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lunes, 29 de octubre de 2012

NOVELA EN LINEA 20

EL REENCUENTRO 20


... Unos días más tarde, como a las diez de la mañana, hora en que el patio estaba lleno de gente y de gritos, yo estaba tendiendo una ropa cuando vi entrar a un hombre, más bien un muchacho, vestido con calzón y camisa de manta, huaraches, sombrero viejo de palma y un morral terciado; un indio pues.
Sin mirar a nadie ni decir palabra, se fue buscando un número, hasta que llegó al 39, tocó y entró.
Las vecinas, que habían enmudecido con la llegada, soltaron de inmediato mil comentarios llenos de veneno:
-          ¡Vaya! ¿Y ahora este indio ladino de dónde salió?
-          ¡Mira nomás qué facha!…
-           ¡Ni siquiera puede dar los buenos días!…
-          No, pues así pronto nos vamos a llenar de pelados!…
Y mil atrocidades más.
Lo curioso era que en el número 39 vivía una familia de las encopetadas que no se metía con nadie; el señor era sastre y trabajaba en su casa, adonde iban a buscarlo señores bien presentados; la señora se llamaba María y era muy seria, tenían cuatro hijos varones que estarían en primaria y secundaria. Cuando uno se topaba con alguno de ellos, siempre saludaban muy atentamente, pero jamás de detenían a hablar con alguien. Todos andaban muy bien arreglados, por lo que llamó muchísimo la atención que el indio desarrapado hubiera pasado a la casa.
En muchos días no se le vio y las chismosas de la vecindad decían que quizá los Cuevas lo habrían sacado de noche para que nadie lo viera, pero el hecho es que apareció un día saliendo con la señora María. Había dejado su traje de manta y llevaba un pantalón de casimir, una camisa que le quedaba grande y unos botines amarillos.
Los chismes, suposiciones, burlas y chascarrillos, se desataron de inmediato, pero poco a poco nos fuimos acostumbrando a esa nueva presencia en la vecindad.
Entre tanto, usted seguía sus viajes y Lupe lloraba mucho por su ¨infidelidad¨. Carlitos crecía rápidamente, como Aurora y Esperanza y Eduardo iba con alguna frecuencia a ver a sus hijas.
Un día había llegado y, sin decir palabra, se arrodilló ante Lupe  diciéndole, sin poder contener el llanto:
-          Perdóname Lupita. Yo que fui un maldito contigo, no he recibido de ti más que cosas buenas. ¡Cómo voy a pagarte todo lo que haces por mis hijas! Sin ti estarían perdidas. Dime qué puedo hacer para que me perdones.
Le rogó y le rogó, pero Lupe no hablaba. Lloraba, pero no decía una palabra.
Él, desesperado, le rogaba:
-          ¡Perdóname! ¡Perdóname! Te ruego por Dios que me perdones! ¡No quiero morirme sin que me hayas perdonado!
Yo no la oí, pero debe haberle dicho que lo perdonaba, porque Eduardo muy exaltado y sin dejar de llorar, le dijo:
-          ¡Gracias! ¡Gracias, Lupita! Dios te pagará toda esta nobleza!- y al mismo tiempo le besaba las manos.
Ella se levantó, lo abrazó y juntos lloraron.
Después de tanta emoción, mi hijo prometió tratar de ir más seguido a ver a las niñas y aumentar lo que pasaba cada decena para solventar los gastos.
Para ayudar un poco a Lupe con los niños, yo pasaba la mañana con ella, pero por la tarde regresaba a mi casa.
 Una tarde, encontré a Conchita parada en la puerta de la vivienda platicando con el muchacho nuevo. Cuando me dio la mano al presentarse, tuve la sensación de tocar un pescado que se deslizara en mi mano. Esto me causó una muy mala impresión. Supimos que se llamaba José Huízar, era hermano de la señora María y que era de Torreón, a donde no volvería porque no  había ni qué comer. Su cuñado estaba enseñándole la sastrería y le pagaba unos centavos como ayudante.
No parecía mala persona, pero era muy adusto y mal encarado.
Mucho más tarde supe que era hermano de un músico muy importante, compositor de música fina para orquesta que se llamaba Candelario Huízar, el mayor de los ocho hermanos, del que estaba muy distanciado, porque se había venido a México a estudiar y, en cuanto murieron sus padres, se desentendió de la familia, dejándole todo el peso de los seis huérfanos a su hermana Mica.
El siguió trabajando el campo con los otros cuatro hermanos, hasta que la situación se hizo imposible pues villistas y carrancistas que habían luchado contra Huerta desde Torreón, habrán barrido con los campos, sembrándolos de tanta metralla que ya no servían para la siembra. Aunque el general Villa dio las tierras, los que las trabajaban se desperdigaron: unos se fueron con los villistas y otros con los carrancistas. Los que quedaban, como sus hermanos, se fueron al otro lado y Mica tuvo que buscar un mediero para que trabajara lo que le había tocado; pero su hermana María, desde que se casó, le escribía para que se viniera a México y se hiciera sastre como su marido.


