lunes, 28 de febrero de 2011
NOVELA EN LÍNEA
EL REENCUENTRO.
En cuanto las bolsas estuvieron colocadas en la cripta, Conchita y Lupina, con sus hijos, se retiraron.
-¿Es usted, Miguel?
-Sí. ¡Quién es…!
-Soy Concepción Mújica. Conchita, la mamá de Lupina.,
-¡Uy! Ha pasado tanto tiempo…
-Sí, demasiado tiempo, diría yo, pero de todos modos, resulta muy agradable este encuentro.
-Definitivamente. Hubo tantas cosas que se nos quedaron en el tintero…
-Bueno, es que en esos momentos no hablábamos más que lo indispensable, aunque yo siempre quise agradecerle todas las atenciones que me tuvo y el que haya enseñado a sus muchachos a tenérmelas.
-Era lo menos que podía hacer. Sn embargo, siempre tuve curiosidad por saber más de usted; por ejemplo me intrigaba su relación con “Los Plateados”, o sus largos recorridos por el país.
-Esas son historias muy viejas, pero ahora que hay tiempo, trataré de recordarlas: Como usted sabe, mi padre fue Don Antonio Félix Fernando Mújica, un médico español que al llegar a territorio mexicano quedó enamorado de su extensión, de lo agreste de sus tierras y de las mujeres que lo poblaban, pero al mismo tiempo, se dolió de la miseria y abandono de los enfermos en pueblos y caseríos, sobre todo de los enfermos mentales y decidió hacer algo por ellos.
Cuando llegó a la capital, se alojó en la casa de un anciano español conocido de su padre, que tenia muchos años de residir en México y que siempre, a través de sus cartas, se mostró dispuesto a recibirlo. Su nombre era Don Mariano Bárcena, viudo y que sólo tenía una hija, Mercedes (Merche), que era la heredera de una considerable fortuna, a más de ser una de las más bellas damas de la ciudad, por lo que la asediaban muchos pretendientes, hijos de las principales familias.
Sin embargo, al conocer a su nuevo huésped, el alto, rubio, de ojos azules y médico por añadidura, dicen que se enamoró de él y que lo mismo le sucedió a él al ver a la joven de cabello y ojos negros, poseedora de una altivez natural que mucho la favorecía.
Cuando Don Antonio habló con el Señor Bárcena de sus intenciones de desposar a Merche, éste se mostró muy complacido y lo autorizó para solicitar el consentimiento de la joven.
Los tres estuvieron de acuerdo en que la boda se realizara el 13 de
Junio, día de San Antonio, del cual el Doctor era muy devoto por ser el Santo de su nombre y al cual, a la usanza de la época, dedicaba cada día su Rosario vespertino. Siendo noviembre, había tiempo suficiente para los preparativos de la que sería una de las bodas más connotadas de la sociedad, pero apenas iniciadas los arreglos de la casa, Don Mariano cayó gravemente enfermo: tosía todo el tiempo y escupía sangre; tenía fiebre por la tarde y aunque el clima era bastante benigno a pesar de ser diciembre, el pobre hombre padecía de frío constante que le hacía castañetear los dientes.
Don Antonio se percató de la gravedad del buen hombre, que ya no respondía a los medicamentos que él le administraba, ni a las sangrías y ventosas aplicadas por sus colegas, por lo que convenció a su prometida de que adelantaran la boda para que Don Mariano muriera tranquilo.
Así pues, se celebró una boda a la que asistieron los amigos más cercanos y que se realizó en la recámara del dueño de la casa, porque él ya no podía abandonar su cama. Mercedes vistió de blanco, pero era un vestido sencillo de casa y el médico usó su traje más presentable para recibir la Bendición del Sacerdote.
El festejo consistió en una taza de chocolate para los invitados que la servidumbre se ocupó de servir, porque Merche, a partir de ese momento, no abandonó al enfermo.
Pasados cuatro o cinco días, Don Mariano falleció después de manifestar a su yerno y a su hija su gratitud por haber adelantado la boda, para que él fuera testigo de las buenas intenciones de Don Antonio.
Mercedes guardó luto durante seis meses, al cabo de los cuales Don Antonio había hablado con su esposa de seguir sus planes de ayuda médica a los necesitados, de modo que ella decidió vender sus propiedades, salvo la casa de su padre, y con el limitado caudal de él se reunió un considerable capital; cuando todo estuvo listo, iniciaron su servicio a la comunidad.
