DAVID BOWIE – THE NEXT DAY.
El anuncio fue sorpresivo en
pasados días, el anuncio fue el regreso de David Bowie con nuevo álbum titulado
“The Next Day”
Es 2003, el momento en el que se
publicó “Reality” los nuevos títulos iban saliendo con una regularidad
ordenada: “Heathen” en 2002, aquel “Earthling” de intenciones electrónicas en
1997, y así nos podríamos remontar hasta finales de los 60, que es cuando
empezó todo. Bowie nunca ha estado desaparecido del mapa, en realidad; colaboró
con Scarlett Johansson en su disco de versiones de Tom Waits en 2008, hizo una colaboración
con Ricky Gervais en la serie “Extras” de la BBC, ha aparecido en público y se
ha prestado para ser protagonista de documentales. En definitiva, Bowie ha
llevado una vida regular y de persona normal, casi jubilada, a caballo entre
Londres, Nueva York y Berlín. Un hombre que está ahí, pero que ya no editaba
discos.
Pero resulta que sí los hace y
los edita, al menos por ahora. Si “The Next Day” va a ser el colofón a su
carrera o no es algo que aún nadie nos ha dicho, ni siquiera Bowie, que desde
que lanzó por sorpresa el día de su cumpleaños la canción “Where Are We Now?”
ha guardado un celoso silencio, sin dar entrevistas y delegando ese papel en
Tony Visconti, su mano derecha fiel y, una vez más, productor de este trabajo.
Visconti tampoco ha dicho mucho: ha confirmado que en principio no habrá gira,
que sí habrá conciertos testimoniales para presentar las nuevas canciones, y
poco más. Sin embargo, la rueda de la ‘bowiemania’ no ha hecho más que empezar
a girar y su cara ha ido apareciendo constantemente, desde hace dos meses, en
todas las portadas posibles, en todos los blogs del mundo, en diarios y
televisiones. Sin duda, la ruptura de diez años de silencio refugiado en la
cueva es una noticia mayúscula. Pero faltaba por comprobar si el revuelo estaba
justificado sólo porque Bowie era el protagonista, o porque Bowie ha vuelto a
ser quién es.
Antecedentes: si nos ponemos muy
exigentes, hasta un nivel casi intransigente, el último gran disco de David
Bowie es “Scary Monsters”. Esto nos lleva a 1980. Podemos aceptar “Let's Dance”
(1983) o “Tonight” (1984), pero de cualquier manera estaríamos situando su edad
verdaderamente dorada en 30 años para atrás, sobre todo teniendo en cuenta que
antes de “Scary Monsters” se grabó la archi famosa (y archi prestigiosa)
trilogía berlinesa de Bowie, a la que este disco, grabado en Berlín y que
recicla la portada de “Heroes” (1977) con un cuadrado blanco tapando su icónica
pose zen, remite de manera muy poderosa. El Bowie de Berlín, mano a mano con
Brian Eno en la producción, es el Bowie de un rock más atrevido, experimental,
el que superó al artificio del glam y halló el verdadero arte. “Station To Station”
(1976) –título que utilizaron Kraftwerk en la letra de “Trans Europe Express”,
favor que quizá devuelve él ahora en “I'd Rather Be High”, con un punteo de
guitarra que recuerda vagamente a un segmento de “The Robots”–, “Heroes” y
“Low” (1977), con la prórroga de “Lodger” (1979), son para muchos fans la
expresión del mejor Bowie. Ocurre que “The Next Day”, que tiene ese título de
aire profético, de continuación anunciada de un reprise de aquel espíritu, no
es exactamente una reactivación del Bowie que sublimó el art-rock y que ha
servido de influencia, más allá de la música popular, incluso a iconos de la
vanguardia –sólo hay que recordar la “Low Symphony” escrita por Philip Glass a
partir de las canciones de “Low”–, sino otra cosa distinta. Necesariamente
tiene que ser otra cosa, porque no hay aquí producción de Eno –decisiva en
aquellos años– ni el Berlín de 2009-2012 es el mismo de aquella zona a la
derecha del muro en plena Guerra Fría y que inspiraba texturas en gris y
guitarras como bloques de cemento, que influía en una lógica introspección y
ánimo ceniciento.
A veces se tiene la sensación de
que Bowie está escribiendo aquí su testamento, o por decirlo de manera más
suave, sus memorias: a partir del momento de apogeo –que es el que intentan
perpetuar todas las autobiografías, el instante en el que fuimos reyes por un
breve instante–, el hombre de la mirada bicolor echa la vista aún más hacia
atrás y adelante, reconstruyendo y condensando su historia en un disco que
sirve (o sirva) de resumen, ejemplo, chispa y recuerdo grato de toda una vida.
Lo que anunció “Where Are We Now?”, con su piano al final, su tono elegiaco, no
se cumple exactamente: “The Next Day” no es para Bowie como los dos últimos
discos para Leonard Cohen, que parecen casi una despedida a ritmo comatoso de
marcha fúnebre, sino una manera de ordenar la casa antes de cambiar de
costumbres. Así que no es un Bowie berlinés, sino un Bowie total: hay glam, hay
rock solemne, producciones electrónicas en momentos estratégicos y, lo que no
hay, es la frivolidad de aquel Bowie de los ochenta que ya apenas se recuerda.
El tono es generalmente grave –y hasta el final: “Heat” es un cierre que deja
un nudo en la garganta–, y va de más a menos. Comienza vigoroso, con batería
marcada y bajo funk, como si fuera una canción de Talking Heads –o una canción
de “Let's Dance”, por qué no–, regresa parcialmente a las lentejuelas y el
maquillaje de Ziggy Stardust en “Dirty Boys” y “The Stars (Are Out Tonight)”, y
es a partir del single cuando se da casi por zanjada la primera parte del
libro, la de los años de juventud, y las canciones abundan en una nostalgia de
la madurez que Bowie ha meditado profundamente y ha cuidado en todos los
detalles. Se percibe que quería un disco digno, un buen ejercicio que no manchara
su nombre. Se ha esforzado, lo ha pulido, y el resultado general de “The Next
Day” es notable: es generoso en minutos, y escaso en tropiezos.
Pero es un Bowie de 2013, y eso
obliga a tener en cuenta ciertos aspectos. Primero, la voz, que la mantiene reconocible,
pero ya no capaz de alcanzar algunos registros agudos (tiene 66 años, se supone
que esto lo entendemos y no vamos a pedir más de lo preciso). Segundo, la
autosuficiencia que otorga ser Bowie: un artista de su dimensión se puede
permitir hacer lo que quiera impunemente, y aún así ha tenido la entereza
artística, la responsabilidad ética, de no hacernos perder el tiempo con un
disco prescindible; Bowie lega al mundo una colección de canciones que merecen
estar en él. Y tercero, la trayectoria. ¿Verdad que le dábamos por
desaparecido, casi por muerto? ¿Verdad que después de tantos años ya nadie
esperaba nada, no sólo un disco más, ni siquiera un disco bueno? “The Next Day”
es mucho más de lo que esperábamos, y mucho más de lo que el mundo del rock le
exigía. Hablando con un emérito colaborador de esta casa comentábamos que este
año los clásicos –Nick Cave, My Bloody Valentine, Bowie– están en una forma que
asusta. Y es verdad, los clásicos no nos están decepcionando. Es sólo así como
se forja y se perpetúa la leyenda de un clásico: no decepcionando. No, Bowie no
decepciona; al contrario, es Dios.
RENATO MOYSSÉN.