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sábado, 9 de marzo de 2013

DAVID BOWIE – THE NEXT DAY


DAVID BOWIE – THE NEXT DAY.

El anuncio fue sorpresivo en pasados días, el anuncio fue el regreso de David Bowie con nuevo álbum titulado “The Next Day”
Es 2003, el momento en el que se publicó “Reality” los nuevos títulos iban saliendo con una regularidad ordenada: “Heathen” en 2002, aquel “Earthling” de intenciones electrónicas en 1997, y así nos podríamos remontar hasta finales de los 60, que es cuando empezó todo. Bowie nunca ha estado desaparecido del mapa, en realidad; colaboró con Scarlett Johansson en su disco de versiones de Tom Waits en 2008, hizo una colaboración con Ricky Gervais en la serie “Extras” de la BBC, ha aparecido en público y se ha prestado para ser protagonista de documentales. En definitiva, Bowie ha llevado una vida regular y de persona normal, casi jubilada, a caballo entre Londres, Nueva York y Berlín. Un hombre que está ahí, pero que ya no editaba discos.


Pero resulta que sí los hace y los edita, al menos por ahora. Si “The Next Day” va a ser el colofón a su carrera o no es algo que aún nadie nos ha dicho, ni siquiera Bowie, que desde que lanzó por sorpresa el día de su cumpleaños la canción “Where Are We Now?” ha guardado un celoso silencio, sin dar entrevistas y delegando ese papel en Tony Visconti, su mano derecha fiel y, una vez más, productor de este trabajo. Visconti tampoco ha dicho mucho: ha confirmado que en principio no habrá gira, que sí habrá conciertos testimoniales para presentar las nuevas canciones, y poco más. Sin embargo, la rueda de la ‘bowiemania’ no ha hecho más que empezar a girar y su cara ha ido apareciendo constantemente, desde hace dos meses, en todas las portadas posibles, en todos los blogs del mundo, en diarios y televisiones. Sin duda, la ruptura de diez años de silencio refugiado en la cueva es una noticia mayúscula. Pero faltaba por comprobar si el revuelo estaba justificado sólo porque Bowie era el protagonista, o porque Bowie ha vuelto a ser quién es.

Antecedentes: si nos ponemos muy exigentes, hasta un nivel casi intransigente, el último gran disco de David Bowie es “Scary Monsters”. Esto nos lleva a 1980. Podemos aceptar “Let's Dance” (1983) o “Tonight” (1984), pero de cualquier manera estaríamos situando su edad verdaderamente dorada en 30 años para atrás, sobre todo teniendo en cuenta que antes de “Scary Monsters” se grabó la archi famosa (y archi prestigiosa) trilogía berlinesa de Bowie, a la que este disco, grabado en Berlín y que recicla la portada de “Heroes” (1977) con un cuadrado blanco tapando su icónica pose zen, remite de manera muy poderosa. El Bowie de Berlín, mano a mano con Brian Eno en la producción, es el Bowie de un rock más atrevido, experimental, el que superó al artificio del glam y halló el verdadero arte. “Station To Station” (1976) –título que utilizaron Kraftwerk en la letra de “Trans Europe Express”, favor que quizá devuelve él ahora en “I'd Rather Be High”, con un punteo de guitarra que recuerda vagamente a un segmento de “The Robots”–, “Heroes” y “Low” (1977), con la prórroga de “Lodger” (1979), son para muchos fans la expresión del mejor Bowie. Ocurre que “The Next Day”, que tiene ese título de aire profético, de continuación anunciada de un reprise de aquel espíritu, no es exactamente una reactivación del Bowie que sublimó el art-rock y que ha servido de influencia, más allá de la música popular, incluso a iconos de la vanguardia –sólo hay que recordar la “Low Symphony” escrita por Philip Glass a partir de las canciones de “Low”–, sino otra cosa distinta. Necesariamente tiene que ser otra cosa, porque no hay aquí producción de Eno –decisiva en aquellos años– ni el Berlín de 2009-2012 es el mismo de aquella zona a la derecha del muro en plena Guerra Fría y que inspiraba texturas en gris y guitarras como bloques de cemento, que influía en una lógica introspección y ánimo ceniciento.

A veces se tiene la sensación de que Bowie está escribiendo aquí su testamento, o por decirlo de manera más suave, sus memorias: a partir del momento de apogeo –que es el que intentan perpetuar todas las autobiografías, el instante en el que fuimos reyes por un breve instante–, el hombre de la mirada bicolor echa la vista aún más hacia atrás y adelante, reconstruyendo y condensando su historia en un disco que sirve (o sirva) de resumen, ejemplo, chispa y recuerdo grato de toda una vida. Lo que anunció “Where Are We Now?”, con su piano al final, su tono elegiaco, no se cumple exactamente: “The Next Day” no es para Bowie como los dos últimos discos para Leonard Cohen, que parecen casi una despedida a ritmo comatoso de marcha fúnebre, sino una manera de ordenar la casa antes de cambiar de costumbres. Así que no es un Bowie berlinés, sino un Bowie total: hay glam, hay rock solemne, producciones electrónicas en momentos estratégicos y, lo que no hay, es la frivolidad de aquel Bowie de los ochenta que ya apenas se recuerda. El tono es generalmente grave –y hasta el final: “Heat” es un cierre que deja un nudo en la garganta–, y va de más a menos. Comienza vigoroso, con batería marcada y bajo funk, como si fuera una canción de Talking Heads –o una canción de “Let's Dance”, por qué no–, regresa parcialmente a las lentejuelas y el maquillaje de Ziggy Stardust en “Dirty Boys” y “The Stars (Are Out Tonight)”, y es a partir del single cuando se da casi por zanjada la primera parte del libro, la de los años de juventud, y las canciones abundan en una nostalgia de la madurez que Bowie ha meditado profundamente y ha cuidado en todos los detalles. Se percibe que quería un disco digno, un buen ejercicio que no manchara su nombre. Se ha esforzado, lo ha pulido, y el resultado general de “The Next Day” es notable: es generoso en minutos, y escaso en tropiezos.

Pero es un Bowie de 2013, y eso obliga a tener en cuenta ciertos aspectos. Primero, la voz, que la mantiene reconocible, pero ya no capaz de alcanzar algunos registros agudos (tiene 66 años, se supone que esto lo entendemos y no vamos a pedir más de lo preciso). Segundo, la autosuficiencia que otorga ser Bowie: un artista de su dimensión se puede permitir hacer lo que quiera impunemente, y aún así ha tenido la entereza artística, la responsabilidad ética, de no hacernos perder el tiempo con un disco prescindible; Bowie lega al mundo una colección de canciones que merecen estar en él. Y tercero, la trayectoria. ¿Verdad que le dábamos por desaparecido, casi por muerto? ¿Verdad que después de tantos años ya nadie esperaba nada, no sólo un disco más, ni siquiera un disco bueno? “The Next Day” es mucho más de lo que esperábamos, y mucho más de lo que el mundo del rock le exigía. Hablando con un emérito colaborador de esta casa comentábamos que este año los clásicos –Nick Cave, My Bloody Valentine, Bowie– están en una forma que asusta. Y es verdad, los clásicos no nos están decepcionando. Es sólo así como se forja y se perpetúa la leyenda de un clásico: no decepcionando. No, Bowie no decepciona; al contrario, es Dios.

RENATO MOYSSÉN. 

jueves, 21 de febrero de 2013

FAKTOR ARTE / HISTORIA DE LAS CÁMARAS LEICA



HISTORIA DE LAS CÁMARAS LEICA

En 1849, el óptico y matemático Carl Kellner funda Optisches Institute, una empresa dedicada a la fabricación de lentes y microscopios, en Wetzlar (Estado de Hesse, Alemania). Su temprana muerte por tuberculosis, a los 29 años, dejó a su viuda a cargo de la compañía, que por esas fechas tenía doce empleados. Uno de ellos, Friedrich Belthle, lideró la empresa al casarse con la viuda de Kellner, en 1856. En 1865, se les unió otro socio, Ernst Leitz, antiguo relojero de Matthäus Hypp (Suiza), que llevaba un año empleado en esta institución. A la muerte de Belthle, en 1869, Leitz refundó la compañía poniéndole su nombre, Ernst Leitz GmbH. Leitz fue un empresario ilustrado que introdujo la fabricación en serie de microscopios, implementó seguros de salud, pensión y viviendas para sus empleados y, desde 1899, la jornada laboral de 8 horas. Tras su fallecimiento, en 1920, su hijo Ernst Leitz II le sucede en el cargo. Leitz II fue el artífice de la puesta en el mercado de la primera cámara fotográfica de 35mm.
            
