EL RE ENCUENTRO PARTE 13
Regresa de nuevo Novela en Línea.
…Andreíta, Remedios y Rufina, irían en la carretela de los Ocampo conducida por Antonio; no irían en la carreta de Atilano por temor a que alguien la reconociera; el Padre y don Juan Manuel, irían a caballo, escoltándolos.
Remedios no dejaba de llorar. Por segunda vez perdía un lugar que le daba seguridad y cariño.
Partieron en seguida, con los caballos al trote, pues no querían llamar la atención con una carretela tirada por caballos al galope.
Después de horas y horas de camino, llegaron al convento, cuando ya era noche cerrada
Era enorme, pero al contemplar la altura de los muros que lo rodeaban, Remedios lloró con gran amargura, pues supuso que quedaría prisionera ahí para siempre.
La Madre Superiora los recibió casi en seguida, cuando el Padre Benjamín se anunció. Él fue quien explicó la situación, solicitando que la niña fuera aceptada como pupila, no como aspirante.
Cubiertos todos los requisitos señalados por la Superiora, Rufina preguntó si podía quedarse a servir a su patrona, ante la sorpresa de los demás, que habían supuesto que regresaría a Tizayuca, pero ella les dijo:
- Yo le juré a la niña Lugardita, que nunca iba dejar sola a su hijita, y tengo que cumplir mi juramento.
Se despidieron de los demás en medio del llanto y las promesas de todos de ir a visitarlas tan seguido como pudieran. El Padre le prometió a la joven mantenerla informada de lo que sucediera en el pueblo y los señores Ocampo le dijeron que nunca la abandonarían. Rufina tuvo que enfrentar a su furibundo marido, pero en murmullos, lo único que decía era:
- Me quedo, porque me quedo-.
Fue así como Remedios y Rufina ingresaron al Convento de las Vizcaínas.
De haber sido aspirante, se le habría asignado una celda, pero siendo pupila, tuvo acceso a una cámara muy grande que tenía un catre de tablas y un mísero colchón duro, con un pequeño almohadón; una vieja cómoda estaba adosada a la pared; había también una mesita de noche con su candelero, y al centro, otra mesa más grande y dos sillas, estaban además dos imágenes, una de la Virgen y otra de Jesús Crucificado y, frente a ellos, un reclinatorio y su candelabro al lado; su aguamanil y su bacín completaban el mobiliario.
Rufina eligió un rincón de la habitación y extendió su petate
Pese a la tristeza que tenían y a las lágrimas que ambas seguían derramando, pronto se quedaron dormidas.
Al día siguiente, con la luz del alba y las campanas que llamaban a Maitines, ambas despertaron sobresaltadas. Rufina se apresuró, porque la Madre Superiora le había dicho que, para permanecer al lado de Remedios, tendría que ayudar en los trabajos del convento y lo primero que debía hacer, era barrer el claustro de las pupilas, y en seguida, ir a la cocina a ayudar a preparar el desayuno de las mismas.
Aunque compartían la cocina y el comedor,(en el que se sentaban separadas), los alimentos que ahí se preparaban eran diferentes, pues para las novicias y las monjas, eran demasiado frugales.
Remedios acudió a los Maitines y quedó fascinada por la devoción con que eran dichos los rezos, aunque no pudo entender nada de lo que se decía, pero era tal la paz que se respiraba en este ambiente, que en ese momento, dio gracias a Dios por haberla enviado a tal lugar y comprendió que le sería muy fácil adaptarse, aunque no pudiera hablar con las monjas, pues únicamente las novicias y las “pretendientas” podían hablar en voz muy baja en el jardín o en la huerta; NUNCA en los pasillos o en los claustros.
A las visitas, las novicias, pretendientas y monjas, tenían que recibirlas en el locutorio y hablar con ellas a través de la celosía, en tanto que las pupilas podían recibirlas en el jardín.
Sin tener obligación, la jovencita asistía a todos los oficios religiosos, y un tiempo después, ya formaba parte del coro.
Supo entonces por qué no había entendido nada en los primeros rezos: porque eran hechos en Latín, del que, para pertenecer al coro, tuvo que aprender las palabras que eran alabanzas a Dios. Esto la hizo muy feliz, porque siempre le había gustado cantar, y ahora le habían dicho que su voz de Mezzo-soprano, era muy especial.
Le gustaba también ayudar en el jardín, quitando hojas o ramas secas, o malas hierbas, de modo que, cuando sonaba la campanilla para apagar las velas, tanto Rufina como ella, estaban contentas, pero rendidas y ambas dormían plácidamente.
En medio de este ambiente de tranquilidad, se deslizó la vida de ambas, recibiendo de vez en cuando la visita del Padre Benjamín, quien había llevado la noticia de que, después del saqueo de la casa grande, la habitaban diversas familias y, el pueblo todo, era un caos. Le quitó a Remedios la esperanza de poder volver, pues, al hablarle el Padre del rencor de los habitantes, comprendió que expondría su propia vida.
También había recibido la visita de los señores Ocampo, los cuales habías corroborado esas preocupaciones, por lo que su propio rancho, no era el mejor sitio para ocultarla, por la proximidad de Tizayuca.
Antonio las había visitado muy poco, porque seguía enojado con su mujer, pero también les llevaba algún regalo de Isidro y su esposa, así como los saludos de todos los amigos. Adelaida había fallecido a los pocos meses de que ellas se habían ido.
