EL REENCUENTRO 4a PARTE.
...Desgraciadamente, ahí empezaron nuestras dificultades porque los bordados de pintura a la aguja o del punto de sombra, habían dejado de tener demanda o la gente no quería pagar un precio justo, en tanto que el crochet se vendía con más facilidad, tal vez porque era más barato. Aunque el dinero que conseguíamos era para la casa, Tilo empezó a decirme que yo no ofrecía sus bordados y que ella no tenía dinero propio y estaba de arrimada en la casa.
Entre tanto, la vida de Lolita se desarrollaba plácidamente, aunque el sueldo del señor Escalante no daba para mucho.
EL PALACIO DE HIERRO |
Su mamá exigía que se hicieran tertulias para que los recién casados no perdieran contacto con la gente de alcurnia; para eso, tenían que aceptar que la señora llegara con cortinas, colchas, juegos de copas o ropa para ellos, que sacaba a su cuenta del “Palacio de Hierro”, pero que su hijo tenía que pagar, lo que hacía que el dinero escaseara. Esto hacía que Tilo y yo nos sintiéramos incómodas, pero ellos, pese a sus problemas, nunca aceptaron dejar de pagarnos la renta.
A esas tertulias asistía un joven de muy buena familia, que acababa de incorporarse al negocio floreciente de su padre: la introducción de pulque. Su nombre era Arturo Vega y Tocavén y pronto demostró un gran interés por Lucero, solicitando a los señores de la casa permiso para visitarla, ya que sus fines eran matrimoniales. Lolita y su esposo le explicaron el problema de Lucerito, pero él insistió en que la llevaría con los mejores médicos del extranjero para que la curaran. Accedieron por fin a sus deseos, aclarándole que si en algún momento decidía suspender la relación, ellos lo entenderían.
Después de visitarla durante un tiempo, el señor Vega decidió que se casaran. Él ya tenía una casa en el centro de la ciudad, que abarcaba toda una manzana en la calle de Jesús María, justo enfrente de la Iglesia del mismo nombre, de modo que fue ahí donde se realizó el matrimonio.
Como siempre, estuvimos todas las hermanas juntas, aunque con el temor de que la novia sufriera un ataque en cualquier momento.
El banquete, espléndido, fue servido en la casa, con asistencia de lo mejor de la sociedad.
Al día siguiente los recién casados partieron hacia Veracruz para embarcarse y llegar a París, donde consultarían a los especialistas; pero sucedió que esa misma noche, Lucero tuvo un ataque muy violento, producto de tantas emociones.
PARIS |
El cable que el señor Vega envió desde el barco, decía lo enormemente asustado que estaba de ver a su esposa en esas condiciones. A partir de ese momento todas temimos lo peor.
A su regreso de Europa, tres meses después, estaban decepcionados porque los médicos dijeron que la enfermedad de Lucero era incurable y sólo le recetaron tranquilizantes de los que traían una gran cantidad. Según contó su marido, ella había tenido dos ataques más, pero mucho menos violentos que el primero: ahora él sabía que debía introducirle algo en la boca para evitar que se mordiera la lengua, por lo demás, habían paseado y conocido mucho y ella ya venía embarazada; nos dio mucho gusto la noticia, aunque creo que todos temimos por la salud de la futura madre.
Cuando nació Lucrecia, Lucero estaba feliz, sin embargo, algo en ella había cambiado: pasaba mucho tiempo contemplando a la niña, pero no se acercaba a ella ni la cargaba, habían contratado a una nodriza por temor a que le diera un ataque en el momento de amamantarla y que la niña resultara lastimada.
También el señor Vega había cambiado: aunque se adivinaba que seguía muy enamorado de su esposa, casi la evitaba y se volcaba en la niña, pero pasaba mucho tiempo en el gran comedor equipado para grandes recepciones que nunca se habían realizado, tomando pulque, hasta bien entrada la noche.
Nosotras, por nuestras ocupaciones y por respeto al matrimonio, no íbamos con mucha frecuencia a verlos. Tilo decidió ir los sábados a comer con ellos. Yo nada más iba los domingos por la tarde, pues en la mañana iba a la Basílica para poder vender algo. Así nos enterábamos de los ataques de Lucero que se habían vuelto más frecuentes. Tuvo un segundo embarazo del que nació María de la Luz, a la cual ella quería tener en brazos y hasta pretendió amamantarla, pero se deterioraba rápidamente. Supimos entonces que el señor Vega había caído totalmente en el alcoholismo, había abandonado sus negocios en manos de su padre y hermanos, pero no conforme con eso, cuando estaba ebrio obligaba a Lucero a tomar pulque con él, hasta provocar que le diera el ataque , pues ella se resistía, provocando que su marido la golpeara. Si no hubiera sido por la servidumbre, nunca habríamos sabido lo que pasaba.