Carl Kellner (1826-1855)
Ernst Leitz I (1843-1920)
Ernst Leitz II (1871-1956)
En 1911, el ingeniero alemán Oskar Barnack se incorpora a la empresa, denominada en ese momento E. Leitz Optische Werke, como encargado del desarrollo de microscópios de la firma. Nacido en Lynow (municipio de Brandenburgo), Barnack había estado trabajando como aprendiz en una compañía dedicada a la fabricación de instrumentos astronómicos en Lichterfelde. Completada su formación, se integró en la fábrica de instrumentos ópticos Carl Zeiss, con sede en Jena.

Barnack era muy aficionado a la fotografía, pero sufría de asma. Se axfisiaba subiendo pendientes, porque tenía que llevar cámaras de placas que eran muy pesadas. Por ello, Barnack se planteó la posibilidad de construir una cámara pequeña, con buena calidad de imagen, pero fácil de transportar. Ya en 1905, tuvo la idea de reducir el tamaño de las placas de película fotográfica, cuando trabajaba en un exposímetro para cine. Barnack utilizaba un dispositivo para probar las sensibilidades de las películas perforadas Edison de 18x24mm. Este era el formato de las cámaras de cine de la época. Sin embargo, observó que con ese formato no se obtenían fotografías de buena calidad. Decidió entonces doblar el formato 18x24mm, obteniendo así el conocido 24×36mm. Este último tamaño de película era óptimo para ampliarlo posteriormente, y obtener fotografías de buena calidad. Barnack adaptó el dispositivo de prueba de sensibilidades, al formato 24x36mm. Mostró su invento a un director de Zeiss, que rechazó esta adaptación. Zeiss siempre se arrepentiría de esta decisión.

Ya en Leitz, continuó desarrollando su invento, fabricando una cámara de metal que utilizaba la película de cine de 35mm, “doblada en tamaño”. La cámara contaba con una única velocidad de obturación (entre 1/20s y 1/40s), próxima a la utilizada en cine. Este modelo fue bautizado como Ur-Leica, que en español se traduciría como Leica original. La Ur-Leica está considerada como la primera cámara de 35mm del mundo. La cámara montaba un objetivo Anastigmat 50mm f/3.5, desarrollado por Max Berek, diseñador óptico de E. Leitz desde 1912. Fue el propio Barnack quien le pidió a Berek que le diseñara una lente más grande, que se adaptara al doble formato. Esta lente sustituiría a los objetivos Carl Zeiss Kino-Tessar, habituales en las cámaras de cine. Barnack habia utilizado uno de estos objetivos en su primer dispositivo. Basándose en estos objetivos Zeiss, Max Berek ideó un objetivo de cinco lentes en tres grupos, de gran corrección óptica.

Oskar  Barnack (1879-1936)
Max Berek (1886-1949)
Las fotografías realizadas por Barnack con la Ur-Leica fueron de muy buena calidad para el año 1914, y constituyen un documento de gran valor periodístico (entre ellas, la fotografía de Ernst Leitz I que se muestra en esta misma página). Estas fotografías aún se conservan y pueden admirarse en la página oficial de Leica.

Ernst Leizt II llevó un segundo prototipo de la Ur-Leica en un viaje a Nueva York, en 1914. Volvió entusiasmado por los buenos resultados de la cámara, alentando a Barnack para desarrollar su invento, y solicitó la patente el 12 de junio de 1914, apenas dos meses antes del comienzo de la Gran Guerra.
        
Ur-Leica (1913)
Leica 0 Null-Serie (1924)
La I Guerra Mundial retrasó el proyecto. Entre 1918 y 1920, Barnack contruyó un tercer prototipo; a caballo entre la Ur-Leica y la denominada Leica Nullserie, que el propio Barnack y su jefe Ernst Leitz II, fabricarían en 1923. En ese mismo año de 1923, por encargo de E. Leitz II, Barnack contruyó 31 prototipos de la Leica Nullserie o Leica 0, con números de serie de 100 a 130. Parece ser que no llegaron a construirse las 31 unidades, y que solo se fabricaron 20 o 21 prototipos completos. Esta cámara estaba equipada con el mismo objetivo Anastigmat 50mm f/3.5, y un visor compuesto por una lente con retícula en forma de cruz y una pieza metálica con una perforación en el centro, a modo de “punto de mira”.

Los prototipos se pusieron en manos de clientes selectos, comerciales y ejecutivos de la propia Leitz. Estas personas debían probar las cámaras e informar sobre la calidad de la mismas, posibilidades de comercialización, etc. Actualmente, solo se conservan la mitad de estas primeras cámaras de prueba. El prototipo con nº105 perteneció al propio Barnack y el nº104 se conseva en el museo de Leica. Esta última unidad sirvió de base para la fabricación de 2.000 réplicas funcionales de la Nullserie, que Leica Camara AG lanzó al mercado en el año 2000.

Los informes consideraban una locura poner en producción la Leica 0, considerando los riesgos que tendría que asumir aquella empresa, que entonces contaba con tan solo 1.000 empleados y con la crisis económica de posguerra. Anteriores intentos como el lanzamiento de los modelos de cámaras de placas Moment y Klapp, fueron un fracaso comercial. Sin embargo, en 1924, Ernst Leitz II decidió unilateralmente producir en serie la primera Leica, a pesar de aquellos informes negativos. Originalmente, la primera cámara fabricada en serie iba a llamarse Barnack Camera, pero se consideró que esta denominación no era comercial. Después se optó por LEKA, pero ya existía una cámara alemana llamada EKA, fabricada por Kraus. Finalmente se decidió que la contracción Leitz camera (Leica) sería la denominación más oportuna.

A la primera cámara fabricada en serie se la llamó Leica I, modelo A. Se presentó al público en 1925, en el Mercado de la Feria de Primavera de Leipzig (Spring Trade Fair). Esta cámara montaba el conocido objetivo Anastigmat 50mm f/3.5 fijo, obturador de cortinilla y visor telemétrico. Disponía de velocidades de obturación desde 1/25s hasta 1/500s. La película de 35 mm, con 36 exposiciones, avanzaba mediante un perno que enrollaba la película, al mismo tiempo que levantaba el obturador.

Leica 1A
Después de las primeras 174 unidades del modelo A, el objetivo Anastigmat pasó a llamarse Elmax en honor a sus creadores Ernst Leitz y Max Berek. La producción de este objetivo resultaba muy cara y, después de producir unas 713 unidades, Max Berek optimizó su diseño, sin disminuir la calidad. La nueva versión montaba cuatro lentes en tres grupos y fue bautizado como Elmar 50mm f/3.5. El éxito de esta cámara fue debido, en gran parte, al diseño del objetivo. Con una excelente calidad, podía ser plegado y empotrado en el cuerpo de la cámara, lo que convertía a Leica en una cámara de bolsillo. Entre 1925 y 1926 se fabricaron 1.000 unidades de Leica I, de las cuales 180 montaban un obturador central (Leica Compur), por lo que fueron denominadas Leica I, modelo B. Entre los años 1930 y 1932, 1.330 cámaras Leica I modelo A se equiparon con objetivos Hektor 50mm f/2.5, más luminosos, y bautizados así por el nombre de uno de los perros de Max Berek.

