/

viernes, 24 de junio de 2011

NOVELA EN LÍNEA PARTE 6

EL REENCUENTRO PARTE 6
...Una familia  me alquiló, en su ranchito, un cuartito en donde estaban los utensilios de labranza y yo ayudaba a la patrona en la cocina y con las hortalizas. Cuando llegó el momento de “aliviarme”, ella me ayudó y salimos adelante mi hijo y yo, aunque estuve bastante mal porque tuve una hemorragia.
A los pocos días, cuando ya estuve recuperada, le pedí a los dueños de la casa que fueran padrinos del niño; lo llevamos a la capillita que estaba cerca de la pirámide y el Padre lo bautizó con el nombre de Eduardo Mondragón y Mújica, pues quise seguir con la tradición de llamar al primer hijo, con el nombre del hermano mayor de su padre.
Así pasaron tres años y meses, durante los cuales Lolita y yo nos comunicábamos por carta: supe que Tilo no quería saber nada de mí, su esposo ya le había dicho que su hermano era flojo, desobligado, mujeriego, pero sobre todo, borracho, pero ella consideraba que lo que yo tuviera que sufrir, era un castigo de Dios a la infamia que había cometido, fugándome con el primero que me lo había propuesto. Amalita, por su parte, no estaba en contra mía, pero su marido le había prohibido escribirme, porque era yo un mal ejemplo para sus hijas. Sólo Lolita me seguía considerando su hermana, pero me decía que su situación económica era muy mala; todos sus hijos estaban en la escuela y  los dos mayores que ya eran unos jovencitos, eran mensajeros en unos despachos, pero lo que les pagaban era miserable; el dinero que había dejado el señor Escalante se había acabado, y aunque su suegra le ayudaba un poco, tampoco era gran cosa porque su propio dinero se iba agotando.
 Como se dio entonces una epidemia de tifo que asoló a la ciudad de México y las tres niñas de Lolita cayeron en cama, posiblemente contagiadas por la sirvienta, que también estaba en cama y muy grave, mi hermana me pidió que fuera a ayudarla, no con las enfermas a las que ya tenía aisladas en su propia casa, sino con los muchachos que necesitaban seguir yendo a la escuela y al trabajo.
Naturalmente, en cuanto recibí su carta, me despedí de mis “compadres”, asegurándoles que tan pronto pasara la emergencia, regresaría, y con mi niño y mis pocas pertenencias, tomé la diligencia que me llevaría de regreso a la capital.
Naturalmente que iba con miedo al contagio, sobre todo por mi hijo, pero no podía negarle nada a esa hermana que lo había sido en las buenas y en las malas.
En cuanto llegamos, siguiendo las indicaciones de Lolita, todo fue lavar con creolina hasta el último rincón y quemar con alcohol lo que las enfermas usaban. Felizmente los muchachos me recibieron con mucha cordialidad y agradeciendo lo que hacía al mantener la casa muy limpia, preparar la comida y arreglar la ropa, y hasta me ayudaban a distraer a mi hijito que los conquistó de inmediato con sus caireles rubios y sus ojos verdes.
Juntos rezábamos todas las tardes el Rosario, pero ellos se lo dedicaban a la Virgen María, no a San Antonio, como yo seguía haciéndolo.
Mientras tanto, Lolita casi no salía del cuarto en el que había encerrado a las niñas, lavando también constantemente todo con creolina o alcohol, ya que a la sirvienta se la habían llevado en el carretón al hospital.
Las niñas se recuperaron, aunque quedaron muy flaquitas y amarillentas; pasada la cuarentena, le dije a Lolita que  iba a salir a vender los tejidos que había acumulado durante mi estancia en su casa, para tener algo de dinero y buscar un cuartito, pero ella insistió en que, aunque tuviera yo el dinero, no debía abandonar su casa, que sus hijos se habían encariñado con Eduardito y conmigo y que todos estaban dispuestos a compartir sus estrecheces con nosotros. Acepté encantada, con la condición de que seguiría con la venta de mis tejidos para ayudar un poco con los gastos. Así fue: permanecimos  unos meses en su casa, disfrutando plenamente de su armonía y buena voluntad. Yo me sentía feliz de haber recuperado mi ambiente familiar y el niño, aunque voluntarioso y caprichudo, era feliz jugando con sus primos.
Pero nada es para siempre…