Pasados unos dos o tres meses, recibí la sorpresa de que mi hija y él ya eran novios y querían casarse: hablé mucho con Conchita porque ella tenía 22 años y él apenas iba a cumplir 18. Le hice ver que no tenía que apresurarse, porque aunque no hubiera encontrado novio todavía, seguramente no tardaría en hallar uno aunque fuera pobre, pero de nuestra clase, no un ¨indio remediado¨; que se viera en un espejo, si no era una belleza, sí era bonita con su piel blanquísima en la que le azuleaban las venas, su cabello rubio hasta la cintura, sus ojos verdes, era alta y esbelta como figurín y sobre todo, tenía su alegría que la hacía cantar constantemente.
Pero usted sabe que ¨si la mula dice no paso y la mujer, me caso…¨  Nada pudo hacerla cambiar de opinión.
En poco tiempo fueron la comidilla de la vecindad. Me llevaron el chisme de que la señora María había dicho que no permitiría que su hermano se casara con una vieja.
Habían decidido casarse y que él se fuera a vivir con nosotras, haciéndose cargo de la renta.
Quien definitivamente estuvo en contra de ese matrimonio fue Lupe, llegando a decirle a su hermana que sería preferible que se casara con un fifí de barrio o con un ¨pisa bonito¨, antes que con ese mecapalero.
Cuando Conchita le dijo que era su decisión y que a ella no le afectaba, le contestó – Si, es tu vida, pero con el lodo en que te bates me salpicas.- Esto fue determinante para que las relaciones entre ellas  jamás volvieran a ser cordiales.
Se casaron por el Civil y firmamos Eduardo y yo como testigos de ella y María y el señor Cuevas, de él . Lupe estuvo presente en ese acto, pero se fue en seguida, pretextando sentirse mal por su avanzado segundo embarazo. No hubo ningún festejo.
Para mí fue como si no estuvieran casados, porque no había sido por la Iglesia, pero Conchita me aseguró que más tarde se casarían bien, aunque pasaron años para que lo hicieran.
Chepe( como se le llamó desde entonces ), compró una cama matrimonial, una mesa grande para hacer sus trazos, un ropero y dos sillas. Siempre que cosía, lo hacía sentado sobre la mesa, aunque a mí me daba la impresión de que se sentaba ahí para vigilarnos. Nunca fue agradable convivir con él; no era un mal hombre, no tenía más vicio que fumar un pequeño puro cuando no estaba trabajando, pero fue siempre muy callado y mal encarado.
Al año de casados nació Raquel y le siguieron, con dos años de diferencia entre ellos, Gustavo, José y Alberto; cinco años después tuvo mi hija un nuevo embarazo que resultó muy difícil y les dijo la doctora que estaba muy grave y podría morir al dar  luz, por lo que decidieron casarse por la Iglesia. El Padre fue a la casa y los casó, en medio de nuestro llanto, porque temíamos lo peor. Gracias a Dios, cuando nació Lourdes, Conchita estuvo muy muy grave, pero salió adelante.
Sin embargo, aunque los dos trabajaban, su vida siempre fue de miseria.
-Tengo muy presente, cuando me dijo Lupina que ya iba a nacer nuestra hija Estelita y vine para acompañarla, que estaba muy disgustada por la boda de su hermana. Lo menos que dijo fue que ella sabía que con ese hombre, nunca saldría de ¨perico- perro¨.
-Desgraciadamente así fue, Miguel. Para él siempre fue
suficiente hacer un saco a la quincena, en cambio, Conchita se mataba haciendo delantales que yo vendía en el mercado, provocando un enorme disgusto con Lupe, pero yo no podía abandonar a mi hija en su lucha por vencer a la miseria. Siguió comprando telas con los Ocampo que le daban buena calidad y mejores precios y yo logré colocar los delantales en unas tiendas de algunos mercados, lo que me dejaba  mis buenos centavos, ya que desde que Eduardo y Lupina hablaron, se decidió, cosa muy justa, que fuera ella quien recibiera el dinero y yo me quedé sin nada. La venta de delantales permitió, con el tiempo, que Conchita pudiera hacer algunos ahorros.
A poco de haber nacido Raquel, llegó un día un hombre a decirme que Eduardo, mi hijo, estaba internado en el hospital de los Ferrocarriles que recién habían hecho.
Fuimos mis dos hijas y yo, para encontrarnos con un Eduardo desconocido: estaba espantosamente flaco, totalmente enjuto y amarillo. El médico nos dijo que tenía cirrosis y por no haberse atendido a tiempo y por haber seguido tomando, su enfermedad estaba muy avanzada y ya no tenía remedio.
Murió a los pocos días.
Mis dos hijos varones se me habían adelantado.
-          Lupina me puso un telegrama diciéndome lo que pasaba
y que se velaría en la casa, pero no pude llegar más que al entierro. Encontré a las tres devastadas por la pena. He de decirle que me sorprendió mucho la forma tan dolorosa como tomó la muerte de su hermano, de ese hermano que hasta hacía poco era motivo del más amargo rencor.
Fue la primera vez que vi al esposo de Conchita y me pareció un pobre hombre, muy apocado.
- En el fondo, ella quería a su hermano y lo demostró a la hora del velorio: entre las personas que fueron, algunas a las que yo no conocía, llegaron también Lucha y Enrique y cuando éste dijo que Eduardo se había enfermado por tomar bebidas corrientes, Lupe le contestó que¨ lo que en el rico es alegría, en el pobre es borrachera¨, seña de que le dolió mucho el comentario hecho por su querido primo.
Empezó entonces una época de penuria. Lo que me dieron de Pagas de Marcha, apenas alcanzó para surtir de ropa blanca de luto a las niñas, algún vestido negro nuevo para mí y el que sería mi último chal de gasa negra, muy bonito, pero que acabó tornasol, color de ala de mosca, después de muchos años.
Ahora el dinero que usted mandaba no alcanzaba, pues Lupe tenía cuatro niños y para colmo, yo había tenido que ir a vivir con ella, porque Chepe, sin decir nada, demostraba cada día cómo le molestaba mi presencia. Me levantaba muy temprano, como Lupe, y preparaba el desayuno mientras ella se arreglaba y empezaba a atender a los niños; después me iba al mercado a comprar lo de la comida y aprovechaba para entregar los delantales; al regresar ayudaba a preparar la comida y a dársela a los niños, a veces los cuidaba si Lupe salía (lo hacía muy poco y sólo a ver a Lucha, quien ya tenía tiempo de viuda); si ella se quedaba, después de atender a los niños, procuraba ir al Rosario, pasaba a ver a Conchita para que me diera delantales y llegaba a merendar con Lupe. Después de levantar todo, me iba a la cama con un candelero y mi vela para rezar la Letanía.