En 1930 se lanza al mercado la Leica I, modelo C, con objetivos intercambiables y montura a rosca de 39mm, diseñada por Barnack. Se suministraba junto con un pack de tres objetivos: Elmar 50mm f/3.5, Elmar 35mm f/3.5 (un gran angular muy luminoso para la época) y Hektor 135mm f/4.5. Cada uno de estos objetivos se ajustaban individualmente a la distancia entre la montura y el plano focal de cada cámara. Es decir, cada objetivo se ajustaba a su cámara, como la horma a su zapato. Por lo tanto, estos objetivos tenían grabados la terminación del número de serie de la cámara con la que se correspondían. En 1931, esta distancia (tiraje) fue estandarizada, haciendo coincidir una parte de la rosca del objetivo con otra de la montura de la cámara. A partir de entonces, las Leica I, modelo C podían acoplarse a cualquier objetivo. Estas cámaras fueron también denominadas Leica I estandarizada o Leica I “0”, por el símbolo grabado en parte superior de la montura de la cámara, y en la parte interior de la montura del objetivo. Este símbolo señala el punto de anclaje de objetivo y cámara, para conseguir un tiraje exacto de 28.8mm.

Leica I, modelo A, con la descripcion D.R.P. "Deutsches Reich Patent" 


Simbolo 0 grabado en la montura de la Leica II "Couplex"

Alrededor de 90.000 cámaras Leica estaban ya en uso en 1932, a pesar de la crisis posterior al crack de 1929. El 6 de marzo de ese año se puso a la venta la Leica II, modelo D ("Couplex" en el mercado francés) con un telémetro acoplado al objetivo, diseñado por Barnack. Este telémtro consta de un juego de espejos y dos visores: uno para enfocar y otro para encuadrar la imagen. A los tres objetivos habituales, se les unieron los Hektor 50 mm f/2.5, Summar 50mm f/2, Hektor 73mm f/1.9, Elmar 90mm f/4, Elmar 105mm f/6.3 y Elmar 135mm f/4.5. El éxito que tuvo esta cámara en el mercado norteamericano fue enorme. Ante el impresionante volúmen de pedidos, se decidió realizar un ensamblaje industrial de las cámaras. Hasta ese momento las cámaras se hacían a mano. Por muy increíble que parezca, los esquemas de diseño y ensamblaje, realizados por Barnack se habían perdido; así que tuvieron que desmontar una de las cámaras, para volver a rediseñar los elementos y planificar el montaje en cadena. Según LeicaWiki, se fabricaron un total de 52.509 cámaras desde 1932 hasta 1948, año en que finalizó su producción. Las 200 últimas cámaras, fabricadas entre finales de 1947 y principios de 1948, se montaron en la filial de Leitz en Nueva York.

El gran desarrollo de las películas fotográficas durante esta década, contribuyó también al éxito de las nuevas cámaras. En 1931 se introdujo en el mercado la película pancromática Agfa. Al año siguiente, la fábrica de películas Perutz lanzó la venta los primeros rollos de película de 35mm precargada (el carrete conocido por todos), liberando así a los fotógrafos del cuarto oscuro a la hora de cargar la cámara. En 1934, Kodak sacó al mercado su primera película de B/N en carrete. Un año más tarde, se pondría a la venta el Kodachrome, la primera película en color del mundo y la que haría llegar la fotografía al gran público.


Contax III (1936)
Leica IIIa (1935)
Entre los años 30 y 50, Ernst Leitz tuvo que competir con su compatriota Carl Zeiss en el mercado de la fotografía. A partir de la presentación en el mercado de la cámara Contax III en 1936, las innovaciones técnicas prácticamente iban a la par. La Contax III introdujo la montura de bayoneta, el autodisparador y un telémetro acoplado al objetivo más preciso que el ideado por Barnack. Estas mejoras técnicas serían copiadas por Leica en sus modelos posteriores. Su obturador de cortinilla formado por casi 700 piezas, permitía alcanzar velocidades de hasta 1/1250s frente a 1/1000s de la Leica IIIa (ó Leica G), que se lanzó al mercado en 1935. La Leica IIIa fue también conocida como Hindenburg Leica por encontrarse una cámara de este modelo, perteneciente al auxiliar de vuelo Fritz Deeg, entre los restos del famoso zeppelin accidentado en mayo de 1937.

La Leica IIIa fue producida en Wetzlar desde 1935 (nº serie: 156.201) hasta 1948 (nº de serie: 356.550). Desde 1948 hasta 1950 se fabricaron unas 500 cámaras en la región del Sarre (Saar) que llevaron los números de serie 356.701-357.200. En total, se fabricaron unas 91.000 unidades de la Leica IIIa, entre Wetzlar y Sarre.
Leitz disponía de una pequeña fabrica en la región de Sarre, concretamente en la ciudad de Sankt Ingbert. Esta empresa, denominada Saroptico, se encargaba de actualizar las Leica M, operación que consistía en transformar un modelo antiguo de Leica al modelo más moderno de la época. Saroptico también farbicaba trípodes de mesa, rótulas y ópticas para los proyectores Bolex.

Leica IIIa Sarre 
La región del Sarre, que actualmente pretenece a Alemania, ha pertenecido a Francia y a Alemania en diferentes épocas. Después de la II GUerra Mundial, Sarre quedó bajo protectorado francés. Los franceses imponían impuestos altos a los productos fabricados fuera los dominios de este país. Para evitar esos impuestos y poder vender la Leica IIIa en Francia y sus colonias, Leitz decidió seguir fabricando las piezas de la cámara en Wetzlar, pero trasladar su cadena de montaje hasta Sankt Ingbert. Esas cámaras llevan la grabación Monté en Sarre (Ensamblada en Sarré) y actualmente constituyen una pieza de coleccionismo muy solicitada. Walter Kluck dirigió esta empresa de Sankt Ingbert y después pasó a liderar la sucursal de Canadá.

Entre los años 1933 (elección de Hitler como Canciller) y 1939 (invasión de Polonia y el cierre de las fronteras alemanas), Leitz II consiguió salvar a 200 judíos, tramitando sus visados como aprendices con destino a Nueva York, Francia, Reino Unido o Hong Kong. Leitz II se había hecho miembro del Partido Nazi desde 1942 y el Gobierno alemán hacía la vista gorda porque necesitaban los suministros para materiales de guerra, que el empresario se comprometía a fabricar. Uno de estos suministros es la conocida como Reporter o Leica 250. Ésta era una cámara blindada, con un motor potente y con una carga de 250 fotografías (10 m de película), que se utilizaron en los vuelos de reconocimiento de los aviones de la Luftwaffe. Por otra parte, los royalties que originaban sus exportaciones a Estados Unidos era una fuente de ingresos para el III Reich. Por el contrario, los nazis anularon el título de profesor de la Universidad de Marburg a Max Berek, por negarse a sus prerrogativas. El título le fue reinstauradoen 1949, tres años antes de morir.


La postguerra fue especialmente dura para Carl Zeiss, ya que gran parte de sus instalaciones fueron bombardeadas por los aliados o confiscadas por el gobierno soviético. Esto no le había sucedido a Leitz, por lo que recuperó su producción en poco tiempo. En 1949, Leitz montó un moderno laboratorio de fabricación de lentes para objetivos. Sin embargo, la guerra fría estaba agudizándose. Un año antes, Stalin había cerrado el acceso terrestre a Berlín Oeste, imposibilitando la entrada de materiales y otros suministros. Temiendo que esta situación bloqueara el mercado alemán, Leitz decide llevarse parte de la producción fuera del país. En 1952 se inicia la construcción de la planta de montaje de Midland (Cánada), que también sería útil en caso de que el mercado americano experimentara un gran crecimiento.