Un malhadado día, se presentó Gerardo, mi marido, para exigirme que lo siguiera. Por Eduardo se había enterado del niño y del sitio adonde estábamos y llegó argumentando exaltadamente sus derechos de padre y marido.
Para evitar escenas violentas a mi hermana y a mis queridos sobrinos, no tuve más remedio que poner nuestra ropa en una red, y seguirlo.
Había alquilado un cuarto en algo así como una casa de huéspedes, en el que sólo había un catre y dos huacales de palo  de los que se usaban para la fruta, por lo que Eduardito y yo tuvimos que dormir en el suelo sobre un jergón. Podíamos usar la cocina si teníamos carbón  y comida qué preparar. Como carecíamos de ello, comprábamos tortillas, y, a veces, dependiendo de lo que yo vendiera, arroz o frijoles en una fonda. Lo único que yo le exigía era la leche para el niño, pues daba mucho trabajo que comiera lo mismo que nosotros, y para dársela caliente, le pedía a alguna de las huéspedes que me dejara usar su lumbre. Había quien lo hacía con buena voluntad, pero otras accedían demostrando su disgusto y yo fingía no darme cuenta, Así es la necesidad.
Él salía, diciendo que iba a buscar trabajo. Algunas veces regresaba con algunas monedas, pero siempre oliendo a alcohol.
Además, le decía al niño que ellos eran los que mandaban en la casa, porque eran los hombres; que las mujeres no teníamos derecho a hablar porque éramos tontas y teníamos la obligación de servirlos. De nada servía que yo le dijera que con eso estaba dañando al niño y también a mí que era la que batallaba con su mal genio. Lo único que lograba era que se burlara de mí o me amenazara con golpearme, cosa que nunca hizo.
Pronto se desesperó y decidió regresar a Veracruz, donde siempre había un lugar para alguien que quisiera ser estibador. Con mi ayuda, completó lo de su pasaje y nos dejó encargados con la dueña de la casa, asegurándole que cada mes le enviaría lo del alquiler.
La señora Tina  me había tomado afecto, y yo creo que por lástima, aceptó que nos quedáramos, diciéndole que si él no cumplía, nos pondría en la calle.
No quiso que lo acompañáramos a la Estación de Nonoalco, pues para entonces ya se habían regularizado las corridas a Veracruz, lo que hacía mucho más rápido y cómodo el viaje; yo habría querido ir, porque no conocía la Estación, pero como empezaba a enojarse, argumentando que me podía hacer daño (ya sabía que venía en camino un nuevo hijo), lo dejamos ir solo.
Con muchas limitaciones, pero pude ir mejorando nuestra vida: aunque de segunda mano, pude comprar un colchón matrimonial de resortes; compraba un poco de carbón y, cuando tenía que tejer algo especial, podía poner a cocer frijoles que le gustaban mucho al niño, al que podía darle leche todos los días. Sin embargo, su carácter era irascible y violento y cuando yo no cumplía sus caprichos, gritaba y golpeaba lo que tenía cerca.
En febrero de 1888 nació Lupita. Aunque le mandé un correo urgente a Gerardo para que me ayudara con el gasto de la partera, nunca recibí respuesta suya, de modo que tuve que recurrir a doña Tina para que me prestara el peso cincuenta que me costaba la atención de una de las primeras “Médico – Cirujanas” que hubo en México. Se llamaba Beatricita, pero su apellido lo olvidé, porque siempre la llamé por su nombre de pila; fue un envío de la Providencia pues no sólo me asistió en mis otros partos, sin cobrarme apenas lo indispensable como algodón, alcohol, gotas para los ojos, sino que llevó su generosidad al extremo de ofrecerme su casa, comprometiéndose a trabajar para mí y mis dos niños. No acepté, aunque le agradecí entonces y para toda la vida, su extraordinaria bondad.
Otro calvario empezó entonces…
CONTINUARÁ…
MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.

sábado, 4 de junio de 2011

NOVELA EN LÍNEA PARTE 5

EL REENCUENTRO PARTE 5
...Ahí pasó varios años y, cuando se inauguró “La Castañeda”, fue trasladada y enterrada en vida por su esposo, que no volvió a verla, ni permitió que la niña la visitara jamás.