Muy a su pesar, Lupe fue atrasándose en el pago de la renta y cuando se acumularon algunos meses, don Carlos, el dueño, empezó a decirle que, si ella quería, no tendría que pagar renta.
Era natural que algo así pasara: era una mujer joven y guapa, siempre sola y muy pobre y con cuatro niños. Cualquiera podría pensar que sería también una mujer fácil.

-          Conchita, Conchita, por favor no me avergüence. Podría decir que fue mi culpa, pero era el tipo de trabajo que tenía y el sueldo miserable que debía repartir entre mi esposa, mi madre y mis propios mínimos gastos. Me ardió la cara de vergüenza cuando Lupina me dijo que ¨le había dado tiempo para tener novio y romper con él¨.
-          Tuve que ir al Monte de piedad a empeñar los últimos bordados que quedaban de Lupe, que tantas veces habían ido y venido y que ahora ya no regresarían, para pagarle algo a don Carlos y buscar una nueva vivienda.
La que hayamos estaba en la calle de Lecumberri, número 73, esquina con Ferrocarril de Cintura y a dos calles de la Penitenciaría.
Ocupamos la vivienda número 6 que estaba en el 2º piso y que tenía una azotehuela grande, con la cocina a la derecha, lavadero junto a ella y del lado izquierdo un baño con regadera y calentador de leña o ¨combustible¨; tenía un recibidor muy amplio, del lado derecho estaba el comedor, a la izquierda una recámara y al fondo dos más una de cada lado, con ventanas a la calle.

