un hermoso piano, cubierto con un mantón de Manila y que estaba cerrado con llave desde que los señores habían muerto en un accidente.
En cuanto a la recámara, era del mismo estilo que la sala: la enorme cama tenía un dosel dorado y los cortinajes, también de terciopelo, eran del mismo color dorado. Había dos mesas de noche, una a cada lado de la cama que estaba colocada sobre una gruesa alfombra; adosada a los pies de la cama había una banqueta de madera tapizada también de terciopelo dorado y junto a ella, sobre la alfombra, un tapete rectangular con motivos florales que daban un toque alegre; había varias cajoneras, un enorme tocador de cuatro lunas y cubierto de frascos de cremas y perfumes, con su respectivo banco tapizado como la banqueta. Había también una mesa redonda con cuatro sillas, el consabido aguamanil y aquí sí, candelabros dorados, no humildes candeleros, colocados en todos los muebles.
Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, como si los dueños hicieran uso de ello.
El señor Anaya le dijo a Lupina que todos los viernes se hacía el aseo de estas habitaciones.
Lupina cerró las habitaciones y bajamos a comer.
Al entrar a la cocina, se oyó claramente el tintineo de un gran manojo de llaves, por lo que le dije a mi esposa:
-          Dejaste las llaves allá arriba! – pero ella me mostró que las llevaba en el cinturón, entonces le pregunté al señor Anaya si había más llaves y me contestó que no, que eran las únicas. Por supuesto, él no había oído nada. Lupina y yo nos miramos sobresaltados.
Al día siguiente, después de tomar un jarro (todo lo servían en jarros de barro) de café con leche, fui al despacho para iniciar el trabajo, pues el señor Anaya no sabía nada de libros comerciales (muchos años después el señor Esquivel me contó que lo había conocido porque era padre de una mujer que servía en su casa, pero que no era administrador sino capataz, por lo que apenas sabía leer y escribir. Era por eso que tenía un cúmulo de papeles con diversas cantidades y algunas palabras garrapateadas).
Desde que empecé a estudiar, me enseñaron que lo que primero debía hacer, era preparar los lápices, seis o siete, sacándoles una buena punta para no perder tiempo cuando alguna se achatara, de modo que emprendí la tarea con mi navaja. Tenía ya ordenados los tres primeros y estaba entretenido con el cuarto, cuando de pronto vi que la mano de un hombre tomaba mis lápices; alcancé a ver que era un hombre vestido de negro, pero no vi más, porque de pronto se desvaneció en el aire, llevándose mis lápices.
De momento, el calosfrío y la impresión me paralizaron, pero en seguida me sobrepuse y empecé a trabajar.
Poco antes del almuerzo llegó el señor Anaya para ayudarme a descifrar sus notas; cuando atravesamos el patio para ir a la cocina, le dije a gritos por su sordera:
-          Aquí espantan ¿verdad?- y le referí lo que había pasado, a lo que él, con toda calma, me respondió:
-          No se preocupe, ya se acostumbrará.
De lo que no me percaté fue de que Lupina estaba en la parte de arriba, apoyada en el barandal, de modo que oyó todo lo que hablamos. Cuando bajó, me dijo que al oírnos, sintió que el barandal se le hundía, debido a la impresión; que no podíamos quedarnos, que debíamos salir de ahí de inmediato.
Me costó muchísimo convencerla de que en ese momento no teníamos otra opción, que ese mismo día enviaría telegramas a mis amigos para que me ayudaran a conseguir otra cosa, pero tendríamos que esperar a que nos respondieran.
Comprendí perfectamente su miedo, pero lo único que pude prometerle fue que estaría junto a ella el mayor tiempo posible.
Traté de cumplir mi promesa, pero mis ocupaciones y la responsabilidad que había caído en ella, no nos permitían estar juntos mucho tiempo.
Además, no llegaban respuestas de mis amigos.
Felizmente, las cosas parecieron calmarse, aunque yo percibía  gente que pasaba cerca de nosotros: hombres de negro, mujeres con vestidos de diferentes colores y hasta niños que jugaban en diferentes lugares, pero ella no se enteraba de estas presencias.