Sólo nosotras, sus cuatro hermanas, íbamos a visitarla cuando nuestras ocupaciones nos lo permitían. Había momentos en que nos reconocía, pero poco a poco nos fue olvidando, hasta que ya no nos reconoció y cuando nos veía, permanecía callada.
Debido a las circunstancias, también nosotras fuimos espaciando nuestras visitas.
Sin embargo, su vida fue larga, pues aunque su situación era deplorable, vivió hasta los ochenta y un años.
-          ¿Y la niña? ¿y su esposo?
LA CASTAÑEDA
-          ¡Ay Miguel! ¡Pobre familia!- Desde el día que llevaron a Lucero al Manicomio, llegó Micaela Vega, “la tía Mica”, a hacerse cargo de la niña y de la casa, de modo que nosotras ya no teníamos lugar ahí.
Micaela, de veintinueve años, era ya la tía solterona, por lo que decidió dedicarse a su hermano alcohólico y a su sobrina huérfana, como ella decía. Parece que nunca tuvo un verdadero cariño por la niña, aunque sí por su hermano, el cual se hundió totalmente en el vicio y pasaba varios días perdido, hasta que algún conocido avisaba en dónde estaba tirado o lo mandaba con algún cargador; pero en cuanto en su casa lo bañaban y arreglaban, buscaba la manera de escaparse. Así pasaron los años, hasta que un día, después de pasar varios días en piqueras y pulquerías, cuando entre dos cargadores lo llevaron a la casa, no lograron que despertara y falleció. El doctor dijo que fue una congestión alcohólica.
Nos fue imposible seguir viendo a Lucrecia, hasta que varios años después, ella nos localizó.
Se había casado a los 17 años por huir de la tutela de la tía Mica, que se fue a vivir a casa de otro de sus hermanos. La verdad, aquella cicatriz  de la herida hecha por su madre, la hacía ver muy fea con el labio plegado. Según nos dijo llorando, nadie se había acercado a ella, salvo el que fue su marido, un hombre que no tenía oficio y que hacía trabajos esporádicos.  Tenía dos hijas, jovencitas; como su esposo era “librepensador”, no quiso que fueran bautizadas y las llamó “Delicias del vivir pensando” (Deli) y “Luz del conocimiento” (Lucha) y además, como el hombre libre no debe acumular riquezas, había vendido la casa y huido con otra mujer, por lo que ahora las tres trabajaban.
Nos vimos unas cuantas veces más, pero después la perdimos.
-          Y qué fue de Tilo y usted.
-          Entre Tilo y yo, la rivalidad se había acrecentado. En una ocasión fuimos a un baile que se daba por el cumpleaños de nuestra amiga Licha, que vivía a una calle de nuestra casa, y conocimos a dos hermanos: el más joven, Gerardo, era muy guapo, rubio, de ojos azules, y muy alegre, en tanto que el mayor, Eduardo, era moreno, de bigote y muy serio. Ni siquiera reía las bromas de su hermano, por el contrario, parecía  que le molestaba tenerlo cerca. El azar hizo que el primer baile nos tocara ser pareja a mí, de Gerardo y a Tilo de Eduardo. Gerardo de inmediato me arrebató el carnet y se inscribió para toda la noche, en tanto que Eduardo parecía que bailaba con Tilo como por compromiso y cuando en los descansos nos reuníamos los cuatro, yo notaba que mi hermana trataba de llamar la atención de mi pareja.
Al terminar la fiesta, siguiendo las buenas costumbres, nuestra amiga Licha y uno de sus hermanos, nos acompañaron a la casa, pero un poco atrás iban Eduardo y Gerardo Mondragón.
A partir del día siguiente, ambos se presentaron en nuestra puerta, pero como éramos solas, no podíamos recibirlos, por lo que sus visitas eran por el balcón. Nosotras nos sentábamos en la saliente del balcón y ellos permanecían afuera de pie, hasta que alguien, no recuerdo quién, sugirió que empleáramos los dos balcones de la vivienda. Fue en ese momento en el que me di cuenta que los dos estaban interesados en mí, pero yo había elegido a Gerardo de antemano. Eduardo, muy caballerosamente, siguió un noviazgo con Tilo y en menos de un año le pidió que se casara con él, pues  trabajaba en las oficinas del ferrocarril y tenía un buen sueldo que le había permitido ahorrar para poder casarse.
Gerardo, en cambio, no hablaba de matrimonio. Juntos la pasábamos muy bien, riéndonos todo el tiempo, pero nunca hablaba de casarnos.
Cuando Eduardo y Tilo se casaron, Amalita me ofreció su casa porque yo no debía vivir sola y menos teniendo novio, pero yo no podía volver a vivir en la casa del señor Marmolejo y Lolita había enviudado recientemente y se había quedado con muchos hijos: Félix María, adolescente que más tarde sería ingeniero; Ángel María, después abogado; Manuel María que fue el pobre de la familia, aunque como sus hermanos estuvo en la Escuela de Altos Estudios, pero no fue más que “poeta”. (Él consignó en un extenso poema, la presencia de San Antonio en el lecho de muerte de mi padre). Hubo tres niñas, Aurorita, María y Lupe, quienes hicieron buenos matrimonios que era para lo que se habían preparado, les seguían Jesús María, sacerdote Jesuita y el más pequeño, José María, abogado, que quedó de meses cuando murió su padre. Era imposible que Lolita pudiera tenerme consigo.
Tilo nunca me ofreció su casa. No tendría más remedio que buscar un cuarto adonde vivir, si lograba mantenerme.
No tuve más que convertirme en el lunar de la familia.