Calle de Lecumberri

Era la casa más grande que habíamos tenido, pero los primeros meses estuvimos sin luz eléctrica, porque no hubo dinero para pedir que la conectaran. Fue ahí cuando todos sufrimos el que de pronto nos apagaran las velas, escuchando el soplido.
-          Yo también lo padecí cuando estuve en México por la enfermedad de mi madre. Cecilia me había hablado por teléfono a Cananea para decirme que se había hinchado mucho y que el médico ya no daba esperanzas porque su corazón estaba muy mal. Hacía dos años, cuando nació Mariana, mamá Remeditos se puso muy contenta pensando que esta niña se parecería a mí, que veía todo, en todo se fijaba y no hacía ruido, como si estuviera observando y que así había sido yo. – Vas a ver – me dijo – cómo ella sí va a ser como tú, una tonta soñadora.- Tal vez por eso se había encariñado mucho con la niña, aunque Estelita era muy bonita, con cabello castaño y ojos verdes y Mariana era rubia, pero con ojos y cejas negras, mi madre siempre tuvo preferencia por la chiquita.

Como usted recordará, mi hermana se había casado muy jovencita con un hombre casi tan joven como ella, Eulalio Domínguez que trabajaba en un hospital, ni siquiera de enfermero como le había dicho, sino de afanador, de modo que ella siguió trabajando como modista, aunque ahora ya tenía dos niños, Miguel de cuatro años y Jorge de dos, como Mariana.
La muerte de mi mamá se dio dos o tres días  después de mi llegada, lo que siquiera me permitió tenerla entre mis brazos en el momento final, aunque esto no fue ningún consuelo ante el dolor de su partida, dolor que arrastraría durante el resto de mi existencia.
Al volver al trabajo, con más desesperación me hundí en el estudio. Aparte del dolor por la pérdida de mi madre, estaba el dolor por el rechazo, los reclamos injustificados de Lupina y sus exigencias de un dinero que yo no ganaba. Había leído mucho sobre Historia, sobre todo de Francia, en unos libros magníficos, enormes, como de 45 cm. de alto, editados en España en papel cebolla con unas ilustraciones maravillosas y pastas de piel roja, pero desgraciadamente olvidé de qué autor, pero en la misma colección conseguí un tomo sobre la ¨ Conquista de Méjico ¨ (con j), de Emilio Castelar, lleno de falacias, como que los conquistadores habían hallado un ídolo al que los indígenas adoraban, que era una rana de oro de 20 metros de altura (¿cuál sería su ancho?), cuando todos sabíamos que los dioses que adoraban estaban tallados en piedra, porque el oro no tenía para ellos, más valor que el ornamental.
Pero a lo que me dediqué sobre todo, fue al estudio de religiones y sectas, siempre incrementando mi afición al cigarro.
Del espiritismo que aseguraba que las almas de los muertos podían ser invocadas por un medium para  comunicarse con los vivos, pronto me decepcioné, como le había sucedido a mi amigo Luis Ernesto.
Me acerqué a los Hermanos de la Rosacruz, porque según decían, podían adquirir una luz interior que les permitía penetrar los misterios de la naturaleza; pero ya ahí encontré que tenían un Imperatum que ejercía una autoridad absoluta, cosa que me molestó y no encontré, o no supe buscar esa luz interior y me decepcioné.
Con muchos trabajos logré ingresar a una Logia Masónica,
sabiendo únicamente que es una asociación secreta cuyos miembros se llaman hermanos y que tienen como símbolo el compás, la escuadra y el Ojo de Dios; el número clave es el 33 y la máxima autoridad es el Muy Venerable o Soberano Gran Comendador que se alcanza después de  los 33 grados o más, según la Logia, pero todos escriben el título de su mandatario, abreviando el nombramiento, por ejemplo S  G  C, seguida cada letra de tres puntos que forman un triángulo; usan mandiles o collares de acuerdo al rango al que pertenecen y emplean un lenguaje basado en el Esperanto para sus escritos.