Un día, estando juntos, vio llegar a la mujer de uno de los caballerangos, acompañada de una niña de unos doce años, muy simpática y risueña, de modo que cuando respondió al- Buenos días, patrona – de la mujer, ella contestó, pero dirigiéndose a la risueña muchachita, según me dijo más tarde.
Cuando la mujer salió después de dejar su canasta en la caballeriza, salió sola. Extrañada, Lupina me preguntó si la niña se había quedado con su papá, tratando de ver el interior de la caballeriza. Yo, totalmente desprevenido, pregunté tontamente:
-          ¿Cuál niña? – Porque había visto que la mujer iba sola.
Mi respuesta asustó muchísimo a Lupina; me dijo que no podíamos quedarnos más tiempo.
-          En cuanto me llegue alguna propuesta de trabajo nos iremos; pero piensa que si lo que viste fue una niña bonita y risueña, debe ser un espíritu benigno que no pretende hacerte daño.
Esto pareció tranquilizarla, pero no convencerla.
Un viernes encontré sobre mi mesa de trabajo, los tres lápices que aquel hombre se había llevado. Cuando llegó el administrador, le comenté mi hallazgo, pero en eso se oyó un gran estruendo, salimos a la puerta para ver qué había pasado y vimos pedazos de vidrios de colores.
-          ¡Qué barbaridad! - dijo el hombre – Seguramente doña Lupina dejó abierta la puerta de la sala y con el aire, ya se rompió el biombo.
En eso vimos que ella venía de la hortaliza con una de las criadas y yo, alarmado y molesto le reclamé, pensando en el problema económico que se nos venía:
-          Cómo pudiste descuidarte y dejar abierta la sala. Se acaba de romper el biombo ¿te das cuenta de lo que eso significa?
Aunque ella aseguró que sí había cerrado, subimos con el señor Anaya para ver el estropicio. Todo estaba cerrado y el biombo estaba en su lugar!
-          No es posible! – dije – Los pedazos de cristal están regados allá abajo.
Fuimos al patio y NO HABÍA NADA.
Nuevamente el escalofrío.
Pasaron una o dos semanas sin mayores contratiempos, salvo una tarde en que oímos el piano; pensamos que mi esposa lo habría abierto para sacudirlo, se había olvidado de cerrarlo y que el gato se había subido al teclado, produciendo ese ruido. Subí corriendo las escaleras con el propósito de sacar al gato antes de que hiciera más estropicios, pero la sala estaba cerrada y por los cristales vi que el piano también y sobre él estaba el consabido mantón de Manila.
Gracias a que Lupina estaba ajetreada en la cocina, no se dio cuenta de nada.
En esos días habían llegado varios compradores de granos, por lo que había mucha gente que entraba y salía o bien, buscaba hospedaje, pero a todos se les servían las comidas, por lo que las cocineras y mi mujer no tenían un momento de reposo.
Los cuartos para los huéspedes estaban saturados. El administrador me dijo que llegaba un matrimonio que hacía muy buenas compras, porque era gente de mucho dinero y con mucho ganado, pero no había cuarto disponible para ellos, aunque sólo permanecerían una noche, por lo que me pidió que, por esa noche, les dejáramos nuestro cuarto: nosotros podíamos ocupar otro que estaba en la parte baja lateral del casco de la hacienda, por un lado se comunicaba con otro cuarto, pero esa puerta permanecía siempre cerrada con tres pasadores, tenía otra puerta que daba al corredor, que era la entrada normal y la otra puerta lateral que daba a la era, cerrada también con tres pasadores; ahí nadie nos molestaría.
No había más que acceder, aún con la consabida molestia de Lupina, perfectamente comprensible.
Ya que nos instalamos, apagué la vela de mi buró y todavía comentamos sobre el buen ingreso que estaba teniendo la hacienda en esa temporada y sobre las respuestas de mis amigos que  me decían no saber de ningún empleo, por el caos que había en la ciudad debido a la revolución que parecía no acabarse nunca.
