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viernes, 8 de abril de 2011

NOVELA EN LÍNEA

EL REENCUENTRO
PARTE 2

...En cada pequeño poblado o en los puntos más importantes, había siempre un vigía en la torre de la iglesia y, en cuanto veía brillar la plata con la que cubrían tanto las sillas y el jaez de sus cabalgaduras y sus ropas y sombreros, tocaba “a rebato” para dar tiempo a que las muchachas del pueblo se ocultaran  tras una puerta disimulada (que con frecuencia era abierta por los forajidos para robárselas) o se escondieran algunas de las propiedades valiosas o el oro de los ricos del pueblo.
Yo debo haber tenido unos cinco años, pues María de la Luz,(Lucero), nuestra hermana menor, era una niñita de brazos, pero lo recuerdo perfectamente: Todo mundo corría guardando sus valores en los graneros, enterrándolos o poniéndolos en  el brocal de algún pozo y varias muchachas llegaron para ocultarse en el “cuarto secreto” por cuya puerta, mal disimulada con un ropero alto, pasaban las canastas o la bacinica, mientras los salteadores permanecieran en el pueblo que, según recuerdo, no eran más de cuatro o cinco días. Ya en el último momento, entró corriendo un hombre al cuarto que era sala, recámara y hasta comedor, con una silla de montar, la que ya no hubo tiempo para esconder mejor y mi padre la guardó debajo de la cama; Mamá Merche trataba de arreglar la colcha, cuando sonaron en la puerta de la entrada las espuelas de un hombre que me asustó porque era muy alto y corpulento, con unos grandes bigotes, además llevaba unas ropas negras con muchas cosas que brillaban.
Yo traté de ocultarme detrás de mi mamá, pero el señor me vio e hizo que me acercara.
-          De dónde salió esta “gringa” tan bonita – dijo mientras le daba la mano a mi papá.
-          Es usted el Doctor Mújica ¿verdad? Yo soy Guadalupe Ortega y vengo a ponerme a sus órdenes. Ya sé todo lo que usted ha hecho para ayudar a los enfermos de esta zona y quiero decirle que en mí, tiene usted un amigo.
Mi padre se mostró muy conmovido y lo invitó a sentarse: le ofreció agua o pulque, pero el hombre pidió café, lo que aprovechó mi mamá para irse a la cocina.
Don Lupe, como se le nombraría en casa a partir de ese momento, tomó una silla que colocó frente a la cama y me sentó en sus piernas; con el fuete  que llevaba colgando de la muñeca, levantó la colcha, diciendo:
-Veo que aquí está la silla que acaba de comprar Don Ramón Ugalde, pero no se preocupe doctor, está en su casa y todo lo que esté aquí, para mí es sagrado. Yo robo a los ricos, pero a quien hace el bien como usted, lo respeto.
Luego, viendo que yo temblaba al ver su enorme bigote que subía y bajaba al ritmo de su vozarrón, dijo:
-La gringuita está asustada con este monstruo, pero no te preocupes, Güerita, ya me conocerás y verás que no como niños.- Y riendo, junto con mi papá, me puso en el suelo y yo corrí a buscar a Mamá Merche.
Al cabo de un rato, me llamaron para que me despidiera del señor Don Lupe y cuando mi padre salió a las baldosas a acompañarlo, le puso en las manos una bolsa con dinero.
Estas visitas se hicieron frecuentes y, efectivamente yo le perdí el miedo y permanecía sentada en sus piernas todo el tiempo que él estaba en la casa y hasta llegué a acariciarle los bigotes. Siempre, cuando ya se iba, ponía dinero en manos de mi padre, lo que evidentemente fue de gran ayuda para la familia y sus enfermos.
Pero de pronto, Don Lupe dejó de venir. Yo preguntaba por él y papá me decía que un día u otro llegaría al pueblo, pero no llegó. Mucho tiempo después supe que el gobierno lo había emboscado con toda su gavilla y los habían fusilado; fue entonces que realmente me enteré de todas las atrocidades que hacían con los ricos: les robaban  el dinero, las cosechas, sus animales y, no satisfechos, les robaban también  sus esposas e hijas. Cuando algún hacendado se negaba a entregar sus bienes, era torturado, o colgado de un árbol y entonces entraban a la casa robando y destruyendo todo, llegando a incendiar las haciendas sin importar quién muriera dentro, o bien, eran secuestrados y llevados a algún llano y enterrados hasta el cuello; si en un tiempo determinado no confesaban en dónde tenían su fortuna, eran abandonados a su suerte para que fueran devorados por las alimañas, fundamentalmente por las hormigas.
Yo me pregunto todavía ¿Era este hombre sanguinario el que me acariciaba  la cabeza  llamándome “gringuita”, sobrenombre que se me quedaría para siempre, que me sentaba en sus piernas y daba dinero a mi padre?  Era increíble…
Como esa ayuda se suspendió, volvieron las estrecheces monetarias. El lugar ya resultó insuficiente para los enfermos que seguían llegando continuamente, pues nadie más ofrecía lo que nuestro médico les daba. Él estaba agotado: a todas luces, su salud se deterioraba y decidieron regresar a la ciudad de Querétaro para que se recuperara, pero tardaron en hacerlo porque antes tuvieron que ubicar a los locos: unos fueron entregados a sus familiares o colocados como sirvientes en algunas casas, pero los demás fueron puestos en la calle, dejándolos a su suerte. Todo esto significó un dolor inmenso para la familia y para Pedro, porque Juana y Camila ya eran difuntas, pero no hallando solución a tan grave problema, subieron al carretón que ya tenía sus humildes pertenencias e iniciaron el regreso. Todavía sufrieron un desgarramiento al ver que algunos de sus queridos enfermos habían permanecido a la entrada del terreno, como si esperaran que los llamaran. Partimos pues, bañados en lágrimas.