Se dice que datan de la época de los Templarios, monjes llamados así porque el primer recinto que tuvieron estaba colocado junto al Templo de Salomón, pero que adquirieron fama de muy sanguinarios pues a sus enemigos políticos los asesinaban, organizando verdaderas carnicerías, por lo que sembraron el terror en la Edad Media.
También se dice que se originó entre maestros albañiles de la misma Edad Media que con el tiempo permitieran a grupos ajenos a la albañilería entrar a sus logias y que poco a poco se adueñarían de ellas los grupos de poder, para aumentarlo o consolidarlo y ejercerlo a sus anchas desde las sombras.
Además me percaté de que era un cónclave en el que se discutía la política del país, haciendo la distribución de puestos políticos, asignando los principales a quienes mayor influencia tenían, fuera por sus relaciones sociales o políticas, o fuera por su dinero.
Cuando me di cuenta de que había que rendirle pleitesía a los superiores como si de verdaderos reyes se tratara, me decepcioné: Yo no buscaba a quién adorar, buscaba tan sólo dilucidar a Dios.

Entre tanto había leído, no leído, ESTUDIADO la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, llenando mi libro de anotaciones que me parecieron oportunas; leí también EL Corán, hallando gran similitud en los preceptos morales.


Profundicé lo más que pude en otras doctrinas, que no religiones, como el Budismo y el Hinduismo, así como en la Filosofía China.
-          Pero Miguel, ¡usted era católico!
-          Sí Conchita, pero a esas alturas me había convencido de que si ¨perro no come perro¨, ¨cristiano sí come cristiano¨, y al decir cristiano me refiero a todas las sectas o doctrinas que derivaron del verdadero Cristianismo, de la doctrina predicada por Cristo y que tan desvirtuada ha sido a través de los años por los creyentes y por el mismo Clero.
Cuánta gente hay que va a Misa cada ocho días y comulga, pero al salir olvida todos los preceptos religiosos y trata de tener el mejor puesto o los mejores ingresos, aunque tenga que pisotear a su mejor amigo.
¡Quién se conduele y ayuda al miserable!
Todo este conocimiento me llevó a desear que se formara una nueva religión, tomando lo mejor de cada una de las conocidas: del Judaísmo, la creencia de un solo Dios y la obligación de ayudar a los demás, pero no solamente a los de mi misma secta o nacionalidad, sino a toda la comunidad. Del Islamismo tomar la reverencia a Dios, apoyando a los demás, sin tratar de exterminar a los ¨ infieles ¨. Del Cristianismo, el amor al prójimo, como si de uno mismo se tratara, tal y como Cristo lo predicara y practicara. Del Budismo el desapego a las cosas materiales, evitando así el dolor por no poseerlas, porque se dice que la felicidad no es poseer, sino no desear, buscando en esta forma el acercamiento a la Divinidad, recurriendo siempre a la Compasión por el sufriente; pero a la verdadera compasión, diferenciándola, como dice Stephan Sweig, de la ¨ impaciencia del corazón ¨que es la que, aunque te conmueve, te impele  a alejarte para evitar el malestar que sientes, mientras que la verdadera compasión te lleva hasta el sacrificio de tus propios sentimientos para ayudar al que sufre. Y del Hinduismo, el maravilloso respeto a la vida, no sólo a la humana, sino a toda manifestación de vida en la naturaleza, así se trate de animales pequeños o grandes y de todas las plantas, agradeciendo y admirando su utilidad o su belleza. De la Filosofía China se tendría que seguir la búsqueda de la superación espiritual del hombre.

Pero además, para esa nueva religión habría que elegir un jefe, director o guía que lo fuera por sus conocimientos y capacidad para practicar todos estos preceptos efectivamente, con la personalidad y el carisma necesarios para poder congregar a multitudes, guiándolas con su ejemplo y sus palabras, sin buscar el boato, la riqueza o el exhibicionismo, sin necesidad de recurrir a los suntuosos ornamentos que se acostumbran para distinguir a los diferentes Jerarcas, quienes además, han acumulado riquezas a través de los siglos, empleando ese derroche para ayudar a los desprotegidos, porque al fin el hombre, encumbrado o no, es sólo un hombre y SOBRE TODO, ESO, UN HOMBRE; pero que permitiera a cada uno de los demás elegir la práctica religiosa que quisiera seguir, sin buscar servidores personales, sino seguidores idiomáticos convencidos por él mismo.
Yo sé que ¨el que a la Iglesia sirve, de la Iglesia vive ¨, pero ¿se necesitan coches de lujo o capas rebordeadas de oro o tiaras de oro con piedras preciosas? ¿Adónde quedó la humildad de Cristo?
Fue Juan Jacobo Rousseau el primero en decir que ¨El hombre ha nacido libre y por todas partes se encuentra en cadenas ¨.  Según él, se debe despertar a los seres pasivos para que participen en las decisiones colectivas, buscando El  YO COMÚN. Pero el hombre, desde que nace, tiene cadenas que le imponen la sociedad, las costumbres, pero sobre todo, la religión y la política que controlan su pensamiento y su actuar, impidiéndole elegir por sí mismo.