Günther Leitz (hijo de Ernst Letiz II) fue nombrado presidente de E. Leitz Canadian Limited, y su asistente Walter Kluck, se convertiría en el gerente de ventas. Por su conocimiento del idioma y su capacidad de solucionar problemas técnicos, Kluck se convertiría en la pieza clave de esta factoría.
Leica Flex
En 1954 se presenta la legendaria Leica M3, en la Feria Photokina de Colonia. La Leica M3, fue el primer modelo dotado de montura de bayoneta. Fue diseñada por Ludwing Leitz (hijo de Ernst Leitz II) y Willi Stein. Hugo Wehrenfennig fue el diseñador de la montura de bayoneta. La letra M procede de Messersucher (visor medidor), hace mención a su visor telemétrico. Fue tal el éxito de este modelo que se fabricaron 226.178 unidades hasta 1966, año en que cesó su fabricación. Se construyeron 144 unidades para la armada alemana, con cuerpo lacado en verde. Estas unidades se conocen como Leica M3 Bundeseigentum. Después de la muerte de Ernst Leitz II en 1956, sus hijos Ernst III, Ludwig y Günther asumieron la dirección de la compañía. En este año, Zeiss lanza la Contax FB, la competidora de la M3. Una año más tarde, Leica abandona la fabricación de la cámaras de montura de rosca con el lanzamiento de la Leica IIIg. En 1958 se lanza la hermana pequeña de la M3, la Leica M2, con iluminación del enfoque en el visor para las tres distancias focales más habituales: 35, 50 y 90mm.

En 1959, sale al mercado la Nikon F. Ese mismo año sale al mercado la Leica M1, una cámara sin visor para acoplar a telescopios y microscópios. Sin embargo, Leitz tardará aún seis años (1965) en lanzar al mercado su primera SLR, la Leicaflex. La gama reflex de Leica se diseña junto a Minolta Corporation, colaboración que se mantendrá en la fabricación de la serie R. Las Leicaflex son cámaras de alta calidad óptica y mecánica. Sin embargo, sus precio era también muy alto, y las ventas reducidas. A este primer modelo le siguió la SL (1968) y la SL2 (1974), de la que existió una versión diferente con motor de arrastre, la SL2-MOT.

Durante los años 60, Leitz se dedica a la fabricación de cámaras personalizadas para cada cliente. Por ejemplo, se fabricaron 125 unidades de Leica IIIg para la armada sueca, con el emblema de las tres coronas grabadas bajo la zapata de flash. También se fabricaron 150 unidades de Leica con los mandos de arrastre sobredimensionados para que pudieran manejarlos los astronautas de la NASA. En 1964 comienza la producción en serie de la Leica MD, un modelo que carece de visor, telémetro y fotómetro. La razón de estas carencias es que se trata de una cámara fabricada para su uso con microscópios y telescopios. Sin embargo, esta cámara se puede utilizar directamente con cierto tipo de objetivos, acoplando un visor en la zapata para flash o utilizando el visor opcional Visoflex. Este visor reflex permite su uso con objetivos angulares y teleobjetivos extremos, así como con ópticas macro. La Leica MD es fácilmente distinguible porque monta un tornillo para rebobinar la película. En 1966, la MD fue actualizada como Leica MDa, que ya lleva la típica palanca de rebobinado inclinada y laposibilidad de acoplar un motor de arrastre. En 1980 apareció el último modelo de esta saga, la Leica MD-2, que sería fabricada en Canadá. Para mantener la capacidad de producción ante la fuerte demanda, en 1966, se se comnezó a a montar una nueva fábrica en Oberlahn, cerca de Weilburg, Alemania.

En 1971 apareció la primera Leica con fotómetro incorporado, la Leica M5. En esas fechas, Leica se asoció con Minolta para producir cámaras compactas, los llamados modelos CL. Diseñados por ambas firmas, los cuerpos CL fueron fabricados en Japón por Minolta, a partir de 1973. Hubo tres versiones de esta serie: Leica CL, Leica-Minolta CL y Minolta CL. La Leica CL se vendía en todo el mundo, excepto en Japón, donde se vendía como Leica-Minolta CL. La cámara disponde de montura Leica M y objetivos intercambiables. Cuando finalizó la producción de la Leica CL, Minolta continuó con la producción de esta cámara, que sería denominada Minolta CL.

Leica R3
En 1973, se empiezan a montar cámaras en Portugal (Vila Nova de Famalicao, distrito de Braga). La factoria portuguesa sigue funcionando actualmente y ensambla cámaras de la serie M y R, así como prismáticos. Los cambios de dirección de la empresa han modificado continuamente la función de la factoría lusitana. En ciertas épocas, esta factoría ha montado cámaras y otros equipos completamente, de forma que pueden verse cámaras "Made in Portugal" y otras "Made in Germany" que realmente han sido ensambladas parcialmente en Portugal y terminadas en Alemania.

A principios de los años 70, las cámaras japonesas dominaban el mercado fotográfico. Las cámaras Leica de la serie M eran modelos de alta calidad, pero su relación calidad/precio era muy baja, frente a los modelos japoneses. Las ventas de Leica descendieron vertiginosamente. La Leica M5 (1971) fue un desastre comercial. La dirección de la empresa decidió cesar la fabricación de las Leica M, y enfocar la producción hacia las Leicaflex. Esto suponía cerrar también la planta de Midland (Ontario, Canadá), ya que solo se dedicaba a la fabricación de objetivos con montura M. Walter Kluck, presidente de la planta de Midland desde 1975, quería salvar la sección canadiendse a toda costa. En su empeño, demostró que podía montar una Leica M4 en su planta de Canadá, y sacarla al mercado con un precio competitivo. Los ejecutivos en Wetzlar eran más conservadores, pero ante su insistencia le propusieron acceder a sus pretensiones, sí vendía 4.000 unidades en el primer año. Dada su experiencia como gerente de ventas, Kluck persuadió a distribuidores de Canadá, EE.UU., Alemania, Suiza y sobre todo, Japón y consiguió pedidos que superaron las 9.000 unidades. Como resultado, en 1976, se introdujo en el mercado la Leica M4-2, básicamente idéntica a la alemana pero con una nueva zapata para el flash sincronizado y la posibilidad de acoplamiento de un motor de arrastre de la película. Kluck fue también el que registró la marca ELCAN (E.Leitz Canadian Ltd.) en 1960.

Leica R8
En la segunda mitad de los 70, las cámaras electrónicas comenzaron a dominar el mercado. En 1974, Leica había sacado al mercado la Leicaflex SL2. En ese mismo año, Zeiss fabricó la Contax RTS, su primera reflex. La gama Leicaflex fue sustituida por la serie R, que se estrenó en 1976 con la Leica R3 Electronic. Esta sería la primera cámara electrónica de Leica. La R3 fue diseñada en colaboración con Minolta, que sacaría al mercado su versión propia, la Minolta XE. Las primeras Leica R3 fueron montadas a mano en Alemania, pero ante los malos resultados del ensamblaje, se pasaron a la planta automatizada de Portugal. De este modelo, se fabricó un modelo singular llamado R3 Safari, con terminación en verde oliva. Curiosamente, las versiones que no aceptan motor y las que si (MOT), siguen fabricandose paralelamente. En consecuencia disponemos de R3 Electronic y R3MOT Electronic. Esta pauta se mantendría con la R4. La colaboración con Minolta para el diseño de las Leica R continuaría hasta la aparición de la R7. La Leica R8, ya fue un modelo exclusivamente diseñado y fabricado por Leica. En 1980 la Leica M4-P fue lanzada al mercado. Montada en Canadá, dispone de seis encuadres en el visor, en vez de cuatro, dependiendo de la longitud focal utilizada. El encuadre se ilumina automáticamente al acoplar el focal utilizado.

Ante la mejora de las ventas de las Leica M4-2 y M4-P, la dirección de la empresa decide retomar la serie M y saca al mercado la emblemática Leica M6, en 1984. Esta cámara fue diseñada con el apoyo de Walter Kluk, quién pensaba que su ensamblaje se realizaría en la planta de Canadá. Sin embargo, el cambio de moneda dólar/marco alemán elevaba los costes y, al final, se fabricó íntegramente en Alemania. La M6 fue la primera Leica M con fotómetro TTL. A este modelo le seguiría la M7 (2002), la última M para película fotográfica, que aún se mantiene en producción. La serie R analógica terminaría con la R8, modelo que salió al mercado como cámara analógica (1996) pero al que se podía acoplar un respaldo digital. Actualmente, existen modelos digitales de ambas series, junto a modelos de tipo compacto.