QUERETARO, MÉXICO
 Llegando a la ciudad, el único alojamiento que encontraron al alcance de sus posibilidades, fue una humilde vivienda en una deteriorada vecindad, que consistía en un enorme cuarto con un tapanco que fue destinado a recámara de las niñas. El cuarto de abajo tenía que ser recibidor, comedor y recámara de los papás, pues la cocina era un cuartito que estaba junto a la puerta,  y que también tendría que ser adaptado como cuarto de Pedro, porque los lavaderos y los baños eran comunes y estaban en el patio.
Nuestro querido enfermo empeoraba día a día, pero no solo él, Mamá Merche también iba declinando: su lozanía se había ido hacía tiempo; las privaciones y el exceso de trabajo que no sólo había consistido en atender  su familia, sino también en ayudar a su esposo en la atención directa a los enfermos, casi en calidad de enfermera, así como cuidando de la alimentación y atención de ellos. También tuvo que ser maestra y preceptora de sus hijas. Como ella había recibido una educación propia de una jovencita de su clase, quiso que nosotras también supiéramos leer, escribir (haciendo bien las letras palmer), sumar, restar, multiplicar y dividir. Nos enseñó francés y música, tocábamos el salterio, la mandolina, el pandero y las castañuelas y con ella, formamos un coro. Además nos preparó como amas de casa, nos enseñó a cocinar como si tuviéramos invitados todos los días, así como a cortar, coser, bordar y tejer, de modo que era natural que sus fuerzas la abandonaran, sobre todo, ahora que tenía que atender a su enfermo y ocupar el lugar de él frente a la familia.
Casi sin darnos cuenta , el tiempo había pasado: Amalita era una señorita, yo creo que como de  dieciocho o diecinueves años y un día que fue al “centro” a entregar unos bordados (a eso se dedicaban todas, porque yo hacía crochet), llegó muy asustada diciendo que un señor la había seguido y tenía mucho miedo. En ese momento tocaron a la puerta y Mamá Merche abrió, y un señor muy elegante, detenido en el umbral, con el sombrero en la mano, dijo:
-          Señora, buenas tardes. Soy su servidor Alfonso Marmolejo. Vi en la calle a una señorita que me impresionó vivamente y por eso me he tomado el atrevimiento de tocar a su puerta. Quiero que sepan ustedes que deseo mantener relaciones con la señorita aquí presente, con fines matrimoniales.
- Señor – respondió mamá – Todo esto tendrá que hablarlo con mi esposo, el doctor Mújica. Pase, por favor.
Hechas las presentaciones, el señor Marmolejo dijo ser pagador del Señor Presidente de la República, por lo que su estancia en Querétaro sería breve, pero que en unos días más, regresaría con su mamá y sus hermanos, para formalizar las relaciones.
Amalita dio su consentimiento, se sirvieron vasos de agua de jamaica y concluyó la entrevista.
Efectivamente, unos cuantos días después, volvió el señor Marmolejo con su mamá, una señora muy guapa, muy elegante y muy amable, a la que no pareció molestar  nuestra pobreza, tal vez impresionada por el cabello y los ojos negros de Amalita, su carita de bondad y su figura distinguida.
Los hermanos, muy elegantes también, deben haber tenido como 15 y 17 años y no hablaron nada.
Se volvió a servir agua de jamaica (no había más), autorizando mis papás las visitas del “señor”, quien debe haber tenido 22 o 23 años, y se fijó la boda para un año después, lo que permitiría a la joven preparar sus “donas”.