 

Desde siempre, el hombre lo que ha necesitado es la adquisición de conocimiento por medio del estudio, para saber qué es lo que le conviene y qué es lo que él quiere.
Si todos los hombres nacen libres e iguales ¿por qué hay quienes tienen que sufrir la explotación del hombre por el hombre?…
 Como usted sabe, yo siempre fui creyente: hasta mis últimos días expresé: Yo digo Dios, y tiemblo…Pero no por miedo. Nunca creí en un Dios iracundo o vengativo, sino en un Dios amor y comprensión.
Yo temblaba ante su grandiosidad y magnificencia y por supuesto que sabía que mis deseos de una nueva religión como soñaba, no eran más que una utopía.
Porque siempre pensé que se le nombre Jehová, Alá, Zoroastro o como se quiera, es DIOS. Y aunque sus representantes sean Moisés, Cristo. Mahoma, Buda,  Krishna  o Rama. La esencia es la misma: ¿no existen Brahma, Vishnú y Siva como la Trimurti, como están Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo como la Santísima Trinidad?
Ya lo dijo A.J. Cronnin en La Ciudadela: ¨En el cielo no hay puertas¨. 


- Todas estas reflexiones siempre acababan por hacerme sentir la profunda soledad que me rodeaba, porque difícilmente podía compartirlas con quien habría querido hacerlo, con Lupina, si ella hubiera sido capaz de comprenderme.
- Pero usted no estaba solo…
-          No Conchita, no puedo negarlo. A estas alturas ya no estaba solo…Habían sido muchos años de soledad…
Durante mucho tiempo estuve dedicado por completo al trabajo, recorriendo toda la costa del Golfo, por cierto que en Minatitlán hubo una fiesta de Carnaval y tuve la nefasta idea de mandarle a los niños, para que jugaran, gorros, cornetas y silbatos y, cuando llegué meses después a la casa, Lupina los sacó de donde los había escondido, para romperlos delante de mí, diciendo que, mientras yo andaba en francachelas con amigos y amigas, mis hijos se morían de hambre. Y la verdad era que sí, tuve ¨amigos y amigas¨ y hasta algunas relaciones, pero totalmente circunstanciales: mis únicos amigos eran los de siempre, los del D.F., porque para entonces, mi amigo Luis Ernesto había muerto de un ataque al corazón por lo que me sentía más solo que nunca.
Viví cosas muy interesantes, es cierto que todas las experiencias que tuve en mis viajes valieron la pena: nada tan impresionante como lo visto en Catemaco; ahí sí que vi la brujería muy de cerca.

Catemaco

Todo mundo sabe que es un verdadero nicho de brujos, pero para ponerse en contacto con ellos hay que ganarse la confianza de los suyos.
Me dijeron que para llegar al Maestro Rutilo, tenía que ir dos o tres veces a comer a determinada barraca de las que están a la orilla de la laguna vendiendo comida y hacer plática con la dueña desde el primer momento, para que me fuera conociendo, de modo que fui a comer y luego luego entablé la plática con ella, una mujer gruesa que fumaba puro, alabando sus guisos; le platiqué de mí, de mi familia, de lo que extrañaba, de mi trabajo, sin preguntarle nada.
Al día siguiente, durante el desayuno nada más la saludé, pero me di cuenta de que me observaba. Por la tarde, cuando acabé de comer y encendí mi cigarro, se acercó y me pidió un cerillo para prender su puro y yo le dije que se sentara a fumar conmigo. Me dijo que por qué no consultaba con alguien que pudiera hacer que mi mujer se acercara a mí. Aproveché y le dije que esa era mi intención, que alguien me había hablado del maestro Rutilo, pero que no tenía idea de cómo buscarlo. A la hora de la cena se sentó junto a mí, diciendo que estaba tratando de saber en dónde estaba don Rutilo, que tal vez al día siguiente me podría dar el dato. Por la mañana fui a desayunar temprano porque tenía que ir a trabajar y le pedí que por la tarde, después de la comida platicáramos.