Leica M7
En 1986, los hijos de Leitz se retiran de la firma. Se crea Leica GmbH como empresa subsidiaria para gestionar la división de cámaras fotográficas. Un año más tarde, la empresa matriz Ernst Leitz Wetzlar GmbH, se fusiona con Wild Heerbrugg AG surgiendo una nueva empresa denominada Wild Leitz AG con sede en Suiza. En 1988, Leica GmbH se independiza de la empresa matriz y traslada su sede a Solms (Alemania). Las ventas de cámaras Leica son muy bajas debido al precio de estos modelos y a la fuerte competencia japonesa. A modo de ejemplo, en 1988 Leica vendió entorno a 20.000 cámaras, mientras que su socio Minolta había vendido 2.5 millones de unidades. En ese mismo año, las ventas de Leica no alcanzaban el 8% de cuota de mercado en Estados Unidos. La compañía necesitaba liquidez para relanzar sus productos, pero la estrategia adoptada no hizo más que empeorar la situación. En 1988, el nuevo equipo directivo de Leica decidió llevar a Alemania gran parte de la producción de lentes y ensamblaje de cámaras, que se realizaba en Canadá y Portugal. Lo que supuso un incremento de gasto en personal (en Alemania los operarios están mejor pagados). El segundo error fue no poner en producción la tecnología autofoco que los ingenieros de Leica tenían ya desarrollada, cuando otros fabricantes ya estaban lanzando al mercado las primeras cámaras con enfoque automático.

En 1990, la Wild Leitz AG se fusionó con la British optical group Cambridge Instrument Company. La compañia subsidiria Leica Camera GmbH, pasó a denominarse Leica Camera AG, denominación actual de la empresa. Dos años más tarde, la planta de Canadá fue vendida a Hughes Aircraft, que continuó fabricando algunas lentes para cámaras Leica. Ese mismo año, Bruno Frey, presidente de Leica, intenta que una filial del Banco Nacional Alemán (Deutsche Bank) adquiera la mayor parte de las acciones de la empresa, pero fracasa en sus negocioaciones. En 1994, se realiza un nuevo intento que resulta existoso. El Jefe de Gestión Financiera de Leica, Klaus-Dieter Hofmann, consigue la venta de las acciones y Leica pasa a tener control estatal. La marca Leica se mantiene como propiedad de Wild Leitz, que conserva una pequeña cantidad de acciones. Hofmann se convirtió en el Director Gerente de la nueva Leica Camera AG.


Leica Systems
Para sacar a la compañía de números rojos, se ponen a la venta 4.5 millones de acciones en la Bolsa de Frankfurt. En 1996 se recogen beneficios y se disminuye el deficit de la empresa, que es todavía de 30 millones de marcos alemanes. Ese año, animados por la reducción del deficit, deciden comprar la empresa Minox. Esta operación se convertiría en otro estrepitoso fracaso financiero. Para colmo de males, las ventas en Asia caen en picado y Leica es demandada por utilizar prisioneros de guerra como esclavos, durante la época Nazi.

A principios de 1999, Hanns-Peter Cohn se convierte en el nuevo Director Gerente de Leica. El renovado equipo directivo desarrolla una estrategia para el nuevo milenio, denominada Leica 21. Una de sus piedras angulares fue lanzar la linea Leica S, un nuevo sistema de cámaras y objetivos con diseño digital y sensores de 30x45mm, que ofrecen una resolución de 37.5 millones de pixels.

Los productos Leica mantienen la más alta calidad de componentes y ensamblaje, pero también de precio. Por ello, Leica ha tenido que establecer convenios de colaboración con otras empresas para la fabricación de componentes. Destaca la fabricación de las lentes de las cámaras Panasonic, cuyos modelos digitales disfrutan de una buena cuota de mercado.

PAMELA WAGNER

lunes, 28 de enero de 2013

NOVELA EN LINEA 21


EL REENCUENTRO 21


- Todas estas reflexiones siempre acababan por hacerme sentir la profunda soledad que me rodeaba, porque difícilmente podía compartirlas con quien habría querido hacerlo, con Lupina, si ella hubiera sido capaz de comprenderme.
-  Pero usted no estaba solo…
-  No Conchita, no puedo negarlo. A estas alturas ya no estaba solo…Habían sido muchos años de soledad…
Durante mucho tiempo estuve dedicado por completo al trabajo, recorriendo toda la costa del Golfo, por cierto que en Minatitlán hubo una fiesta de Carnaval a la que me invitaron unos pilotos de Mexicana de Aviación y tuve la nefasta idea de mandarle a los niños, para que jugaran, gorros, cornetas y silbatos y, cuando llegué meses después a la casa, Lupina los sacó de donde los había escondido, para romperlos delante de mí, diciendo que, mientras yo andaba en francachelas con amigos y amigas, mis hijos se morían de hambre. Y la verdad era que sí, tuve ¨amigos y amigas¨ y hasta algunas relaciones, pero totalmente circunstanciales: mis únicos amigos eran los de siempre, los del D.F., porque para entonces, mi amigo Luis Ernesto había muerto de un ataque al corazón por lo que me sentía más solo que nunca.
Viví cosas muy interesantes, es cierto que todas las experiencias que tuve en mis viajes valieron la pena: nada tan impresionante como lo visto en Catemaco; ahí sí que vi la brujería muy de cerca.
Todo mundo sabe que es un verdadero nicho de brujos, pero para ponerse en contacto con ellos hay que ganarse la confianza de los suyos.
Me dijeron que para llegar al Maestro Rutilo, tenía que ir dos o tres veces a comer a determinada barraca de las que están a la orilla de la laguna vendiendo comida y hacer plática con la dueña desde el primer momento, para que me fuera conociendo, de modo que fui a comer y luego luego entablé la plática con ella, una mujer gruesa que fumaba puro, alabando sus guisos; le platiqué de mí, de mi familia, de lo que extrañaba, de mi trabajo, sin preguntarle nada.
Al día siguiente, durante el desayuno nada más la saludé, pero me di cuenta de que me observaba. Por la tarde, cuando acabé de comer y encendí mi cigarro, se acercó y me pidió un cerillo para prender su puro y le dije que se sentara a fumar conmigo. Me dijo que por qué no consultaba con alguien que pudiera hacer que mi mujer se acercara a mí. Aproveché para decirle que esa era mi intención, que alguien me había hablado del maestro Rutilo, pero que no tenía idea de cómo buscarlo.
A la hora de la cena se sentó junto a mí, diciendo que estaba tratando de saber en dónde estaba don Rutilo, que tal vez al día siguiente me podría dar el dato. Por la mañana fui a desayunar temprano porque tenía que ir a trabajar y le pedí que por la tarde, después de la comida platicáramos.
Esa tarde se ofreció a llevarme a casa de don Rutilo, pero que ella no me iba a decir nada, así que nunca supe si eran parientes o qué.
Me metió por entre las barracas y por unas callejuelas que pensé que nos habían alejado de la laguna; tocó en una puerta desvencijada y se fue. Abrió un hombre indígena, vestido de manta, con huaraches, cuyos ojos me impresionaron: parecía que taladraran mi mente…


Me identifiqué pero no hablé de quién me había llevado, lo único que le dije fue que necesitaba su ayuda y entramos. No sé si ahí vivía o sólo era su ¨ consultorio¨, pero era impactante: tenía las cuatro paredes saturadas de imágenes de Santos, lo mismo Martín Caballero que San Agustín, San Francisco, San Ignacio de Loyola, San Cristóbal, San Antonio o la Virgen de Guadalupe, con un búho vivo, en su percha; un halcón disecado, así como ristras y ristras de ajos y Ojos de venado y muchos listones de colores, sobre todo, rojos. El piso de tierra estaba cubierto de petates desgastados en los que pululaban los gatos; había además muchos pequeños altares cubiertos con veladoras de todos colores, unas prendidas y otras consumidas y varias fotografías, algunas muy borrosas, cirios de colores, semi envueltos con trapos; sobre los petates, pegadas a las paredes estaban unas piedras negras lisas y en algunas, había también velas y veladoras de colores encendidas, sin faltar los consabidos horrendos muñecos de trapo y completaban el mobiliario unas cuatro o cinco sillas bajas de palma y un cable que colgaba en el centro, con un pequeño foco en los que las moscas habían dejado su huella.
Pese a todo, era un lugar bastante colorido, por lo que no resultaba lóbrego.