De pronto, se escuchó el chirrido de un pasador enmohecido y pude ver cómo bajaba el superior; en seguida el de en medio y por último el inferior. Era la puerta que comunicaba con los otros cuartos que crujió al abrirse. Los pasadores volvieron a chirriar al cerrarse nuevamente.
Yo iba a prender un cigarro, pero Lupina empezó a gritarme que no prendiera el cigarro, que prendiera la vela y se cubría la cabeza con las cobijas. ¡Nunca me sentí tan atolondrado!
Al abrirse la puerta, entró una mujer vestida de blanco que se deslizó hasta el buró de Lupina y dio tres toquidos, para luego rodear la cama, llegar a mi buró, dar otros tres toquidos y dirigirse a la puerta que daba a la era, escuchándose otra vez el chirrido de los tres pasadores que se abrían.
Mi mujer no dejaba de gritarme que la sacara de ahí, suplicando no ver nada. Con su abrigo le cubrí la cabeza y casi cargada la llevé a la puerta de salida, pero algo me hizo ver a la mujer, la cual, antes de salir hacia la era, me miró a los ojos provocando nuevamente que la sangre se me helara y casi tropezara con los pies de mi esposa. Todavía alcanzamos a oír el chirrido de los pasadores al cerrarse.
¡¡¡Nuevamente el escalofrío!!!
Me sentía verdaderamente atontado, sin saber adónde llevarla, hasta que ella sugirió que al despacho, aunque yo sabía que tampoco era seguro, pero allá nos fuimos.
La instalé lo mejor que pude en el sofá de cuero, haciendo que pusiera la cabeza en mis pierna. Estaba tan asustada, que temblaba inconteniblemente y llorando me pedía que saliéramos de ahí al día siguiente.
En el transcurso de mi vida, tuve varias experiencias semejantes, pero ninguna tan impresionante como esa.
Por esos días llegó un comerciante y se le asignó uno de los cuartos de abajo.
Serían las once de la noche, cuando nos despertó el ruido de la vidriera que era sacudida por el hombre, al tiempo que decía con una voz enronquecida:
-          ¡Compañero!!! ¡¡¡Ábrame, por favor!!! ¡¡Ábrame!!!
Le abrí la puerta y se precipitó al cuarto, donde a la luz de la vela, pudimos verle el rostro demacrado y macilento.
-          Por caridad, compañero, ¡déjeme quedar con ustedes! – dijo - ¡Les juro que el muerto se cargó en mí, diciendo mi nombre! ¡No me dejaba respirar, hasta que le di un aventón y salí corriendo! ¡Les prometo que en cuanto empiece a clarear me iré, pero ahorita, por caridad déjenme quedar aquí!!!
De más está decir que lo dejamos quedarse. Le preparé un jergón en un rincón y lo oíamos sollozar.
Lupina, igualmente, lloraba sin consuelo pidiéndome que nos regresáramos a México, aunque nos muriéramos de hambre.
También en esos días, no sé si antes o después, habiendo tanta gente en la hacienda, se pidió a las mujeres que iban de los caseríos cercanos a ayudar en la cocina, que se quedaran a dormir para que en cuanto amaneciera, se pusieran a preparar el almuerzo para los huéspedes.
Casilda, que era de las asiduas asistentes y de toda la confianza, le dijo a Lupina que no había alcanzado petate, que si le daba permiso de buscar algo para que pudiera dormir en la cocina.
A la mañana siguiente, cuando mi mujer bajó, la halló sentada en la puerta de la cocina, hecha un ovillo. Cuando la regañó por no estar ayudando en el almuerzo, Casilda se echó a llorar diciendo que en la noche, no encontrando en qué dormir, había recordado que a los pies de la cama de los difuntos había un tapete floreado, por lo que fue por él y lo puso en la cocina, que estaba muy dormida cuando sintió que la levantaban con dos dedos y le quitaban el tapete, que estaba esperando a que la patrona bajara para decirle que se iba y que ya no volvería a la hacienda.