Les acompañaban las dos mujeres que habían estado al servicio de la joven, Juana y Camila, así como Pedro el antiguo portero de la casa.
Su primera residencia la fijaron en Querétaro, de donde se desplazaban a diversos lugares como San Juan del Río, Amealco,
Jalpa, llegando hasta las Misiones de la Sierra Gorda.
Pero pronto comprobaron que era muy poco lo que podían hacer en esa forma, pues para trasladarse de un lugar a otro empleaban mucho tiempo, pues dependían de las diligencias, de los malos caminos (en aquella época no había carreteras), a veces encontraban Camino Real, pero otras, sólo disponían de veredas o brechas, pues todo el país era montaraz, eso sin tomar en cuenta a los diferentes grupos de bandoleros que asolaban a los viajeros.
Convencidos de lo inútil de su esfuerzo, optaron por seguir yendo
a los pueblos, pero para tener un lugar en el cual se pudiera asistir a los enfermos , optaron por alquilar una propiedad que pudiera adaptarse a las diversas necesidades.
Lo primero que adaptaron fue una casa vieja en medio de un amplio terreno sin cultivar, lo que les obligó a hacer arreglos con sus propias manos: pusieron tablas para cubrir los huecos que había en la casa, levantaron un tejabán que sirviera de consultorio y colocaron varias letrinas.
Pronto comenzaron a llegar los enfermos, pues se había corrido la voz de que había un nuevo médico y que daba consulta y medicina gratis. El problema estuvo en que él no se daba abasto y que muchos de los enfermos, con años de padecimiento, necesitaban hospitalización para atención inmediata y continua, Hubo pues, necesidad de ampliar el tejabán, pero resultó que muchos enfermos que no pudieron ser atendidos ese día, se tendían en el terreno, sin importarles las inclemencias del clima, con tal de ser asistidos al día siguiente; muchos iban con sus mujeres y sus “chamacos” y aunque llevaban sus “itacates”, siempre requerían de algún apoyo. El Doctor y sus ayudantes acababan exhaustos.
Eso los convenció de que carecían de elementos y fuerzas para atender a tantos enfermos y tantas enfermedades. Don Antonio habló con varios de los hacendados para que contribuyeran con sus aportaciones para pagar a un enfermero-brujo conocido en el pueblo y que se hiciera cargo del tejabán médico y ellos se trasladaron a otro caserío para concentrarse únicamente en los enfermos mentales.
Mientras tanto la familia había crecido, pues en tantos ires y venires, habían nacido , con más o menos dos años de diferencia, Amalia (Amalita), Dolores (Lolita), Domitila (Tilo) y cuando faltaban tres meses para que yo, Concepción (Conchita) naciera, Mamá Merche tuvo que regresar a la Capital, pues había problemas con la casa del abuelo. Esto la retuvo más tiempo del supuesto y, cuando regresó al lado de su familia, después de haber vendido la última propiedad que le quedaba y llevándome a mí en brazos, con tres o cuatro meses de vida (nunca supe mi edad real, aunque supongo que nací hacia 1860 o 61), se percató de que había más enfermos mentales de los que ella había imaginado.
El Doctor se las había ingeniado para construir, siempre con la ayuda de sus fieles asistentes, una serie de pequeñísimos cuartitos para aislar a los locos violentos, pero los demás deambulaban por toda la casa sin el menor respeto a su intimidad y con las consecuentes molestias para todos. Eran inofensivos, pero cada uno tenía su manía, pues lo mismo tarareaban que gritaban o lloraban , pero el ruido que emitían era continuo, además tocaban todo lo que tenían a su alcance; sólo permanecían callados mientras comían y todos eran voraces y aunque de comida no carecían porque los familiares de los enfermos, en medio de su miseria, algo llevaban como muestra de gratitud para el “dotorcito” y su familia: ya era una olla con leche, la gallinita, la calabaza en tacha, el molito rojo o verde, el pollito asado, los tamales, elotes cocidos o asados, el quesito, la mantequilla etc. , pero apenas alcanzaba para satisfacer el hambre desmedida de los locos y la familia sí sufría de carencias. El dinero se fue agotando pese a la ayuda económica que mi padre había conseguido de parte de los hacendados, porque resultaba mínima.
Pero todo cambió a partir de un día que fue de mucho miedo para el pequeño caserío, pues de pronto las campanas de la iglesia tocaron a rebato anunciando la presencia de forajidos. Se trataba nada menos que de la gavilla conocida como “Los Plateados”
… CONTINUARÁ...
MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.
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