En el muro frente a la puerta había una pequeña ventana que me permitió ver que seguía junto a la laguna; no supe realmente cómo había llegado.
El aire estaba totalmente enrarecido, por lo que me costó trabajo respirar y me dio un ataque de tos.
-  Esa es tos de fumador – me dijo – Tienes que dejar el cigarro, hermano.
Con eso se rompió el hielo y mi temor.
Empecé hablándole de la relación con mi esposa, por lo que necesitaba su ayuda; me pidió que le llevara una ropa íntima de ella y como le aclaré que no la tenía, me hizo una ¨limpia¨, pasándome por todo el cuerpo un ramo de hierbas de pirul, alfalfa, eucalipto y no sé qué más. Lo que me impresionó fue que del ramo empezó a caer en el papel en que me había parado, mucha sal. Traté de ver si la tenía en la mano o entre las hierbas, pero no pude ver nada. Me dijo que era que estaba rodeado de malas voluntades, pero que  lo que estaba haciendo evitaría el daño y que iba a ver cómo las cosas se me facilitarían. Al día siguiente me leyó el Tarot, diciéndome que mi esposa sí me quería, pero que se sentía muy herida y que mi vida no iba a ser muy larga, que era urgente que me alejara del cigarro para siempre.
Haciéndole plática y yendo todos los días que permanecí en Catemaco, me tomó confianza y empezó a decirme que la vela o veladora, según el color, se usaba para diversas peticiones: la verde para que los negocios prosperaran, la amarilla para atraer el dinero, la roja para retener al ser amado, la azul para tener el amor de alguien, la blanca para la salud. Debían prenderse enfrente del retrato de la persona en la que se tenía interés y, según lo que se deseara, a una hora determinada; por ejemplo, si uno quería que volviera la mujer amada, la veladora o vela, debía encenderse a las 12 de la noche y llamar a la persona por su nombre, diciéndole que tenía que volver, pero además, durante diez días, se debía, a la misma hora, llamarla gritándole, porque a esa hora estaría dormida y había que despertarla a gritos para que entendiera el mensaje, aunque seguramente se volvería a dormir y al despertar, para ella habría sido un sueño que la inquietaría hasta hacerla volver. Entre tanto, la “luz” debía permanecer encendida de día y de noche.
Yo había visto también velas negras y, al preguntarle por ellas, se mostró inquieto y medio molesto, pero me dijo que se usaban para provocar la muerte y se prendían en las piedras negras y sobre el retrato de la persona a la que se le quisiera hacer el mal, pero que él no practicaba la ¨Magia Negra¨, por lo que siempre las usaba combinadas con las de colores, de acuerdo con la petición. Que cuando la fotografía se ¨emborronaba¨ se debía buscar a la persona, porque el ¨trabajo¨ ya estaba hecho.
Para esto, yo ya le había comentado de mi estudio sobre las religiones, lo que le interesó y tal vez por eso se explayó.
Había entendido que mi interés era para conocer más de estos misterios, como lo había sido el estudio que le había comentado.
Me explicó que en Catemaco había quien se dedicaba a la ¨Magia Negra¨, pero que el mejor era el Maestro Augusto. Que si quería podía llevarme, pero que él sí hacía ese tipo de magia porque era adorador del diablo y hacía Misas Negras en las que, se decía, mataban animales y bebían su sangre.
Me dijo que el Vudú es una de las religiones o prácticas más antiguas. Fue traído a América por los esclavos africanos; se le relaciona con el Cosmos y se dice que los sacerdotes Bokor pueden crear zombis que son muertos resucitados a los que esclavizan.
Para hacer el mal utilizan muñecos a los que clavetean de alfileres, tal como usted vio con su amiga, pero se necesita tener facultades especiales y dominar todos los conjuros.
Sus guías espirituales son seres sobrenaturales llamados Loas y los principales son el Barón Samedi, la Maman Brigitte y Dambolla que habla a través del sacerdote más poderoso. Se puede recurrir a Hougan si se es hombre y si se es mujer, a Mambo, pero el que verdaderamente hace el mal, es Bokor, que significa Brujo.
Fue el Vudú el que dio origen a la Santería Cubana. En ella se emplean nombres africanos, pero están representados por imágenes religiosas del critianismo, fundamentalmente con la Virgen de la Caridad del Cobre; ahí sí se dio el sincretismo.
Las prácticas más frecuentes son las del Oráculo de Biagué, para el que se emplea el coco al que llaman Obi y que consiste en partir el Obi sin golpearlo en el suelo porque eso ofendería al Orisha Obi. Se cortan cuatro pedazos del coco y con la uña del pulgar de la mano derecha se sacan los Pikuti, o sea, pedacitos pequeños en la cantidad que requiere cada deidad a la que se le solicita ayuda para la interpretación: para Oshún son cinco, para Elleguá tres y para Shangó, seis y se colocan en un plato blanco, pero antes de iniciar la lectura del destino, se debe pedir permiso a Elegguá. Sólo los sabios pueden hacer interpretaciones.

Oráculo de Biagué
Otra de las prácticas recurrentes es el Mal de Ojo, que sólo pueden hacer personas con poderes y conocedoras de los rituales para curar o dañar. Se recurre a este tipo de brujería porque es sencilla, no deja evidencias y es efectiva. Se puede ejercer mentalmente por proyección de energía negativa, sin necesidad de recurrir al ritual.
La persona afectada puede empezar a padecer equivocaciones, buscar pleitos, sentir cansancio o sentir que alguien la empuja y puede llegar a  la autodestrucción sin proponérselo.
Para recuperarse necesita la ayuda de una mente más poderosa que la que le hizo el mal.
Con la magia negra siempre se hace mucho daño; las plantas que usan, son como el toloache que embrutece o mata.

Toloache
Se usa también la ¨cinta roja¨ con la que se mide a una persona y la que le manda hacer el daño se la amarra a la cintura y ya la tiene en su poder para que cumpla sus caprichos, para enfermarla o hasta matarla.
Yo ya había escuchado la expresión: ¨te tiene tomada la medida¨. Pero hasta entonces comprendí su alcance.
-  En la Magia Blanca siempre, antes y mientras la practicamos, invocamos y rezamos a nuestro Padre Dios y a su Hijo Jesucristo.
Efectivamente, ya había podido observar que rezaba mientras me hacía la limpia, aunque no pude entender sus palabras.
Vencí mi temor y una tarde me llevó a ver al Maestro.
Era una casucha como todas las que hay a la orilla de la laguna, pero él tenía una salita de espera que estaba llena con algunas personas sentadas en sillitas bajas de palma. Al vernos llegar, una mujer sucia y desagradable saludó al Hermano Rutilo y nos dijo en voz baja:
-  El Maestro Gusto está ocupado; si lo quieren ver, tienen que esperar turno.
El Hermano Rutilo se fue y yo decidí esperar un rato.
Al poco tiempo se abrió la puerta y salió un hombre mayor con cara de angustia y paso lento, por lo que pude ver el interior: era un lugar lóbrego, con trapos negros colgando, velas encendidas y un “retrato” del diablo al fondo.
Le dije a la mujer que ya no tenía tiempo y salí como si todos sus demonios me fueran persiguiendo, no por miedo, sino por horror y asco.
Tuve oportunidad de conocer a otros brujos de Magia Blanca, pero al “Maestro Gusto” nunca lo vi.
Cuando salí de Catemaco me despedí del Hermano Rutilo y de mi diligente cocinera, prometiéndoles volver, pero nunca lo hice porque de ahí me mandaron a Minatitlán y el trabajo me absorbió.
Estuve en Campeche, en Chiapas y Yucatán, viviendo muy estrechamente, pues sólo disponía de los viáticos, porque sabía que en la casa hacía falta el dinero.
Cuando me mandaron a Torreón recibí un aumento de sueldo que me ayudó un poco, pero seguía faltando dinero para la familia.