Lupina trató de convencerla de que alguien le había hecho una maldad, pero nada pudo detenerla.
Una vez juntos, buscamos en todos los rincones el tapete y al no hallarlo, fuimos a la recámara. Estaba cerrada con llave y al abrir, vimos que el tapete estaba en su sitio, aunque mal colocado. Tuve que sostener a mi esposa, porque las piernas se le doblaron.
Durante los días que siguieron pareció que todo se había calmado, sin embargo, aunque Lupina parecía tranquila, el inquieto era yo, pues cuando ella bajaba, yo veía que a su lado había otras presencias que ella ignoraba: a veces era un hombre con capa y sombrero de copa que inclinaba la cabeza como en un saludo; otras era un jovencito sonriente, de mirada maliciosa; algunas otras eran mujeres elegantes, con modas antiguas de guantes y sombrero, algunas acompañadas por niños, pero la que me aterrorizaba era una anciana con capa negra de capucha abullonada en blanco que mal cubría sus dspeinados cabellos grises y que hacía muecas horribles deformando grotescamente la boca y que lentamente se iba sumiendo en el abullonado hasta que desaparecía la cara y quedaba el cuerpo flotando. Con ella casi me era imposible ocultar mi horror ante Lupina, que consideraba que no le estaba poniendo atención y acababa molesta conmigo.
Opté entonces por sacarla de la hacienda el mayor tiempo posible, pues temía que le hicieran daño.
Un pretexto fue que aprendiera a montar y aunque en la hacienda había espacio más que suficiente, le dije que era mejor ir al campo, para que aprendiera a manejar bien las riendas. Aprendió muy pronto a montar a la mujeriega, pero nunca quiso el trote largo; siempre prefirió el trote corto. De todos modos, eso me permitió llevarla a conocer otras haciendas, manteniéndola lejos de los espectros.
La mejor experiencia la tuvimos cuando fuimos a conocer la hacienda pulquera ¨La Purísima¨.
La primera sorpresa fue ver a los ¨tlachiqueros¨, que son los peones que se ocupan de extraer el aguamiel de los magueyes, empleando el guaje largo y ancho: colocaban la boca más ancha en el centro de la base del maguey que es adonde se acumula, por la parte angosta succionaban y el líquido penetraba hasta llenar el guaje que era vaciado en los ¨cueros¨, bolsas muy grandes hechas de ese material, expresamente para su labor. Cuando el cuero estaba lleno, el hombre iba al ¨tlachique¨, lugar en que se encuentran las tinajas y barricas de pulque, para vaciar el aguamiel,
El tlachique es un lugar sagrado al que se prohíbe el acceso a las mujeres porque, dicen, si entra una mujer, el pulque se ¨agria¨, por lo que Lupina tuvo que quedarse cerca de la puerta adonde había varias mujeres sentadas en el suelo, esperando a sus maridos para darles la canasta con la comida.
Se trata de un galerón enorme en el que se hallan diversas pilas, tinajas y barricas que se emplean para vaciar el pulque que se va procesando, pero lo que a mí me impresionó fue el ritual de la entrada. Los que están en la puerta canturrean una melodía diciendo:
-          ¡¡ Sea por siempre Bendito y Alabado…!!
Y los de adentro contestan en el mismo tono:
-          ¡¡ El Corazón Amoroso de Jesús Sacramentado…!!
Fue una verdadera gloria escucharlos.
Lupina los oyó también  aunque no pudo constatar la reverencia y respeto con que los hombres hacen su trabajo y los dos salimos muy contentos  y satisfechos de haber visto, aunque someramente, el funcionamiento de una hacienda pulquera, ya que la elaboración del pulque es larga y laboriosa.
 Pasados unos dos  días, recibí  un telegrama del señor Esquivel:
¨ Están recontratando a los disidentes. Venga lo más pronto que pueda¨.
Como mi trabajo estaba organizado, dejé algunas instrucciones escritas para el que se encargara de él y, por fín, abandonamos la hacienda de Ñandhó…

…Continuará Maestra Laura Martha Chávez Carrión.