Así fue la petición de mano de mi hermana mayor.
 Pero la salud de nuestro querido padre era peor cada día; casi no comía, vomitaba con frecuencia y su color blanco se había vuelto amarillo-verdoso. Estaba tan débil que ya casi no se levantaba de su cama y si se le preguntaba qué tenía, respondía siempre:
-          Tengo una bolita en el estómago que no me deja comer, pero ya va a desaparecer…, no se preocupen, de todos modos, quiero a todas estas mujercitas mías… Y se reía como si nada pasara.
Seguía, como siempre, con la devoción de rezar el Rosario para San Antonio, como lo había hecho durante toda su vida y nosotras con él.
Pero un día se vio que no podía más y nos llamó a todas.
-          Hijitas, ha llegado el momento en que tengo que dejarlas, pero sin dejarlas. Seguramente San Antonio me permitirá, desde donde esté, velar por ustedes. Sólo les pido que sigan siendo tan buenas como hasta ahora y que jamás desamparen a Mamá Merche.
-          Amalita, cuando te cases, no abandones a tu mamá ni a tus hermanas, permanezcan siempre unidas.
No sé que más nos dijo. El dolor y las lágrimas no nos dejaron escucharlo, pero la que más angustia mostraba era mi madre, pues ella sabía que no había dinero para darle una sepultura digna, cosa que nosotras ignorábamos. Estábamos empezando a rezar el Rosario con él,  como siempre, cuando tocaron a la puerta y Pedro, siempre el fiel Pedro, la abrió. Entró un señor vestido de café y preguntó:
-          ¿Está el Doctor Mújica?  Y yendo a la cama, abrazó a papá que estaba mudo de asombro, pues se veía a las claras que no identificaba al visitante. Éste, en cambio, lo abrazó con verdadero afecto diciéndole:
-          ¡Querido amigo! Vine en cuanto me enteré que estaba enfermo.
No nos enteramos de más, porque todos nos retiramos, Pedro a su cocina y nosotras al tapanco, sólo Mamá Merche se quedó junto a la mesa, pero dijo que no escuchó lo que hablaron.
La visita fue breve y papá ya no tuvo fuerzas para enderezarse y abrazar al visitante, pero éste lo abrazó ahí acostado.
Todavía mis padres lamentaron no recordar al visitante, aún cuando para ambos resultaba conocido; se comentó algo sobre el traje café que portaba, pues lo común entre los señores era el negro y nos reímos cuando Lucero comentó que estaba calvo de la coronilla.
Mi padre dijo:- Se parecía a San Antonio…
SAN ANTONIO
En menos de una hora, papá había fallecido.
Mamá, en medio de su angustia, trataba de consolarnos a nosotras y llamó a Pedro para que vistiera a mi padre, pero al levantar la almohada, vio que había un fajo de billetes.
Cayó de rodillas dando gracias al Señor por este milagro,  y convencida, hora sí, de que el misterioso visitante  era efectivamente San Antonio, pues todo coincidía: el traje café, la tonsura y el afecto extraordinario mostrado por el enfermo, el parecido que tanto su esposo como ella le vieron con el Santo y lo más convincente, el dinero, pues ni nosotras, sus hijas, sabíamos de la miseria apremiante en que nos encontrábamos.
Todas nos pusimos de rodillas para orar a San Antonio, agradeciéndole el milagro. Ahora sí, mamá podría sepultar a su esposo con la dignidad que él merecía.
Era el 13 de junio. CONTINUARÁ…

MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Encuentro esta novela muy interesante, ojalá sigan asi.
Felicidades Maestra Laura Martha Chávez C.
Atte: Sr. Perez.