Gerardo me propuso que me fuera con él a Veracruz, donde le habían ofrecido un trabajo.
Yo habría querido tener una boda como las de mis hermanas, pero mi situación era desesperada, por lo que acepté irme con mi novio, claro que teniendo su promesa de que nos casaríamos en Veracruz.
EL PUERTO DE VERACRUZ
Al llegar al puerto me di cuenta de que no había ningún trabajo esperándolo. Con lo poco que llevábamos conseguimos un cuartucho para vivir y él empezó a trabajar de estibador, pero  al salir del trabajo, se iba con sus compañeros a la cantina a emborracharse, gastando lo poco que había ganado y cuando se sentía cansado, no iba al trabajo. Empezamos a padecer  hambre, un hambre real; ni siquiera tenía carbón o leña para encender una lumbre, menos tenía para comprar frijoles o tortillas. No tuve más que ponerme a tejer para conseguir algo de dinero para comer, pero las ventas eran muy escasas debido al calor del puerto. Volví a hacer carpetas y servilletas, pero apenas si me alcanzaba para engañar al hambre.
Un día, alguien me ofreció un trabajo de ayudante en una fonda y lo tomé. Cuando Gerardo lo supo, se enardeció, diciéndome que lo estaba poniendo en vergüenzas, que nuestra categoría no permitía que yo tuviera ese tipo de trabajo, y no sé qué más, pero yo ya había decidido reunir un poco de dinero para poder pagar la diligencia y tener para vivir algunos días e irme de regreso a la capital, porque me había percatado de que estaba embarazada y no quería que mi marido se diera cuenta.
Así lo hice. Cuando él se fue en la mañanita temprano al puerto, después de su borrachera, tomé mi poca ropa, hice un atado y me fui al paradero, pero en el camino pensé que cuál de mis hermanas estaría dispuesta a ayudarme, después de la vergüenza que les había hecho pasar y decidí no llegar a la capital.
Recordé entonces cómo me gustaba el cielo azul de Querétaro cuando nos llevaron mis papás, la bondad de su gente y su discreción. Estaban  los grandes sembradíos de aguacate, de maíz, de nogales, sus  fuentes, su maravilloso acueducto,  sus paseos tan bellos, sus hermosos amaneceres y sus puestas de sol… y además, como la diligencia iba casi a campo traviesa porque había que rodear muchos pueblos, lo que hacía el viaje muy largo y muy pesado, con todos los riesgos que eso significaba, el costo no era tanto.
Y me fui a Querétaro…
Continuará…
Maestra Laura Martha Chávez Carrión.

CHARTS JUN 2011


CHARTS
1*   INGLÉS   ENGLISH
ROLLING IN THE DEEP
ADELE
2    
GIVE ME EVERYTHING
PITBULL FEAUTURING NE-YO, AFROJACK & NAYER
3    
E.T.
KATY PERRY FEAUTURING KANYE WEST
4     
ON THE FLOOR
JENNIFER LOPEZ FEATURING PITBULL
5    
JUST CAN’T GET ENOUGH  
THE BLACK EYED PEAS
6    
THE LAZY SONG
BRUNO MARS
7    
TILL THE WORLD ENDS
BRITNEY SPEARS
8    
THE EDGE OF GLORY
LADY GAGA
9    
PARTY ROCK ANTHEM
LMFAO FEATURING LAUREN BENNETT & GOONROCK
10  
I’M ON ONE
DJ KHALED FEATURING DRAKE, RICK ROSS & LIL WAYNE