-          Pero la verdad es que usted no se enteraba de nada de lo
que sucedía en la casa; fueron tiempos muy difíciles en todos sentidos: para Lupe la presencia de Aurora y Esperanza era insoportable, todo el tiempo me reclamaba el que no le ayudaran en la casa, haciendo hincapié en lo que gastaba en ellas de lo que le correspondía a sus hijos. Yo entendí sus razones y busqué un internado; lo único que hallé fue un convento de monjas en el camino de Tlalpan, que me quedaba muy lejos de la casa, pero al menos podía ir en el tranvía; además ahí tenían Primaria y cuando las internas la acababan, podían salir para seguir estudiando o bien, quedarse en el convento hasta que les consiguieran trabajo de sirvientas.
Aurora entró a tercer año y Esperanza a primero. Pero a pesar de tener sólo siete años, esta niña era muy rebelde, voluntariosa y berrinchuda, por lo que generalmente, cuando iba por ellas los sábados cada quince días, Aurora me decía que su hermanita estaba castigada y no podía salir ni yo podía verla. Esto me angustiaba muchísimo, además de que Aurora, llorando, me decía que casi todos los días, la monja del dormitorio golpeaba mucho a Esperanza. Efectivamente, las pocas veces que salía, podía verle moretones en la cara, los brazos y las piernas por los pellizcos de la monja y verdugones porque la golpeaban con un cable de luz, pero no podía hacer nada, porque era escuela de caridad para niñas huérfanas y por supuesto no era la única a la que golpeaban. Aurora no padeció  eso porque siempre fue muy dócil y callada, pero sufrió mucho por su hermana.
Una tarde, después de la comida, unos toquidazos en la puerta nos hicieron saltar: era un hombre que traía a las niñas y que nos dijo que, por orden del gobierno, los conventos tenían que ser desalojados; que era el jardinero y que las madres le habían encargado entregar a todas las niñas porque ellas se iban esa misma noche a Estados Unidos en el ferrocarril. Creo que todavía era presidente Álvaro Obregón. El caso es que fue una enorme contrariedad para Lupe y para mí, una terrible angustia.
No podía hallar una solución. Aurora estaba acabando el sexto año y Esperanza el tercero.
El siguiente curso lo llevaron en una escuelita particular, que abrió una profesora Lucía, pero naturalmente no le dio certificado de sexto a Aurora.
Carlitos estaba en una escuela de gobierno, pero era sólo para niños. Estelita iba en tercero de kinder y Marianita en primero, por eso tuve que recurrir a la Señorita Lucía.
Cuando terminó el sexto año, mi niña no pudo seguir yendo a la escuela, porque no había dinero y entró a trabajar en la tiendita de la esquina, ayudándole a la dueña. No era una niña tonta: en la tienda había teléfono y ella buscó en el directorio el apellido de su mamá, Robledo, como no era un apellido común y muy poca gente tenía teléfono, localizó a una prima de su madre. Al saber de quién se trataba, le dijo que ella no sabía nada de Elvira; se comunicó varias veces con su nueva pariente sin que yo estuviera enterada, pero cuando le dijo que quería conocerlas. Aurora tuvo que decírmelo y el domingo siguiente las llevé para que conocieran a su nueva tía, todo esto sin decírselo a Lupe, pero como generalmente yo sacaba a las niñas los domingos, no hubo ninguna dificultad.
Encontramos a una señora mayor que tenía tres hijas que eran maestras de escuela y dos hijos que trabajaban. Su esposo era bastante más grande que ella y ya no trabajaba, pero sus hijas eran las que los mantenían. Se llamaba Leocadia Robledo de Bustamante y tanto ella como su esposo, Agapito Bustamante, fueron muy amables y parecieron encantados de conocer a las niñas. No tuvimos oportunidad de conocer a sus hijos.
Doña Leocadia nos dijo que, desde que Elvira se había ido con Eduardo, toda la familia decidió olvidarse de ella, porque le habían dicho que esperara porque se veía que él estaba muy enamorado y seguro se casaría, pero no oyó a nadie y se escapó con él.


CONTINUARA...
MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.

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