Torreón 
Eso sí, frecuentemente me acompañaban espectros que me llamaban por mi nombre o me tocaban. Ya no les temía; el hermano Rutilo me había dicho que si se acercaban tanto, era porque esperaban que pudiera ayudarlos. Yo trataba de que me dijeran algo, pero nunca obtuve respuesta, sólo su presencia.
Cada año, cuando iba a casa a pasar Navidad y Año Nuevo y me quedaba hasta Reyes, buscaba que mejorara la relación con Lupina, pero nunca lo conseguí, por lo que la decepción y el abatimiento me hacían desear volver lo más pronto posible al trabajo, aunque ahora tenía el aliciente de platicar un poco con Carlos, mi hijo, porque Estela era muy arisca y Mariana todavía era muy pequeña, aunque ya demostraba carácter.
En una ocasión me enteré de que estando en 1er año,  alguien le prestó un libro diferente al que ella llevaba y en la tarde, acostada en la cama, estaba leyéndolo o tal vez sólo viéndolo y su prima Esperanza, jugando, quiso quitárselo y ella, muy enojada, le mordió la mano y la sangró, lo que le costó una cueriza terrible que le dio su mamá.
Comprendí entonces cuánta razón había tenido Mamá Remeditos al decirme que esa niña sería como yo. Había empezado para ella el gusto por la lectura.

Fue el mío un peregrinar pues recorrí gran parte del país, aunque a veces tenía que regresar a algún Estado, pero no a la misma ciudad.
Cuando me mandaron a Cananea, tuve la oportunidad de conocer a un médico joven que atendía a los mineros, se llamaba Arnulfo Ayala y era muy cordial, con una eterna sonrisa no sólo en la boca, sino también en los ojos.
Lo consulté porque la tos ya no se me quitaba  ni con limón y azúcar, ni con miel o el té de ocote con piloncillo, ni ninguna  otra tisana. Su receta fue:
-¡Deje el cigarro! – cosa que me repetiría en muchas ocasiones, pero nunca lo pude realizar porque el vicio siempre fue más fuerte que mi voluntad.
Pronto nos hicimos amigos y confidencialmente me dijo que era masón. Era la época en que yo había estudiado a esa secta, pero no había podido acercarme, por lo que le pedí a mi amigo me indicara qué debía hacer para poder ingresar.
-  El requisito indispensable es que tenga usted una religión ¿la tiene?
-  Sí, soy católico, aunque no un buen practicante.
-  Creo que con eso bastará ¿sabe? En Sonora casi todos los hombres somos masones ¿se acuerda de Don Francisco Madero? Él también lo era, como buen sonorense, y nunca lo negó. Le prometo que la próxima vez que vaya a la Logia, pediré que lo reciban; creo que bastará con una recomendación.
Pasados unos días me dijo que en la Logia estaban dispuestos a conocerme, así que en la primera oportunidad, lo acompañé a Hermosillo y aunque me pidieron mil requisitos, fui aceptado en la congregación, lo que me permitió posteriormente acercarme a las Logias en otras ciudades, pero como le dije antes, a la postre no me convenció y abandoné la masonería.
Pero el primer viaje a Hermosillo fue muy importante para mí: cambió el rumbo de mi vida.

Hermosillo
Mi amigo Ayala me invitó a pasar un fin de semana en la casa de su familia: aunque habían nacido en Cananea, su padre, buscando mejorar a sus hijos para que no acabaran de mineros como él había sido, decidió irse a Hermosillo y dedicarse a la agricultura, con tal de que sus cinco hijos tuvieran escuela. Prosperó porque se dedicó al cultivo del algodón y pudo darle carrera a los cuatro varones en la Ciudad de México: Alfredo, Ingeniero Agrónomo; Arturo era abogado; Armando, veterinario, todos ya casados y Arnulfo, el médico, lo haría muy pronto. La única a la que no le dio carrera fue a la “pipiolita”, María Trinidad, la menor de la familia y que sólo había hecho la Secundaria porque su padre lo había decidido, sin embargo, a ella le gustaba el estudio y leía de todo por su cuenta.
Al llegar conocí a Don Alfredo, el papá y a Doña Trinita, la mamá;  los hermanos varones vivían en otras ciudades con su propia familia y Mari Trini, la hermana, ocupada en sus labores de casa.
Cuando la criada avisó que ya iban a servir la comida, pasamos al amplio y ventilado comedor  y allí estaba ella:
La atracción fue mutua. No era una belleza, sin embargo, era impactante. No se parecía a su hermano más que en la sonrisa, característica de toda la familia; tenía el pelo castaño y ondulado, a diferencia del negro y lacio de su hermano y sus ojos eran color avellana. De estatura un poco más que media, esbelta y diligente, nos sirvió la comida de la que sólo recuerdo que había machaca en una salsa verde. Había sido tan fuerte la impresión que todo quedó en segundo plano.
Nos mirábamos a hurtadillas y los dos días siguientes, nos evitábamos, sin rehuirnos realmente.
Conversamos siempre en familia, pero fue todo tan lleno de cordialidad, que pronto me sentí identificado con mis nuevos amigos.
Sólo al despedirnos el domingo, me atreví a apretarle la mano y ella me devolvió el apretón, lo que bastó para sentirme feliz, por lo que estuve muy parlanchín durante el regreso a Cananea.
Durante las dos o tres semanas siguientes, Arnulfo no me volvió a invitar a su casa, aunque me contaba que había ido a Hermosillo, pero de pronto, me comunicó que mi solicitud para ingresar a la Logia había sido aceptada, así que el siguiente fin de semana lo  acompañé.
Nuevamente sentí el impacto de la presencia de Mari Trini y ahora sí busqué la ocasión de hablar a solas con ella. Supe que sus gustos eran muy semejantes a los míos y que me identificaba plenamente con ella, sin embargo, no quise hablar de mis sentimientos; me limité a hablarle de mi familia y mi trabajo, pero me di cuenta de que ya su hermano le había hablado de los problemas con mi esposa.
Mis visitas se hicieron más frecuentes, puesto que había sido aceptado en la Congregación que, por lo que pude darme cuenta, tenía un gran peso en el país.
Cuando me mandaron a Caborca y a Ciudad Obregón, me las ingenié para comunicarme con Arnulfo y llegar a Hermosillo un poco más tarde que él, para no pecar de imprudente, pero pude percibir que toda la familia estaba enterada de nuestro interés mutuo. Yo no quería crear falsas expectativas, así es que comenté cual era mi situación familiar y ellos, como siempre, se mostraron comprensivos y respetuosos.
Decidí entonces regresar a México para tratar de arreglar las cosas con Lupina, pero antes ya había hablado con mi jefe de la posibilidad de tener allá una plaza para dejar la vida errante de la Inspección de Correos.
Mi deseo era arreglar nuestra situación, volver a México, tener un trabajo de oficina y dar por terminada toda relación con mis amigos, pero cuando intenté acercarme a mi esposa, no fue un balde de agua helada, fue un balde de ácido lo que recibí. Me dijo inclusive que había hablado con un sacerdote y que le había dicho que si yo pretendía algo con ella, que llamara a un policía para que me sacara de la casa.
Ni siquiera el decirle que entonces habría una separación definitiva, que podría llevarnos al divorcio, la hizo cambiar de actitud. Su respuesta fue: ¨Nunca me voy a divorciar. A la que levantes podrás darle el ilustre nombre de Tu Querida, pero yo seguiré siendo Tu Esposa¨.
Le hablé de aquellos viejos sueños, de nuestros primeros años de noviazgo y matrimonio, de todos aquellos bellos momentos que habíamos acumulado. Nada la conmovió.
El tiempo y el rencor habían devorado los recuerdos.