Mi hermanita pequeña estaba irreconocible: sus grandes ojos estaban hundidos, rodeados de grandes ojeras, su cabello antes tan hermoso, era hirsuto y mal peinado, y vestía de cualquier manera, sin el menor cuidado, pese a la ayuda que su recamarera quería darle. En cuanto a la bebé, como se la negaban, dejó de interesarse en ella, hasta una tarde en que la sacó de la cuna y se encerró en un balcón. Nadie se dio cuenta de su escondite, hasta que oyeron el llanto apagado de la nena, pues su madre le cubría la carita para que no se oyeran sus gritos. Eran más de las once de la noche cuando consiguieron que Lucero saliera del balcón y dejara a la niña en brazos de la nodriza que no conseguía hacerla callar, pues ni siguiera tomaba el pecho que la mujer le daba.
Cuando su padre, medio tomado, la levantó en sus brazos, se percató de que la niña ardía en calentura, por lo que mandó por el médico, quien dijo que la niña, de tan sólo cinco meses de nacida, tenía neumonía y que era muy difícil que sobreviviera.
Mientras tanto, su madre se había ido a dormir.
Efectivamente, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, la bebita falleció.
Todas asistimos al velorio que se realizó en la sala, pero nos turnamos para distraer a Lucero en su recámara y el costurero, para que no se diera cuenta de lo sucedido.
Al día siguiente, para el entierro, me tocó a mí hacerla que me acompañara a la Iglesia de Loreto, “para cumplir una manda”.
Mi cuñado estaba deshecho, sin embargo, guardó la compostura durante la comida en la que parecía que nada más Lucero tenía apetito; los demás no podíamos comer y debíamos evitar las lágrimas a toda costa. Lolita preguntó cómo nos había ido en la Iglesia de Loreto y Lucero habló y habló de lo que habíamos hecho. Creo que ya en ese momento, había olvidado que tenía una bebé.
Conforme pasaban los días, Lucero parecía más ausente de su mundo; a la única que prestaba algo de atención era a Lucrecia, pero pronto se desentendía de ella. La niña, ya de cuatro años, no hacía nada por estar junto a su madre y si no hubiera sido por la nana, quizá nunca se habría acercado a ella. Yo pienso que le tenía miedo.
Tanto Tilo como yo pasábamos más tiempo con nuestra enferma, aunque la relación nuestra se hacía cada vez más tensa. Lolita y Amalita, por sus ocupaciones de amas de casa, sólo iban de vez en cuando.
Lucero pasaba largas horas en el costurero, aunque rara vez tomaba una aguja o un ganchillo, únicamente removía los hilos o el estambre y volvía a ordenarlos, peros no dejaba de hablar. Sus ataques eran ya casi diarios y se pasaba horas y horas sin comer.
Una tarde que, como de costumbre, estábamos acompañándola y dedicadas a nuestros tejidos, la nana llevó a Lucrecia para que saludara a su mamá y Lucero pareció encantada de verla, la abrazó y la besó varias veces. De pronto dijo:
- Te voy a cortar el pelo, porque ya lo tienes muy largo - y tomó las tijeras.
La niña se resistió y empezó a gritar. La nana acudió en seguida y nosotras, hablándole, tratamos de calmarla, pero Lucero se enfureció y con las tijeras abiertas se fue contra su hija. Al momento siguiente la niña sangraba de la boca. Le había hecho una herida de unos cuatro centímetros justo arriba de la boca, cortándole también el labio. Entró el ebrio señor Vega y, siempre con la nana, cargó a la chiquita y la llevó a un hospital. La herida había sido profunda, por lo que tuvieron que coserla, un tanto burdamente. La cicatriz le quedó para siempre.
HOSPITAL GENERAL MEXICO |
Cuando regresaron de la curación, Lucero, que al principio dio muestras de arrepentimiento, llorando y destrozándose las manos, de pronto cambió de actitud y empezó a parlotear como si nada hubiese ocurrido. Su marido la miró con una profunda tristeza y dijo, dirigiéndose a nosotras:
- Mañana vienen por ella.
No nos atrevimos a preguntarle nada, pero decidimos pasar ahí la noche.
Efectivamente, a las seis de la mañana llegaron los “loqueros” con una camisa de fuerza y casi a rastras y en medio de los gritos más horrendos de mi hermana, la subieron a una carretela y la llevaron al Manicomio… FIN DE LA 4ª PARTE.
MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRÍON.