EL REENCUENTRO PARTE 3
...Amalita envió una carta con Pedro al señor Marmolejo y él, al cabo de varios días se presentó para darnos dinero, pero Mamá Merche no quiso tocar nada de esa cantidad, por considerar que, dadas las circunstancias, la boda debía apresurarse y por lo tanto, era necesario para las donas.
La boda se realizó en diciembre y los novios partieron en viaje de Luna de Miel a París.
Nuevamente la miseria asomó su macilento rostro en nuestra vivienda; sin las manos de Amalita, los bordados disminuyeron, y aunque yo tejía carpetas y manteles, las clientas preferían la pintura a la aguja de los bordados. Además, era mamá quien entregaba los pedidos y perdía mucho tiempo en ello, lo que mermaba la producción. Por incumplimiento, muchos pedidos fueron cancelados, de modo que al volver de su viaje de tres meses, Amalita encontró una situación peor que cuando partieron.
Hubo una reunión de familia, con el señor Marmolejo inclusive, y se decidió, no sin gran pesar de todas nosotras, que iríamos a la Capital, de momento a vivir con los recién casados, en lo que podíamos tomar una vivienda.
Ellos tenían una casa muy grande en la Villa de Guadalupe, de modo que la instalación no presentó ningún problema, sin embargo, sí hubo discusiones cuando mamá pretendió hacerse cargo de la cocina, pues don Alfonso exigió que fuera Amalita quien cocinara, porque siendo la señora de la casa, debía cumplir con sus obligaciones.
El cambio fue muy doloroso no sólo por esa circunstancia, sino porque pudimos percatarnos de que el dueño de casa tenía muy mal carácter y le gustaba manejar todo. Además fue muy difícil hallar clientes que se interesaran en nuestros bordados y tejidos. Mamá Merche decidió ir por las calles ofreciendo su mercancía, cosa que resultó muy cansada y poco productiva. Como yo era su acompañante, le sugerí que nos quedáramos en la puerta de la Basílica y esto nos dio mejores resultados. Las señoras empezaron a hacer pedidos, pero era muy poco y teníamos urgencia por independizarnos para no estorbar al matrimonio.
Por estos motivos yo tomé la determinación de dejar instalada a mi mamá en la iglesia e ir al mercado en busca de posibles clientes.
Para sorpresa nuestra esto dio mejores resultados con los tejidos de crochet, por lo que mis hermanas dejaron un poco el bordado para dedicarse a tejer gorritos, zapatitos y chambritas para bebé, en tanto que yo seguía con carpetas y manteles.
A pesar de todo, hubo de pasar casi un año para que pudiéramos tener una vivienda para nosotras. Amalita había dado a luz a su primera hija, Aurorita y empezaba con el segundo embarazo cuando nosotras salimos de su casa; la situación se había hecho muy pesada por el irascible carácter de mi cuñado, quien nos había hecho sentir que le estorbábamos.
Nuestra vivienda era muy pequeña y humilde, en una vecindad en la que los vecinos tenían gallinas, patos, vacas y hasta cerdos, aparte de una gran cantidad de perros y gatos que andaban sueltos por todo el patio, pero a pesar de esas molestias, sentimos que respirábamos con libertad.
Poco tiempo después nació Sarita, con la profunda contrariedad de su padre que deseaba un varón, lo que dio lugar a que jamás volviera a acercarse a su esposa, por temor a llenarse de mujeres como los Mújica. Con el tiempo fue volviéndose más exigente con Amalita, lo que despertó en ella un sentimiento de rebeldía que no podía ocultar.
Así se mantuvo ese matrimonio.
Todavía debíamos soportar más dolor.
Para comunicarnos con Amalita, Pedro era el enlace. El pobre viejo iba y venía sin importarle sus piernas llenas de várices, lo que lo hacía cada vez más lento. Aquel día , mi hermana le había dicho que fuera como a las doce, antes de que llegara el señor Marmolejo, para poder mandarnos la comida sin que él se enterara, pero Pedro llegó tarde y, al percatarse de lo que se trataba, el dueño de casa se puso colérico e hizo que Pedro saliera rápidamente de la casa, no sin antes recibir la comida, pero Amalita vio que, en medio de los insultos con los que bañaba su marido a nuestro Pedro, éste iba también bañado en lágrimas.
Al salir, no se dio cuenta, tal vez no lo oyó por su sordera o no lo vio por sus lágrimas, fue arrollado por un caballo desbocado y quedó tirado en el empedrado; un chamaco le avisó a Amalita, pero su marido no la dejó salir, por lo que mandó recado a nosotras con el mismo niño.