Regresé a mi trabajo y a Hermosillo, dispuesto a jugármelo todo: le conté a Mari Trini el objeto y el resultado de mi viaje a México, así como de mis sentimientos hacia ella y me dijo, que tal como había sido con ella, fuera sincero con su familia, porque ellos aborrecían la falsedad y que, además, ella como yo, estaba realmente interesada en tener una bonita relación, porque sentía que éramos afines.
Cumplí con ese compromiso, expliqué mis problemas, agregando:
-  Estoy profundamente enamorado de su hija y creo que ella me corresponde, pero no puedo ofrecerle un matrimonio formal, porque estoy casado por el civil y por la Iglesia, Si ustedes me permiten seguir visitándolos y mantener una relación de noviazgo con ella, juntos buscaremos alguna solución al problema. Si no les parece mi propuesta, desapareceré para siempre de sus vidas.
-  Mira Miguel,- me dijo el padre – Si hubieras llegado a esta casa con hipocresías, en este momento ya te habríamos sacado a patadas, pero desde el primer día diste muestras de honestidad y lo único que puedo decirte es que es mi hija la que debe decidir si quiere una relación tan insegura que además puede ser efímera, aunque ya imagino su respuesta ¿no ves cómo llora?…
Efectivamente, lloraba desconsolada.
Comprendí que ellos debían discutir a solas y salí de la casa prometiendo volver al día siguiente por la respuesta.
Me alojé en un hotel y al día siguiente, después de la comida, me presenté.
Me llevé una gran sorpresa al ver que estaban todos los hermanos que me saludaron seria, pero amablemente.
Quien tomó la palabra fue Arnulfo:
-  Miguel- me dijo – no hace mucho que te conozco, pero siempre me pareciste un hombre serio y decente, aunque un poco retraído y triste y ahora has dado una prueba de honestidad que mucho valoramos. Como ves, estamos la familia completa, porque es algo que a todos nos concierne; se trata de nuestra hermanita y deseamos para ella lo mejor, que no es precisamente lo que le propones, pero ella nos ha dicho lo que siente por ti y no queremos ser culpables de su infelicidad. Pero sabe desde ahora, que si tú das motivo para que ella sea infeliz, tendrás que enfrentarte a todos nosotros.
Quien más lloraba era doña Trinita, aunque don Arturo ya no ocultaba sus lágrimas.
Entendí su pena; seguramente habían soñado una boda normal para su hija y se les presentaba una situación ambigua que difícilmente podrían explicar a sus parientes y amigos.
Todos estábamos profundamente conmovidos, de modo que cuando prometí luchar con todas mis fuerzas por lograr la felicidad de Mari Trini, mi voz salió enronquecida y entrecortada por el llanto.
Mantuvimos una relación de noviazgo durante la que yo fui inmensamente feliz: podía hablarle de lo que había leído, intercambiábamos libros,  juntos salíamos al campo a disfrutar de la naturaleza, contemplábamos el cielo admirando las formas caprichosas de las nubes, los atardeceres y por las noches, disfrutábamos viendo las estrellas; aunque mis conocimientos eran pocos, trataba de señalarle algunas constelaciones. En pocas palabras, fue volver a la vida y también al canto y a la música.

Pero cuando menos lo pensaba, me ordenaron ir a revisar la Oficina Central de Correos de San Luis Potosí.
Mientras estuve en la zona, Chihuahua o Sinaloa, no me importó, porque podía llegar fácilmente a Hermosillo, pero el ir a San Luis significaba que tendría que ausentarme por mucho tiempo, porque no podría viajar tan frecuentemente como hasta entonces. Yo sabía que el llegar a la Oficina Central, significaba revisar las sucursales de la diversas entidades, lo que requería de tiempo que no podía distraer, además de la escases de dinero para hacer los viajes.
Se acababa mi paraíso.
Lo hablé con Mari Trini y ella me dijo que estaba dispuesta a seguirme  a cualquier parte, porque no quería dejarme ir.
Su familia supo lo que sucedía, pero esta vez no hablé yo; fue ella la que planteó  el conflicto y su decisión.
Don Arturo habló en privado conmigo, proponiendo que me adelantara a San Luis para buscar un alojamiento y que mientras pensarían cómo salir airosamente de la situación. Debía esperar a que él se comunicara conmigo
No tenía opción y cuando tuve que irme, creí que la perdía para siempre.
Pasadas tres o cuatro semanas, Don Arturo me llamó por teléfono para decirme que ese fin de semana debía ir a Hermosillo para que me dijeran lo que se pensaba hacer.
Ya había alquilado una casita muy pequeña a unas cuantas calles de la maravillosa Catedral y cerca de la Lonja, de modo que quedaba en el centro, rodeada de edificios hermosos y no tenía que gastar en pasajes para ir a mi trabajo.
Llegué el viernes por la tarde a casa de los Ayala. Esta vez nada más estaba Arnulfo.

Catedral de San Luis Potosí
Me dijeron que sabían que el domingo a las 11, había en Catedral una boda: el plan era llegar media hora antes, colocarnos en la nave lateral para pasar como invitados, seguir la Misa como si fuera para nosotros, con lo que, por voluntad de todos, quedaríamos casados ante Dios, con la obligación de seguir todos sus preceptos.
Mari Trini se vistió con un vestido blanco de calle  y su mantilla de siempre; llevaba en la mano una vara con tres azucenas y yo me puse un traje negro de Arnulfo que me quedaba un poco corto y muy flojo, pero pasaba por un traje de boda.
Seguimos puntualmente la Misa, escuchando al sacerdote decir “Mujer te doy y no sierva…” y repitiendo en murmullo las respuestas de los novios. Cuando se trató de entregar las arras, saqué unas cuantas monedas sueltas para poder decir “Estas arras os entrego en señal de matrimonio”. Ella respondió en un suspiro:  “ Yo las recibo”. Y sus papás nos regalaron los anillos. Recibimos la Bendición tan devotamente como si realmente fuera directamente nuestra.
Así quedamos casados.
No faltó el retrato de “bodas” que primero estuvo en la sala de los Ayala y poco después en nuestra propia sala.
Esa misma tarde, después de nuestra “comida de bodas”, partimos hacia San Luis.
Para despedirnos de sus padres, Mari Trini y yo nos pusimos de rodillas para recibir la bendición de ambos.
-  Tienes que entender que esto es muy duro para nosotros; te entregamos a nuestra hija mediante lo que parecería una farsa, pero para nosotros no lo es. Consideramos que esto es una boda que ustedes tendrán que honrar y respetar para el resto de sus vidas. Espero que no me des motivos para buscarte en otro plan, Miguel.
-  Doy a usted mi palabra de hombre de bien, que nunca tendrá motivos de disgusto de parte mía, mientras Dios me dé fuerza y salud para responder por mis actos.
Fue la nuestra una verdadera “Luna de Miel”; esa estancia en San Luis fue llena de felicidad, basada en las cosas más sencillas de la vida: después de mi trabajo salíamos a caminar por esas tranquilas y hermosas calles del centro, respondiendo a los saludos de personas desconocidas, pero siempre amables. Disfrutábamos en el parque de la puesta del sol o viendo a los jóvenes que daban la vuelta, ellas en un sentido y ellos en otra, mientras intercambiaban miradas, saludos, sonrisas y hasta cartitas.
Así de recoleta era la sociedad de ese tiempo.
Los domingos asistíamos a Misa de nueve, en la que pronto encontramos los mismos asistentes y con quienes llegamos a hacer una leve amistad, sin llegar a intimar. Comíamos algo especial de “domingo” que preparaba Trini, una buena cocinera, pero sin querer echaba de menos la deliciosa comida de Lupina.
Dominé mis recuerdos para no enturbiar esta nueva y maravillosa relación que significaba poder disfrutar plenamente de la naturaleza: las mariposas, abejas, flores, plantas silvestres, nubes, lluvia o luna y estrellas, llenaban nuestro tiempo, tanto como contemplar la hermosa arquitectura del centro de San Luis o las pinturas, esculturas y retablos de sus iglesias, para no hablar de los libros, algunos leídos juntos, aunque yo no pude deshacerme de mi manía de desvelarme  para leer o escribir y fumar y fumar todo el tiempo, a pesar de los regaños o las súplicas de Trini

… CONTINUARÁ

MAESTRA LAURA MARTHA CHÁVEZ CARRIÓN.