A pesar de las malas perspectivas, Remedios se sintió tranquila: durante el año y meses que habían transcurrido desde su llegada, había hecho amistad con otra pupila, la señora Bernarda de Campo, española de poco más de 50 años, con poco tiempo en México donde recientemente había enviudado y, al quedar sola, había decidido hacerse pupila en las Vizcaínas, pues si volvía a España, también tendría que buscar un convento en dónde vivir. La jovencita pasaba largas horas de la tarde en el jardín, en compañía de la señora Bernarda, pero no perdía oportunidad para conversar brevemente y siempre en cuchicheos, con otra amiga, la novicia Fernanda Romano, con la que generalmente hablaba en la huerta.
Fernanda era hija de españoles, pero había nacido en México. Había vivido rodeada de comodidades, aunque había perdido a su madre cuando tenía diez años, pero su padre la había rodeado de mimos, de modo que, cuando hubo algunos pretendientes que deseaban casarse con ella, los rechazó, convencida de que su lugar estaba al lado de su padre, el cual había fallecido después de una larga y dolorosa enfermedad, hacía seis años, cuando ella tenía veinticinco, siendo ya una solterona solitaria. Ahora todo lo que quería era profesar, vestir los hábitos benditos de las Vizcaínas.
Sí, tenía unos parientes lejanos en España, pero no los conocía y ¡vaya gracia que le hacía tratar de conocerlos ahora!
Con las “hermanas”, Remedios llevaba un trato cordial, pero nunca hablaban de ellas mismas, por lo que únicamente la trataban como discípula. Sor Rocío la enseñó a coser en la máquina Singer que había en el convento y le dio clases de corte y confección, diciéndole que cuando quisiera ir a otro lugar, podría ganarse la vida cosiendo. Por su parte, Sor Imelda le dio clases de dibujo y pintura que le gustaban mucho, pero lo que verdaderamente le satisfacía, era pertenecer al coro.Ahí su voz había destacado y los cantos y alabanzas al Señor y a la Virgen, la llenaban de una enorme paz interior y de una alegría indescriptible.
Lo único que preocupaba ahora a Remedios, era el saber que las monedas de oro que había llevado, se agotaban rápidamente, y cuando ya no pudiera pagar su pupilaje, tendría que elegir entre salir a la calle o quedarse como novicia y en ambos casos ¿Qué sería de su buena Rufina?
De pronto, una mañana, hubo un movimiento inusitado: sonó el aldabón, la hermana portera, con su calma habitual, fue a abrir y en seguida, agitadísima, casi corriendo fue en busca de la Madre Superiora, la que a su vez, acudió rápidamente al portón y recibió a un hombre joven, de cabello, bigote y perilla rubios y que, sombrero en mano, dio un “ - ¡Buen día! – a todas las personas que estaban en el jardín, mientras era conducido al refectorio por la Superiora, ante el azoro de la hermana portera.
Todas se quedaron asombradas, pues no era hora de visitas, pero no hubo muchos comentarios, aunque sí algunos cuchicheos.
Remedios y doña Bernarda que estaban más cerca de la puerta, arreglando los geranios, pudieron darse cuenta de que se trataba de un caballero importante, pues iba elegantemente vestido, (aparte de que, le comentó Remedios a Rufina esa noche, era muy guapo).
Respetando las reglas establecidas, todas abandonaron el jardín, buscando otras ocupaciones, de modo que nadie se enteró de cuánto tiempo después ese señor abandonó el convento.
Lo único que supieron ese día, fue que el caballero había ido a visitar a la novicia Fernanda.
Dos días después las dos amigas coincidieron en la cocina y Fernanda le dijo que se trataba de uno de sus tres primos de España, que recién había llegado a México, pero que traía el encargo de su señor padre de buscarla en el convento y de asistir al momento de su consagración al Señor, si verdaderamente esa era su vocación, pues de otra manera, el Conde de Gálvez, su tío, la acogería gustoso en España. Ella, naturalmente, profesaría, porque era su decisión y porque no le importaba conocer a sus parientes.
Ya la Madre Superiora había autorizado la presencia del señor de Gálvez a tan solemne ceremonia, que se realizaría en un mes, el día 29 de septiembre, día de San Miguel.
Cuando llegó ese día, hubo revuelo en el convento. Además de Fernanda, otras seis novicias se ordenarían, pero ella había despertado verdadero afecto entre las hermanas por su bondad, su discreción, su modestia y su voluntad para cooperar en lo que fuera necesario.
A la hora señalada, llegaron los familiares de las postulantas, inclusive el señor de Gálvez, y tuvo lugar el Acto Sagrado del matrimonio de las novicias con Su Señor, en el que el coro tuvo un gran lucimiento de las diversas voces cantando ¡¡¡Aleluya!!! - ¡¡¡Aleluya!!! - ¡¡¡Ale –lu – yaaa!!!
Hubo en seguida un breve y sencillo convivio, durante el cual, doña Bernarda le hizo ver a Remedios que el primo de Sor Fernanda la veía con insistencia, ante lo cual, la joven trató de quedar cubierta por una columna.
Diez o quince días más tarde, se hallaba Remedios en la capilla ayudando a la hermana Fernanda en la limpieza de los candelabros, cuando vio llegar hasta la puerta a Rufina, quien, muy excitada, le hacía señas de que saliera, pues ahí no podían hablar.
Atropelladamente le comunicó que, en la pequeña antesala de la Dirección, la aguardaban Don Juan Manuel y Doña Andreíta Ocampo, así como el Padre Benjamín, quien le había dicho que fuera rápidamente a buscarla.
… CONTINUARÁ
MTRA. LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.