Salimos todas corriendo, cubriéndonos en la calle con nuestros velos. (Nunca cambies el chal por rebozo, predicaba siempre Mamá Merche). Desgraciadamente, Pedro ya había muerto. Se lo llevaron en un carretón, pues al saber que no había dinero para enterrarlo, al pobre no le esperaba más que la fosa común, pero antes de que se lo llevaran, mamá tuvo el gesto amoroso de cubrirlo con su chal, como si fuera el último abrazo que le diera su empobrecida familia.
Por supuesto que nosotras quisimos darle nuestros chales, pero ella los rechazó en medio de nuestras lágrimas, argumentando que las señoritas decentes no debían andar sin chal.
Lolita había entrado de dama de compañía de una señora que vivía en la calle de La Constancia y que, quizá sin ser rica, vivía con todas las comodidades: reunía a sus amistades periódicamente y ofrecía comidas y cenas con alguna frecuencia; a ellas asistían varias señoras que dejaban ver que disfrutaban de buena posición, pues iban elegantemente vestidas y las llevaban cocheros de librea en landós de lujo.
Una de las asiduas visitantes era la señora Escalante, una de las damas más elegantes de la tertulia y cuyo hijo iba en carruaje por ella para llevarla de regreso a casa. Así conoció Lolita al que sería su esposo: Don Félix María de Jesús Escalante y Rivas.
Mientras tanto, Lucero, que se había convertido en una joven muy bella, con una piel blanca nacarada y ojos y pelo negrísimos, a partir del accidente de Pedro, empezó a sufrir convulsiones y desmayos, arrojando espuma por la boca. El boticario dijo que eran ataques epilépticos y le recetó unos polvos que debía tomar tres veces al día. Con eso la tenía controlada, pues si por algún motivo dejaba de tomar los polvos, le daba el ataque.
Ahora la situación se había agravado: nada más tejíamos Tilo, mi mamá y yo, porque a Lucero no le quedaban bien sus tejidos. Ya no podíamos contar con la comida que nos mandaba Amalita, aunque ella se ingeniaba para mandarnos cosas del mercado, pero era muy poco de lo que podía disponer sin que se enterara su marido. Como no producíamos suficiente mercancía, ya nada más íbamos a la Basílica y al mercado los fines de semana.
Estaban desde luego los pocos reales que Lolita recibía en su trabajo, pero Mamá Merche invertía ese dinero para comprarle tela para trapos de cocina o toallas que ella bordaba para su próxima boda.
Mamá se agotaba más cada día: se quejaba de dolores continuos, pero ni siquiera quería que la viera el boticario, para no tener que pagarle los cinco tlacos que cobraba. Así pasó un tiempo, hasta que llegó el día en que mi madre no pudo levantarse de la cama. Fueron inútiles los esfuerzos del boticario al aplicarle ventosas o hacerle sangrías y acabó por decirnos que era su corazón el que estaba mal. Mamá Merche se estaba muriendo.
Al sentir que su fin se acercaba, nos llamó a todas para hacernos las últimas recomendaciones:
- Pase lo que pase, nunca se separen, sigan unidas para que se apoyen unas a las otras. Sé que dejo a mujeres muy buenas y capaces de enfrentarse a todo. Lolita, no precipites tu boda. Haz todo con calma para que salga muy bien. Lo único que me angustia es la salud de Lucero. Por favor no la desamparen.
- No se preocupe, mamá, Lucero se va conmigo -dijo Lolita.
Fue evidente que a mi madre se le había quitado un peso de encima. Estuvo muy tranquila los días que siguieron hasta que dijo que estaba cansada, que iba adormir. Nos bendijo a cada una y se durmió para siempre.
Nunca pensé que el dolor fuera capaz de destrozarte por dentro: de pronto me sentí sola, vacía, sin apoyo ni protección. La presencia de mis hermanas, a las que tanto quería, no me importó. Lo único de lo que era consciente era de la terrible pérdida de mi madre. Durante mucho tiempo esto me abrumó.
Felizmente, gracias a la familia Escalante, se le hizo un entierro digno. El velorio no lo recuerdo, pero al día siguiente hubo Misa de cuerpo presente en la Basílica y se le sepultó en el Panteón del Tepeyac.
Unos meses después se realizó la elegante boda de Lolita en la Catedral de México, a la que asistieron personas de la alta sociedad; fue entonces que supimos que el señor Escalante tenía un alto puesto en el Banco de México.
Lolita se esforzó para que todas sus hermanas, e inclusive el señor Marmolejo, fuéramos atendidos como si perteneciéramos a la misma clase social. No sólo eso, después de la Luna de Miel, cumplió su promesa de llevarse a Lucero y además se hizo cargo de pagar los tres pesos de renta de nuestra vivienda.
Ahora ya nada más quedábamos Tilo y yo. … CONTINUARÁ.
MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.